miércoles, 17 de abril de 2024

Sobre los orígenes de "Crash", por J. G. Ballard


Crash
(junio 1973) fue un inmenso desafío, y escribirla se convirtió casi en un acto psicótico voluntario. En esos tiempos yo tenía tres niños pequeños y el destino podría haberme jugado una broma cruel.

Tal como sucedió, un par de semanas después de terminar la novela estuve envuelto en mi único accidente de tráfico. Después de que uno de los neumáticos delanteros reventara al comienzo del puente de Chiswick, mi automóvil giró bruscamente y cruzó la isla central de la autopista. Destruí una señal (más tarde envié un pago para su reemplazo y me fastidió descubrir que había pagado por un modelo mucho más caro, con luces intermitentes), rodee marcha atrás y continué circulando a lo largo de la mano contraria.

Por fortuna llevaba puesto el cinturón de seguridad y no se vio involucrado ningún otro vehículo, pero algo estuvo cerca: el combustible se estaba derramando del motor y el techo aplastado había comprimido las puertas. Si hubiera muerto allí, no hay duda de que la gente hubiese dicho que había cumplido la lógica de pesadilla que había esbozado en la novela.

Pero en realidad prefiero pensar en Crash como una fábula, una advertencia contra las perversas posibilidades que ofrece la tecnología del Siglo Veinte a la imaginación humana. El cine y la televisión están saturados con una violencia estilizada que toca nuestra imaginación pero nunca lo hace con nuestras terminales nerviosas.

Gran parte de este imaginario violento está tomado de la tecnología: el automóvil, la autopista, el aeropuerto, el hospital moderno y los rascacielos. El choque de autos, en particular intercepta todos los tipos de respuestas ambiguas, como descubrí cuando preparé una exhibición de automóviles chocados en el Laboratorio de Artes Nuevas en 1970, poco después de que comenzara a escribir la novela.

La exhibición era un experimento calculado, diseñado para comprobar la hipótesis central de la novela de que hay una fascinación reprimida detrás de nuestras actitudes convencionales hacia la muerte y la violencia tecnológicas, una fascinación tan obsesiva que puede contener una poderosa carga sexual. Los tres automóviles chocados estaban exhibidos sin comentarios debajo de las luces neutrales de la galería, y en el centro un Pontiac telescópico de la gran era de la aleta caudal.

Para probar los nervios de la audiencia previa, contraté una chica en topless que iba a entrevistar a los invitados en un circuito cerrado de TV. Originalmente había acordado aparecer completamente desnuda, pero cuando vio los automóviles decidió que solo podía aparecer en topless, una respuesta interesante en sí misma, pensé. Más tarde escribió una reseña condenatoria de la exhibición para un periódico independiente.

Nunca había visto ni vi después que una fiesta de presentación degenerara tan rápidamente en una pelea de borrachos. Los automóviles fueron maltratados y atacados, así como lo fueron durante el largo mes de la exhibición: los volcaron y rociaron con pintura blanca. Una periodista del New Society, entonces un bastión del pensamiento bien visto, se quedó tan trastornada por el espectáculo que se quedó muda por la rabia.

Por todo esto, no es necesario decir, consideré que tenía luz verde, y comencé a escribir Crash, la cual creo es mi mejor novela, y la más original. Tengo que darles crédito a mis editores de aquí (Gran Bretaña), de Europa y Estados Unidos, que yo no tuviera ningún problema en publicarla, y ahora espero la película dirigida por David Cronenberg.

Fragmento de “Smashing Day on the Road” (The Independient, 19 de mayo de 1990), traducido por L. P.


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