—Cuando estás Muerta —dice Samantha—, no tienes que
cepillarte los dientes…
—Cuando
estás Muerta —dice Claire—, vives en una caja, y siempre está oscuro, pero nunca
tienes miedo.
Claire
y Samantha son gemelas idénticas. Su edad combinada es de veinte años, cuatro
meses y seis días. Claire es mejor haciendo de Muerta que Samantha.
La
niñera bosteza, cubre su boca con una larga mano blanca.
—Dije
que se cepillaran los dientes y se fueran a la cama —afirma. Está sentada con las
piernas cruzadas sobre el cubrecamas floreado, entre ellas. Les ha estado
enseñando un juego de cartas llamado Lanzar que comprende tres pilas de naipes,
una para cada una de ellas. A la pila de Samantha le falta la sota de espadas y
el dos de corazones, y Claire continua haciendo trampas. A pesar de todo, la
niñera vuelve a ganar.
Hay dos manchas de crema de afeitar seca y papel higiénico en sus brazos. Es difícil decir qué edad tiene: al principio pensaron que debía ser adulta, pero ahora no parece mayor que ellas. Samantha olvidó el nombre de la niñera.
Hay dos manchas de crema de afeitar seca y papel higiénico en sus brazos. Es difícil decir qué edad tiene: al principio pensaron que debía ser adulta, pero ahora no parece mayor que ellas. Samantha olvidó el nombre de la niñera.
El
rostro de Claire expresa testarudez.
—Cuando estás Muerta
—dice— no te acuestas en toda la noche.
—Cuando estás muerta —dijo
bruscamente la niñera— siempre hace mucho frío y está húmedo, y tienes que
estar muy, muy quieta o además te atrapará el Especialista.
—Esta casa está encantada —dice
Claire.
—Lo sé —responde la niñera—. Solía
vivir aquí.
Algo
está arrastrándose hacia arriba por las escaleras,
Algo
está de pie frente a la puerta,
Algo está
gimiendo, gimiendo en la oscuridad;
Algo
está susurrando del otro lado de la casa.
Claire y Samantha están pasando el verano con
su padre, en una casa llamada Ocho Chimeneas. Su madre está muerta. Ha estado
muerta por exactamente 282 días.
Su padre está escribiendo la historia de Ocho
Chimeneas y del poeta Charles Cheatham Rash, que vivió aquí en el cambio de
siglo y se fugó hacia el mar cuando tenía trece años, regresando a los treinta
y ocho. Se casó, tuvo un hijo, escribió tres volúmenes de una poesía mala y
oscura, y una novela todavía peor y más oscura, El que está observándome a través de la ventana, antes de
desaparecer otra vez en 1907, esta vez para siempre. El padre de Samantha y
Claire dice que parte de la poesía es en verdad bastante legible y que la
novela al menos no es muy larga.
Cuando Samantha le preguntó por qué estaba escribiendo sobre Rash,
respondió que nadie lo había hecho y que por qué no iba a jugar con Samantha
afuera. Cuando ella le señaló que era Samantha, sólo frunció el ceño y dijo que
cómo podía esperar que distinguiera quién era quién cuando ambas llevaban
pantalones vaqueros y camisas de algodón, ¿y por qué una de ustedes no se viste
toda de verde y la otra de rosa?
Claire y Samantha prefieren jugar en el interior. Ocho Chimeneas es tan
grande como un castillo, pero más polvorienta y oscura de lo que Samantha
imagina que debe ser un castillo. Hay más sofás, muñecas de porcelana de dedos
desconchados, algunas armaduras. Ningún foso.
La casa está abierta al público y, durante el día, la gente —familias— recorre
la Avenida
del Puente Azul y se detiene para recorrer los parques y la primera planta; la
tercera pertenece a Claire y Samantha. A veces juegan a ser exploradoras, y
otras siguen al intendente mientras lleva a los visitantes en sus recorridos.
Después de unas semanas, ellas ya habían aprendido de memoria su discurso, y lo
imitan moviendo la boca junto a él. Lo ayudan a vender postales y ejemplares de
la poesía de Rash a las familias de turistas que entran en la pequeña tienda de
regalos.
Cuando las madres les sonríen y dicen qué dulces que son, apartan la
vista y no manifiestan nada. La débil luz de la casa hace que las madres
parezcan pálidas, parpadeantes y cansadas. Dejan Ocho Chimeneas, madres y
familias, pareciendo no tan reales como lo eran antes de que pagasen sus
entradas y, por supuesto, Claire y Samantha nunca las verán nuevamente, así que
tal vez ni siquiera sean reales. Mejor quédense dentro de la casa, desean
decirles a las familias, y si tienen que irse, entonces vayan directamente a
sus automóviles.
El intendente dice que los bosques no son seguros.
Su padre permanece en la biblioteca en la segunda planta durante toda la
mañana, escribiendo, y por las tardes hace largas caminatas. Se lleva su
grabador de bolsillo y una petaca de Gentleman Jack, pero no a Samantha y
Claire.
El intendente de Ocho Chimeneas es el señor Coeslak. Su pierna izquierda
es notablemente más corta que la derecha. Lleva un taco alto. Pelo corto y negro
sale de sus orejas y de sus fosas nasales, y carece de cabello en la coronilla,
pero da a Samantha y Claire permiso para explorar toda la casa. Fue el señor
Coeslak quien les dijo que hay serpientes cabeza de cobre en el bosque, y que
la casa está encantada. Dice que todos ellos, fantasmas y serpientes, andan de
muy mal humor, y que Samantha y Claire deben mantenerse en los senderos
marcados, y no ingresar al ático.
El
señor Coeslak puede distinguir a las gemelas, aún si su padre no puede; los
ojos de Claire son grises, como el pelaje de un gato, dice, pero los de
Samantha son grises[1], como el océano
cuando ha estado lloviendo.
Samantha y Claire fueron a caminar por el bosque al segundo día de estar
en Ocho Chimeneas. Vieron algo. Samantha pensó que era una mujer, pero Claire
dijo que era una serpiente. La escalera que lleva al ático está cerrada con
llave. Atisbaron a través del agujero de la cerradura, pero estaba demasiado
oscuro para ver algo.
Y entonces tuvo una esposa, y dijeron que era
verdaderamente hermosa. Había otro hombre que quería estar con ella, y primero
ella no quiso, porque tenía miedo de su marido, y luego lo hizo. Su esposo los
descubrió, y dicen que mató una serpiente y tomó parte de la sangre del animal
y la mezcló con whisky, y se lo dio a ella. Había aprendido esto de un isleño
que había estado en un barco con él. Y a los seis meses en ella aparecieron
serpientes, entre su carne y su piel. Y dicen que se las podía ver subiendo y
bajando por las piernas. Dicen que la parte superior de su cuerpo estaba hueca,
y que continuó así hasta que ella murió. Mi papá dijo que la vio.
—Una Historia Oral de Ocho Chimeneas
Ocho Chimeneas tiene alrededor de doscientos años de antigüedad. Toma su
nombre de las ocho chimeneas que son suficientemente grandes como para que
Samantha y Claire se puedan meter en el hogar. Las chimeneas son de ladrillo
rojo, y en cada planta hay ocho hogares, hasta sumar un total de veinticuatro. Samantha
imagina a los cañones de las chimeneas estirándose hacia arriba como troncos de
árboles, inmensos y rojos, a través del techo de pizarra de la casa. Junto a
cada hogar hay un morillo pesado y negro, y un conjunto de atizadores de hierro
forjado con la forma de serpientes. Claire y Samantha fingen duelos con los
atizadores-serpiente delante del hogar en su dormitorio en la tercera planta.
El viento se elevaba por la parte de atrás de la chimenea. Cuando meten sus
caras en el interior, pueden sentir el aire húmedo precipitándose hacia arriba,
como un río. El tiro de la chimenea huele a viejo, a carbón y a humedad, como
las piedras de un río.
Su
dormitorio es a la vez el cuarto de juegos. Duermen juntas en una cama con
dosel que parece una nave con cuatro mástiles. Huele a naftalina, y Claire
patea durante el sueño. Charles Cheatham Rash durmió aquí cuando era niño, y
también su hermana. Ella desapareció con su padre. Tal vez se debiera a deudas
de juego. Puede que se hubiesen mudado a Nueva Orleáns. El señor Coeslak dijo
que ella tenía catorce años. Cuál era su nombre, preguntó Claire. Qué le
sucedió a su madre, quiso saber Samantha. El señor Coeslak cerró los ojos casi
en un guiño. La señora Rash murió el año anterior a que su marido y su hija
desaparecieran, dijo, de una misteriosa enfermedad que la debilitó. No podía
recordar el nombre de la niña, dijo.
Ocho Chimeneas tiene exactamente cien ventanas, todas aún con los
paneles de cristales originales. Con tantas ventanas, piensa Samantha, Ocho Chimeneas
siempre tendría que estar llena de luz, pero los árboles están tan cerca de la
casa que las habitaciones de las primeras dos plantas —incluso las de la tercera— son verdes y
oscuras, como si Samantha y Claire estuvieran viviendo bajo el mar. Ésta es la
luz que convierte a los turistas en fantasmas. Por la mañana, y nuevamente hacia
el atardecer, se forma una neblina en torno a la casa. A veces es gris como los
ojos de Claire, otras es gris como los ojos de Samantha.
Encontré una mujer en el bosque,
Sus labios eran dos serpientes rojas.
Me sonrió, sus ojos eran lascivos
Y quemaban como el fuego.
Hace unas pocas noches, el viento estaba silbando en la chimenea de la habitación
de juegos. Su padre ya las había hecho entrar y apagado la luz. Claire desafió
a Samantha a que metiera la cabeza en el hogar, en la oscuridad, y así lo hizo.
El frío aire húmedo lamió su rostro y casi sonaba como si hubiera voces
hablando bajo, en murmullos. No pudo descubrir lo que decían.
Su
padre ignora a Claire y Samantha desde que llegaron a Ocho Chimeneas. Nunca
menciona a su madre. Una tarde lo escucharon gritando en la biblioteca, y cuando
bajaron las escaleras, descubrieron una enorme mancha viscosa sobre el
escritorio, donde se había volcado la copa de whisky. Estaba mirándome, dijo, a
través de la ventana. Tenía ojos color naranja.
Samantha
y Claire se abstuvieron de señalar que la biblioteca está en la segunda planta.
Por
las noches, la respiración de su padre es dulce por la bebida, y pasa cada vez más
tiempo en el bosque y menos en la biblioteca. En la cena, generalmente salchichas
y arvejas cocidas en lata, que comen en platos de cartón en el comedor de la
planta baja, bajo la araña austriaca (que tiene exactamente 632 caireles de
cristal con la forma de lágrimas), su padre recita poesía de Charles Cheatham
Rash, que no le gusta ni a Samantha ni a Claire.
Él ha
estado leyendo los diarios del barco que escribió Rash, y dice que descubrió
una prueba en ellos de que el más famoso de sus poemas, “El sombrero del Especialista”,
no es un poema y, en todo caso, Rash no lo escribió. Es algo que uno de los
hombres del ballenero acostumbraba decir para convocar una ballena. Rush
simplemente lo copió, le pegó un final y dijo que era suyo.
El
hombre era de Mulatuppu, un lugar del cual nunca escucharon hablar ni Samantha
ni Claire. Su padre dice que se suponía que era algún tipo de mago, pero se
ahogó poco después de que Rash regresara a Ocho Chimeneas. Su padre dice que
los otros marineros quisieron arrojar el baúl del mago por la borda, pero Rash
los persuadió de que lo dejaran retenerlo hasta que pudiera desembarcar, con el
baúl, en la costa de Carolina del Norte.
El sombrero del especialista hace ruido como un
agouti;
El sombrero del especialista hace ruido como un pecarí
de collar;
El sombrero del especialista hace ruido como un pecarí
labiado;
El sombrero del especialista hace ruido como un tapir;
El sombrero del especialista hace ruido como un
conejo;
El sombrero del especialista hace ruido como una
ardilla;
El sombrero del especialista hace ruido como un muitú;
El sombrero del especialista gime como una ballena en
el agua;
El sombrero del especialista gime como el viento en el
pelo de mi esposa;
El sombrero del especialista hace ruido como una
serpiente;
Tengo colgado el sombrero del especialista en mi
pared.
Claire y Samantha tenían una niñera porque su padre encontró a una mujer
en el bosque. Va a verla por las noches, y tienen una cena campestre y miran
las estrellas. Ésta es la época del año en que se pueden ver los meteoros
perseidas cayendo a través del cielo en las noches claras. Su padre dijo que ha
estado caminando con la mujer todas las tardes. Ella es una pariente lejana de
Rash y, además, dijo, él necesita pasar la noche afuera y tener un poco de
conversación adulta.
El
señor Coeslak no permanece en la casa después de la oscuridad, pero estuvo de
acuerdo en buscar a alguien para que se ocupe de Samantha y Claire. Su padre no
pudo encontrar al señor Coeslak, pero la niñera apareció a las siete en punto.
La niñera, cuyo nombre no había retenido ninguna de las dos gemelas, llevaba un
vestido azul de algodón de mangas cortas. Tanto Samantha como Claire pensaron
que ella era bonita en una forma un poco pasada de moda.
Estaban
en la biblioteca con su padre, buscando Mulatuppu en su atlas de cuero rojo,
cuando llegó. No tocó en la puerta principal, simplemente entró y luego subió las
escaleras, como si supiera dónde encontrarlos.
Su
padre les dio un beso de despedida, algo rápido, diciéndoles que se porten bien
y que las llevaría al pueblo el fin de semana para ver una película de Disney.
Fueron hasta la ventana para observarlo caminar hacia el bosque. Ya estaba
cayendo la oscuridad y había luciérnagas, diminutas chispas amarillas en el
aire. Cuando su padre hubo desaparecido por completo entre los árboles, se
volvieron y contemplaron a la niñera. Ella alzó una ceja.
—Bien
—dijo—. ¿Qué tipo de juegos les gusta jugar?
A contramano alrededor de las chimeneas
Una vez, dos, una vez más.
Los rayos cliquean como un reloj en la bicicleta;
El tic tac se traga los días de la vida de un hombre.
Primero jugaron A la pesca, luego Ocho Locos, y después convirtieron a
la niñera en una momia al ponerle espuma de afeitar del baño de su padre sobre
sus brazos y piernas, para luego envolverla en papel higiénico. Era la mejor
niñera que tuvieron alguna vez.
A las
9.30, ella trató de llevarlas a la cama. Ni Claire ni Samantha quisieron irse a
dormir, así que comenzaron a jugar el juego de la Muerte. El juego de la Muerte es uno de “Imaginarse
que” que habían estado jugando todos los 274 días hasta ahora, pero nunca
delante de su padre o de algún otro adulto. Cuando están Muertas, les permiten
hacer todo lo que quieran. Incluso pueden volar al saltar desde la cama de la habitación
de juegos, y sólo sacudiendo sus brazos. Algún día funcionará si lo practican
lo suficiente.
El
juego de la Muerte
tiene tres reglas.
Uno.
Los números son significativos. Las gemelas tienen una lista de números
importantes en una libreta verde de direcciones que perteneció a su madre. Las
recorridas del señor Coeslak son una buena fuente de cantidades y cuentas
significativas: ellas están escribiendo una historia trágica de los números.
Dos.
Las gemelas no juegan al juego de la
Muerte delante de adultos. Evaluaron a la niñera y decidieron
que no tenía importancia. Le contaron las reglas.
La tercera es la mejor y la más importante de las reglas. Cuando estás
Muerta, no temes a nada. Samantha y Claire no están seguras de quién es el
Especialista, pero no le temen.
Para
llegar a estar Muerta, retienen la respiración mientras cuentan hasta 35, que
es hasta donde llegó su madre, sin contar unos pocos días más.
—Nunca
viviste aquí —dice Claire—. El señor Coeslak vive aquí.
—No
por la noche —dice la niñera—. Éste era mi dormitorio cuando era pequeña.
—¿De
verdad? —dice Samantha. Y Claire dice: —Pruébalo.
La
niñera echa una mirada a Samantha y Claire, como si las estuviera valorando:
edad, inteligencia, valentía. Entonces asiente. El viento está en el tiro de la
chimenea, y en la sombría luz de la habitación de juegos pueden ver las hebras
de niebla filtrándose desde el hogar.
—Ve y
métete dentro de la chimenea —le instruye—. Extiende tu mano tan lejos como
puedas, hay un pequeño agujero sobre el lado izquierdo, con una llave en él.
Samantha
mira a Claire, quien dice:
—Vamos.
—Claire es quince minutos, y algunos segundos que no cuentan, mayor que
Samantha, por eso le dice a Samantha qué hacer. Samantha recuerda las voces
murmurantes y entonces se acuerda que ella está Muerta. Va hasta el hogar y se
mete, agachándose.
Cuando
Samantha se pone de pie en la chimenea, sólo puede ver el mismo borde de la
habitación. Puede ver la punta de la alfombrilla azul apolillada, y una pata de
la cama, y junto a ella, el pie de Claire, balanceándose delante y atrás como
un metrónomo. El nudo del cordón se deshizo y tiene una banda adhesiva protectora
en el tobillo. Todo parece muy agradable y pacífico desde el interior de la
chimenea, como en un sueño, y durante un momento casi desea no tener que estar
Muerta. Pero así es más seguro.
Extiende
su mano hacia la izquierda tanto como puede, tanteando a lo largo de la pared granulosa,
hasta que siente una hendidura. Piensa en arañas, dedos cortados y hojas de
afeitar oxidadas, y entonces alcanza el interior. Mantiene su mirada hacia
abajo, enfocada en el rincón de la habitación y el pie nervioso de Claire.
Dentro
del agujero hay una pequeña llave fría, con sus dientes hacia fuera. La saca y
se agacha para regresar a la habitación.
—No
mentía —dice a Claire.
—Por
supuesto que no mentía —dice la niñera—. Cuando estás Muerta, no tienes
permitido mentir.
—A
menos que quieras —dice Claire.
Lúgubre y horroroso el mar azota la playa.
Pálida y goteante es la niebla en la puerta.
El reloj en la sala repica una, dos, tres, cuatro.
La mañana no llega, no, nunca, jamás.
Samantha y Claire han ido a acampar durante tres semanas todos los
veranos desde que tienen siete años. Este año su padre no les preguntó si
querían hacerlo y, después de discutirlo, decidieron que así estaba bien. No
querían tener que explicar a todos sus amigos cómo es que ahora eran medio huérfanas.
Acostumbraban envidiarlas porque eran gemelas idénticas. No querían dar
lástima.
Todavía
no ha pasado un año, pero Samantha comprende que está olvidando cómo se veía su
madre. No tanto el rostro de su madre sino la forma en que olía, que era algo entre
heno seco y Chanel No. 5, y también algo más. No puede recordar si tenía ojos
grises como ella o grises como Claire. Ya no sueña con su madre, sino que lo
hace sobre un Príncipe Azul, uno que tenía un zaino con quien cabalgó una vez
en la exhibición de caballos en el campamento. En el sueño, el Príncipe Azul no
huele como un caballo. Huele a Chanel No. 5. Cuando ella está Muerta, puede
tener todos los caballos que quiere, y que todos huelan a Chanel No. 5.
—¿Dónde
va la llave? —dice Samantha.
La niñera
toma su mano.
—En
el ático. En verdad no la necesitas, pero usar las escaleras es más fácil que
usar la chimenea. Al menos la primera vez.
—¿No
vas a hacernos ir a la cama? —dice Claire.
La
niñera ignora a Claire.
—Mi
padre solía encerrarme en el ático cuando era pequeña, pero no me importaba.
Había una bicicleta allí arriba y acostumbraba andar alrededor de las chimeneas
hasta que mi madre me dejaba salir. ¿Sabes andar en bicicleta?
—Por
supuesto —dice Claire.
—Si
andas lo suficientemente rápido, el Especialista no te puede alcanzar.
—¿Qué
es el Especialista? —dice Samantha. Las bicicletas están bien, pero los
caballos van más rápido.
—El
Especialista lleva un sombrero —dice la niñera—. El sombrero hace ruidos.
No
dice nada más.
Cuando estás muerto, la hierba es más verde
Sobre tu tumba. El viento es más penetrante.
Tus ojos se hunden, tu carne decae. Te
Acostumbras a la lentitud; la espera tarda.
De alguna forma, el ático es más grande y más solitario de lo que
pensaban Samantha y Claire. La llave de la niñera abre la puerta al final del
vestíbulo, revelando un angosto tramo de escaleras. Las anima a adelantarse y
subir.
No
hay tanta oscuridad en el ático como habían imaginado. Los robles que obstruyen
la luz y vuelven durante el día tan oscuras, verdes y misteriosas las tres
primeras plantas, no llegan hasta aquí arriba. La exuberante luz de la luna,
polvorienta y pálida, mana desde las ventanas abuhardilladas. Ilumina el ático
a lo largo, que es tan grande como para contener un campo de softbol, y pilas
de troncos hacen que Samantha se imagine que son personadas sentadas, o que
podrían estar escondidas observando. El techo tiene una pendiente hacia abajo, y
es atravesado por los ocho gruesos cañones de las chimeneas. En algún sentido,
las chimeneas también parecen estar vivas, contenidas en este lugar vacío y
descuidado; empujan casi con enfado a través del piso y el techo del ático. A
la luz de la luna parecen respirar.
—Son
tan hermosas —dice ella.
—¿Cuál de las chimeneas es la de la habitación de juegos? —dice Claire.
La niñera señala la más cercana de las columnas, a la derecha.
—Ésa —dice—. Asciende desde el salón de baile en la primera planta, la
biblioteca, la habitación de juegos.
Colgando de un clavo en la chimenea de la habitación de juegos hay un
gran objeto negro. Parece abultado y pesado, como si estuviera lleno de cosas.
La niñera lo toma, gira sobre su dedo. Hay agujeros en el objeto negro y silba
sombríamente cuando lo gira.
—El sombrero del Especialista —dice.
—Eso no parece un sombrero —dice Claire—. No se parece en lo más mínimo.
—Va y mira entre las cajas y baúles que hay apilados contra la pared más
lejana.
—Es un sombrero especial —dice la niñera—. No se supone que se parezca a
algo. Pero puede sonar como cualquier cosa que puedas imaginar. Lo hizo mi
padre.
—Nuestro padre escribe libros —dice Samantha.
—Mi padre también lo hacía. —La niñera cuelga el sombrero negro en el
clavo. Se comba oscuramente contra la chimenea. Samantha lo contempla. Le
relincha—. Fue un mal poeta, pero era peor como mago.
Durante el último verano, lo que más deseó Samantha fue tener un
caballo. Pensó que renunciaría a todo por uno, incluso ser gemela no era tan
bueno como tener un caballo. Todavía no tenía un caballo, pero tampoco tenía
madre, y no ayudaría preguntarse si era su culpa. El sombrero relincha otra
vez, o tal vez sea el viento en la chimenea.
—¿Qué
le sucedió? —pregunta Claire.
—Una
vez que hizo el sombrero, vino el Especialista y se lo llevó. Me escondí en la
chimenea de la habitación de juegos mientras lo buscaba, y no me encontró.
—¿Te
asustaste?
Las
sobresalta un estrépito. Claire ha encontrado la bicicleta de la niñera y está
llevándola hacia ellas tomada del manubrio. La niñera se encoge de hombros.
—Regla
número tres —dice.
Claire
arrebata el sombrero del clavo.
—¡Soy
el Especialista! —dice, poniéndose el sombrero sobre la cabeza. Cae sobre sus
ojos, el borde blando y sin forma, remendado con pequeños botones asimétricos
que reflejan y atrapan la luz de la luna como dientes. Samantha mira otra vez y
ve que son dientes. Sin contarlos, de pronto sabe que hay exactamente cincuenta
y dos dientes en el sombrero, y que son dientes de agoutis, muitús, pecarís
labiados y de la esposa de Charles Cheatham Rash. Las chimeneas están gimiendo,
y la voz de Claire retumba huecamente bajo el sombrero—. Huye, o te atraparé.
¡Te comeré!
Samantha
y la niñera escapan, ríen mientras Claire monta la bicicleta oxidada y ruidosa
y pedalea frenéticamente tras ellas. Hace sonar el timbre mientras avanza, y el
sombrero del Especialista se balancea sobre su cabeza. Escupe como un gato. El
timbre es estridente y débil, y la bicicleta gime y chirría. Se dirige primero
hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Las rodillas de Claire sobresalen
para uno u otro lado como contrapesos improvisados.
Claire
zigzaguea entre las chimeneas, persiguiendo a Samantha y a la niñera. Samantha
hace más lento su recorrido, volviéndose para mirar hacia atrás. Mientras se
aproxima, Claire mantiene una mano sobre el manubrio y extiende la otra hacia
Samantha. Justo cuando está por aferrar a Samantha, la niñera se vuelve y
arranca el sombrero de la cabeza de Claire.
—¡Mierda!
—dice la niñera, y lo deja caer. Hay una gota de sangre formándose en la parte
carnosa de la mano de la niñera, negra a la luz de la luna, donde el sombrero
del Especialista la ha mordido.
Claire
se baja de la bicicleta, riendo tontamente. Samantha observa mientras el
sombrero del Especialista rueda alejándose. Toma velocidad, se retuerce por el
piso del ático, y desaparece, haciendo un ruido sordo en las escaleras.
—Ve y
recógelo —dice Claire—. Tu puedes ser el Especialista esta vez.
—No
—dice la niñera, chupándose la palma—. Es tiempo de irse a la cama.
Cuando
bajan por las escaleras, no hay ninguna señal del sombrero del Especialista. Se
cepillan los dientes, se suben a la nave-cama y se tapan con los cobertores
hasta el cuello. La niñera se sienta entre sus pies.
—Cuando
estás Muerta —dice Samantha—, todo es mucho más fácil. No tienes que hacer nada
que no quieras. No tienes que tener nombre, no tienes que recordar. Ni siquiera
tienes que respirar.
Ella
les muestra con exactitud lo que quiere decir.
Cuando tiene tiempo para pensar en eso (y ahora tiene
todo el tiempo del mundo para pensar), Samantha comprende con un poco de
remordimiento que ella ahora está metida indefinidamente entre los diez y los once
años, con Claire y la niñera. Medita sobre esto. El número 10 es agradable y
redondo, como una pelota playera, pero, así y todo, no ha sido un año fácil. Se
pregunta cómo habrían sido los 11. Tal vez más agudos, como las agujas. En
lugar de eso, ella ha elegido estar Muerta. Espera haber tomado la decisión
correcta. Se pregunta si su madre hubiese decidido estar Muerta, en lugar de
muerta, si hubiera podido.
El
último año aprendió fracciones en la escuela, cuando su madre murió. Las
fracciones le recuerdan a Samantha los tropeles de caballos salvajes, moteados,
pintos y palominos. Hay tantos de ellos, y son, bien, imprevisibles y rebeldes.
Justo cuando se cree que se tiene uno bajo control, levanta la cabeza y te
tira. El número favorito de Claire es el 4, que ella dice que es un muchacho
alto y delgado. A Samantha no le importan mucho los muchachos. Le gustan los
números. Toma el número 8, por ejemplo, se pueden decir varias cosas a la vez.
Mirado de un modo, el 8 parece como una mujer inclinada con el pelo rizado.
Pero si lo pones sobre un lado, parece una serpiente enroscada con la cola en
su boca. Éste es el tipo de cosas que hacen la diferencia entre estar Muerto, y
estar muerto. Tal vez cuando Samantha se canse de una, intente con la otra.
En el
prado, bajo los robles, escucha a alguien pronunciando su nombre. Samantha sale
de la cama y va hasta la ventana de la guardería. Mira a través del vidrio
ondulado. Es el señor Coeslak.
—¡Samantha,
Claire! —las llama—. ¿Está todo bien? ¿Está allí tu padre? —Samantha casi puede
ver la luz de la luna brillando a través de él—. Ellos siempre me encierran en
el cuarto de herramientas. Malditas cosas espeluznantes —dice—. ¿Estás ahí,
Samantha? ¿Claire? ¿Chicas?
La
niñera viene y se para junto a Samantha. Pone un dedo sobre su labio. Los ojos
de Claire relucen hacia ellas desde la cama oscura. Samantha no dice nada, pero
saluda al señor Coeslak. La niñera también saluda. Tal vez pueda verlas
saludar, porque después de un rato deja de gritar y se va.
—Ten
cuidado —dice la niñera—. Él regresará
pronto. Lo hará muy pronto.
Toma
la mano de Samantha y la conduce de nuevo a la cama, donde Claire está
esperando. Se sientan y esperan. Pasa el tiempo, pero no sienten cansancio, y
no envejecen.
¿Quién está allí?
Sólo el aire.
En la primera planta se abre la puerta del frente, y
Samantha, Claire y la niñera pueden escuchar que alguien se arrastra, se
arrastra escaleras arriba.
—Quédense
quietas —dice la niñera—. Es el Especialista.
Samantha
y Claire están quietas. La habitación de juegos está oscura y el viento crepita
como un fuego en el hogar.
—¿Claire,
Samantha, Samantha, Claire? —La voz del Especialista es farragosa y húmeda.
Suena como la voz de su padre, pero eso es porque el sombrero puede imitar
cualquier sonido, cualquier voz—. ¿Todavía están despiertas?
—Rápido
—dice la niñera—. Hay que subir al ático y esconderse.
Claire
y Samantha se deslizan de debajo de los cobertores y se visten apresurada y
silenciosamente. La siguen. Sin hablar, sin respirar, las lleva hacia la
seguridad de la chimenea. Está demasiado oscuro para ver, pero comprenden
perfectamente cuando la niñera dice sin pronunciar la palabra arriba. Ella va primero, así que pueden
ver donde están los lugares para apoyar los dedos y los ladrillos que sobresalen
para poder poner sus pies. Luego Claire. Samantha observa los pies de su
hermana ascender como humo, los cordones todavía sin atar.
—¿Claire?
¿Samantha? Maldita sea, me están asustando. ¿Dónde están? —El Especialista está
parado justo en frente de la puerta a medio abrir—. ¿Samantha? Creo que me
mordió una maldita serpiente. —Samantha vacila durante sólo un segundo.
Entonces sube y sube por la chimenea de la habitación de juegos.
Tit. orig.: “The Specialist’s Hat”
Traducido por Luis Pestarini
CC 1998 by Kelly Link
[1] Juego de palabras
intraducible. En el original utiliza las dos formas del término ‘gris’ en
inglés: gray (uso norteamericano) y grey (uso británico). N. del t.
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