jueves, 26 de febrero de 2015

El sombrero del especialista, de Kelly Link

—Cuando estás Muerta —dice Samantha—, no tienes que cepillarte los dientes…
            —Cuando estás Muerta —dice Claire—, vives en una caja, y siempre está oscuro, pero nunca tienes miedo.
            Claire y Samantha son gemelas idénticas. Su edad combinada es de veinte años, cuatro meses y seis días. Claire es mejor haciendo de Muerta que Samantha.
            La niñera bosteza, cubre su boca con una larga mano blanca.
            —Dije que se cepillaran los dientes y se fueran a la cama —afirma. Está sentada con las piernas cruzadas sobre el cubrecamas floreado, entre ellas. Les ha estado enseñando un juego de cartas llamado Lanzar que comprende tres pilas de naipes, una para cada una de ellas. A la pila de Samantha le falta la sota de espadas y el dos de corazones, y Claire continua haciendo trampas. A pesar de todo, la niñera vuelve a ganar.
Hay dos manchas de crema de afeitar seca y papel higiénico en sus brazos. Es difícil decir qué edad tiene: al principio pensaron que debía ser adulta, pero ahora no parece mayor que ellas. Samantha olvidó el nombre de la niñera.
            El rostro de Claire expresa testarudez.
            —Cuando estás Muerta —dice— no te acuestas en toda la noche.
            —Cuando estás muerta —dijo bruscamente la niñera— siempre hace mucho frío y está húmedo, y tienes que estar muy, muy quieta o además te atrapará el Especialista.
            —Esta casa está encantada —dice Claire.
            —Lo sé —responde la niñera—. Solía vivir aquí.
           
Algo está arrastrándose hacia arriba por las escaleras,
Algo está de pie frente a la puerta,
Algo está gimiendo, gimiendo en la oscuridad;
Algo está susurrando del otro lado de la casa.

Claire y Samantha están pasando el verano con su padre, en una casa llamada Ocho Chimeneas. Su madre está muerta. Ha estado muerta por exactamente 282 días.
Su padre está escribiendo la historia de Ocho Chimeneas y del poeta Charles Cheatham Rash, que vivió aquí en el cambio de siglo y se fugó hacia el mar cuando tenía trece años, regresando a los treinta y ocho. Se casó, tuvo un hijo, escribió tres volúmenes de una poesía mala y oscura, y una novela todavía peor y más oscura, El que está observándome a través de la ventana, antes de desaparecer otra vez en 1907, esta vez para siempre. El padre de Samantha y Claire dice que parte de la poesía es en verdad bastante legible y que la novela al menos no es muy larga.
Cuando Samantha le preguntó por qué estaba escribiendo sobre Rash, respondió que nadie lo había hecho y que por qué no iba a jugar con Samantha afuera. Cuando ella le señaló que era Samantha, sólo frunció el ceño y dijo que cómo podía esperar que distinguiera quién era quién cuando ambas llevaban pantalones vaqueros y camisas de algodón, ¿y por qué una de ustedes no se viste toda de verde y la otra de rosa?
Claire y Samantha prefieren jugar en el interior. Ocho Chimeneas es tan grande como un castillo, pero más polvorienta y oscura de lo que Samantha imagina que debe ser un castillo. Hay más sofás, muñecas de porcelana de dedos desconchados, algunas armaduras. Ningún foso.
La casa está abierta al público y, durante el día, la gente —familias— recorre la Avenida del Puente Azul y se detiene para recorrer los parques y la primera planta; la tercera pertenece a Claire y Samantha. A veces juegan a ser exploradoras, y otras siguen al intendente mientras lleva a los visitantes en sus recorridos. Después de unas semanas, ellas ya habían aprendido de memoria su discurso, y lo imitan moviendo la boca junto a él. Lo ayudan a vender postales y ejemplares de la poesía de Rash a las familias de turistas que entran en la pequeña tienda de regalos.
Cuando las madres les sonríen y dicen qué dulces que son, apartan la vista y no manifiestan nada. La débil luz de la casa hace que las madres parezcan pálidas, parpadeantes y cansadas. Dejan Ocho Chimeneas, madres y familias, pareciendo no tan reales como lo eran antes de que pagasen sus entradas y, por supuesto, Claire y Samantha nunca las verán nuevamente, así que tal vez ni siquiera sean reales. Mejor quédense dentro de la casa, desean decirles a las familias, y si tienen que irse, entonces vayan directamente a sus automóviles.
El intendente dice que los bosques no son seguros.
Su padre permanece en la biblioteca en la segunda planta durante toda la mañana, escribiendo, y por las tardes hace largas caminatas. Se lleva su grabador de bolsillo y una petaca de Gentleman Jack, pero no a Samantha y Claire.
El intendente de Ocho Chimeneas es el señor Coeslak. Su pierna izquierda es notablemente más corta que la derecha. Lleva un taco alto. Pelo corto y negro sale de sus orejas y de sus fosas nasales, y carece de cabello en la coronilla, pero da a Samantha y Claire permiso para explorar toda la casa. Fue el señor Coeslak quien les dijo que hay serpientes cabeza de cobre en el bosque, y que la casa está encantada. Dice que todos ellos, fantasmas y serpientes, andan de muy mal humor, y que Samantha y Claire deben mantenerse en los senderos marcados, y no ingresar al ático.
            El señor Coeslak puede distinguir a las gemelas, aún si su padre no puede; los ojos de Claire son grises, como el pelaje de un gato, dice, pero los de Samantha son grises[1], como el océano cuando ha estado lloviendo.
Samantha y Claire fueron a caminar por el bosque al segundo día de estar en Ocho Chimeneas. Vieron algo. Samantha pensó que era una mujer, pero Claire dijo que era una serpiente. La escalera que lleva al ático está cerrada con llave. Atisbaron a través del agujero de la cerradura, pero estaba demasiado oscuro para ver algo.

Y entonces tuvo una esposa, y dijeron que era verdaderamente hermosa. Había otro hombre que quería estar con ella, y primero ella no quiso, porque tenía miedo de su marido, y luego lo hizo. Su esposo los descubrió, y dicen que mató una serpiente y tomó parte de la sangre del animal y la mezcló con whisky, y se lo dio a ella. Había aprendido esto de un isleño que había estado en un barco con él. Y a los seis meses en ella aparecieron serpientes, entre su carne y su piel. Y dicen que se las podía ver subiendo y bajando por las piernas. Dicen que la parte superior de su cuerpo estaba hueca, y que continuó así hasta que ella murió. Mi papá dijo que la vio.
—Una Historia Oral de Ocho Chimeneas

Ocho Chimeneas tiene alrededor de doscientos años de antigüedad. Toma su nombre de las ocho chimeneas que son suficientemente grandes como para que Samantha y Claire se puedan meter en el hogar. Las chimeneas son de ladrillo rojo, y en cada planta hay ocho hogares, hasta sumar un total de veinticuatro. Samantha imagina a los cañones de las chimeneas estirándose hacia arriba como troncos de árboles, inmensos y rojos, a través del techo de pizarra de la casa. Junto a cada hogar hay un morillo pesado y negro, y un conjunto de atizadores de hierro forjado con la forma de serpientes. Claire y Samantha fingen duelos con los atizadores-serpiente delante del hogar en su dormitorio en la tercera planta. El viento se elevaba por la parte de atrás de la chimenea. Cuando meten sus caras en el interior, pueden sentir el aire húmedo precipitándose hacia arriba, como un río. El tiro de la chimenea huele a viejo, a carbón y a humedad, como las piedras de un río.
            Su dormitorio es a la vez el cuarto de juegos. Duermen juntas en una cama con dosel que parece una nave con cuatro mástiles. Huele a naftalina, y Claire patea durante el sueño. Charles Cheatham Rash durmió aquí cuando era niño, y también su hermana. Ella desapareció con su padre. Tal vez se debiera a deudas de juego. Puede que se hubiesen mudado a Nueva Orleáns. El señor Coeslak dijo que ella tenía catorce años. Cuál era su nombre, preguntó Claire. Qué le sucedió a su madre, quiso saber Samantha. El señor Coeslak cerró los ojos casi en un guiño. La señora Rash murió el año anterior a que su marido y su hija desaparecieran, dijo, de una misteriosa enfermedad que la debilitó. No podía recordar el nombre de la niña, dijo.
Ocho Chimeneas tiene exactamente cien ventanas, todas aún con los paneles de cristales originales. Con tantas ventanas, piensa Samantha, Ocho Chimeneas siempre tendría que estar llena de luz, pero los árboles están tan cerca de la casa que las habitaciones de las primeras dos plantas  —incluso las de la tercera— son verdes y oscuras, como si Samantha y Claire estuvieran viviendo bajo el mar. Ésta es la luz que convierte a los turistas en fantasmas. Por la mañana, y nuevamente hacia el atardecer, se forma una neblina en torno a la casa. A veces es gris como los ojos de Claire, otras es gris como los ojos de Samantha.

Encontré una mujer en el bosque,
Sus labios eran dos serpientes rojas.
Me sonrió, sus ojos eran lascivos
Y quemaban como el fuego.

Hace unas pocas noches, el viento estaba silbando en la chimenea de la habitación de juegos. Su padre ya las había hecho entrar y apagado la luz. Claire desafió a Samantha a que metiera la cabeza en el hogar, en la oscuridad, y así lo hizo. El frío aire húmedo lamió su rostro y casi sonaba como si hubiera voces hablando bajo, en murmullos. No pudo descubrir lo que decían.
            Su padre ignora a Claire y Samantha desde que llegaron a Ocho Chimeneas. Nunca menciona a su madre. Una tarde lo escucharon gritando en la biblioteca, y cuando bajaron las escaleras, descubrieron una enorme mancha viscosa sobre el escritorio, donde se había volcado la copa de whisky. Estaba mirándome, dijo, a través de la ventana. Tenía ojos color naranja.
            Samantha y Claire se abstuvieron de señalar que la biblioteca está en la segunda planta.
            Por las noches, la respiración de su padre es dulce por la bebida, y pasa cada vez más tiempo en el bosque y menos en la biblioteca. En la cena, generalmente salchichas y arvejas cocidas en lata, que comen en platos de cartón en el comedor de la planta baja, bajo la araña austriaca (que tiene exactamente 632 caireles de cristal con la forma de lágrimas), su padre recita poesía de Charles Cheatham Rash, que no le gusta ni a Samantha ni a Claire.
            Él ha estado leyendo los diarios del barco que escribió Rash, y dice que descubrió una prueba en ellos de que el más famoso de sus poemas, “El sombrero del Especialista”, no es un poema y, en todo caso, Rash no lo escribió. Es algo que uno de los hombres del ballenero acostumbraba decir para convocar una ballena. Rush simplemente lo copió, le pegó un final y dijo que era suyo.
            El hombre era de Mulatuppu, un lugar del cual nunca escucharon hablar ni Samantha ni Claire. Su padre dice que se suponía que era algún tipo de mago, pero se ahogó poco después de que Rash regresara a Ocho Chimeneas. Su padre dice que los otros marineros quisieron arrojar el baúl del mago por la borda, pero Rash los persuadió de que lo dejaran retenerlo hasta que pudiera desembarcar, con el baúl, en la costa de Carolina del Norte.

El sombrero del especialista hace ruido como un agouti;
El sombrero del especialista hace ruido como un pecarí de collar;
El sombrero del especialista hace ruido como un pecarí labiado;
El sombrero del especialista hace ruido como un tapir;
El sombrero del especialista hace ruido como un conejo;
El sombrero del especialista hace ruido como una ardilla;
El sombrero del especialista hace ruido como un muitú;
El sombrero del especialista gime como una ballena en el agua;
El sombrero del especialista gime como el viento en el pelo de mi esposa;
El sombrero del especialista hace ruido como una serpiente;
Tengo colgado el sombrero del especialista en mi pared.

Claire y Samantha tenían una niñera porque su padre encontró a una mujer en el bosque. Va a verla por las noches, y tienen una cena campestre y miran las estrellas. Ésta es la época del año en que se pueden ver los meteoros perseidas cayendo a través del cielo en las noches claras. Su padre dijo que ha estado caminando con la mujer todas las tardes. Ella es una pariente lejana de Rash y, además, dijo, él necesita pasar la noche afuera y tener un poco de conversación adulta.
            El señor Coeslak no permanece en la casa después de la oscuridad, pero estuvo de acuerdo en buscar a alguien para que se ocupe de Samantha y Claire. Su padre no pudo encontrar al señor Coeslak, pero la niñera apareció a las siete en punto. La niñera, cuyo nombre no había retenido ninguna de las dos gemelas, llevaba un vestido azul de algodón de mangas cortas. Tanto Samantha como Claire pensaron que ella era bonita en una forma un poco pasada de moda.
            Estaban en la biblioteca con su padre, buscando Mulatuppu en su atlas de cuero rojo, cuando llegó. No tocó en la puerta principal, simplemente entró y luego subió las escaleras, como si supiera dónde encontrarlos.
            Su padre les dio un beso de despedida, algo rápido, diciéndoles que se porten bien y que las llevaría al pueblo el fin de semana para ver una película de Disney. Fueron hasta la ventana para observarlo caminar hacia el bosque. Ya estaba cayendo la oscuridad y había luciérnagas, diminutas chispas amarillas en el aire. Cuando su padre hubo desaparecido por completo entre los árboles, se volvieron y contemplaron a la niñera. Ella alzó una ceja.
            —Bien —dijo—. ¿Qué tipo de juegos les gusta jugar?

A contramano alrededor de las chimeneas
Una vez, dos, una vez más.
Los rayos cliquean como un reloj en la bicicleta;
El tic tac se traga los días de la vida de un hombre.

Primero jugaron A la pesca, luego Ocho Locos, y después convirtieron a la niñera en una momia al ponerle espuma de afeitar del baño de su padre sobre sus brazos y piernas, para luego envolverla en papel higiénico. Era la mejor niñera que tuvieron alguna vez.
            A las 9.30, ella trató de llevarlas a la cama. Ni Claire ni Samantha quisieron irse a dormir, así que comenzaron a jugar el juego de la Muerte. El juego de la Muerte es uno de “Imaginarse que” que habían estado jugando todos los 274 días hasta ahora, pero nunca delante de su padre o de algún otro adulto. Cuando están Muertas, les permiten hacer todo lo que quieran. Incluso pueden volar al saltar desde la cama de la habitación de juegos, y sólo sacudiendo sus brazos. Algún día funcionará si lo practican lo suficiente.
            El juego de la Muerte tiene tres reglas.
            Uno. Los números son significativos. Las gemelas tienen una lista de números importantes en una libreta verde de direcciones que perteneció a su madre. Las recorridas del señor Coeslak son una buena fuente de cantidades y cuentas significativas: ellas están escribiendo una historia trágica de los números.
            Dos. Las gemelas no juegan al juego de la Muerte delante de adultos. Evaluaron a la niñera y decidieron que no tenía importancia. Le contaron las reglas.
La tercera es la mejor y la más importante de las reglas. Cuando estás Muerta, no temes a nada. Samantha y Claire no están seguras de quién es el Especialista, pero no le temen.
            Para llegar a estar Muerta, retienen la respiración mientras cuentan hasta 35, que es hasta donde llegó su madre, sin contar unos pocos días más.
            —Nunca viviste aquí —dice Claire—. El señor Coeslak vive aquí.
            —No por la noche —dice la niñera—. Éste era mi dormitorio cuando era pequeña.
            —¿De verdad? —dice Samantha. Y Claire dice: —Pruébalo.
            La niñera echa una mirada a Samantha y Claire, como si las estuviera valorando: edad, inteligencia, valentía. Entonces asiente. El viento está en el tiro de la chimenea, y en la sombría luz de la habitación de juegos pueden ver las hebras de niebla filtrándose desde el hogar.
            —Ve y métete dentro de la chimenea —le instruye—. Extiende tu mano tan lejos como puedas, hay un pequeño agujero sobre el lado izquierdo, con una llave en él.
            Samantha mira a Claire, quien dice:
            —Vamos. —Claire es quince minutos, y algunos segundos que no cuentan, mayor que Samantha, por eso le dice a Samantha qué hacer. Samantha recuerda las voces murmurantes y entonces se acuerda que ella está Muerta. Va hasta el hogar y se mete, agachándose.
            Cuando Samantha se pone de pie en la chimenea, sólo puede ver el mismo borde de la habitación. Puede ver la punta de la alfombrilla azul apolillada, y una pata de la cama, y junto a ella, el pie de Claire, balanceándose delante y atrás como un metrónomo. El nudo del cordón se deshizo y tiene una banda adhesiva protectora en el tobillo. Todo parece muy agradable y pacífico desde el interior de la chimenea, como en un sueño, y durante un momento casi desea no tener que estar Muerta. Pero así es más seguro.
            Extiende su mano hacia la izquierda tanto como puede, tanteando a lo largo de la pared granulosa, hasta que siente una hendidura. Piensa en arañas, dedos cortados y hojas de afeitar oxidadas, y entonces alcanza el interior. Mantiene su mirada hacia abajo, enfocada en el rincón de la habitación y el pie nervioso de Claire.
            Dentro del agujero hay una pequeña llave fría, con sus dientes hacia fuera. La saca y se agacha para regresar a la habitación.
            —No mentía —dice a Claire.
            —Por supuesto que no mentía —dice la niñera—. Cuando estás Muerta, no tienes permitido mentir.
            —A menos que quieras —dice Claire.

Lúgubre y horroroso el mar azota la playa.
Pálida y goteante es la niebla en la puerta.
El reloj en la sala repica una, dos, tres, cuatro.
La mañana no llega, no, nunca, jamás.

Samantha y Claire han ido a acampar durante tres semanas todos los veranos desde que tienen siete años. Este año su padre no les preguntó si querían hacerlo y, después de discutirlo, decidieron que así estaba bien. No querían tener que explicar a todos sus amigos cómo es que ahora eran medio huérfanas. Acostumbraban envidiarlas porque eran gemelas idénticas. No querían dar lástima.
            Todavía no ha pasado un año, pero Samantha comprende que está olvidando cómo se veía su madre. No tanto el rostro de su madre sino la forma en que olía, que era algo entre heno seco y Chanel No. 5, y también algo más. No puede recordar si tenía ojos grises como ella o grises como Claire. Ya no sueña con su madre, sino que lo hace sobre un Príncipe Azul, uno que tenía un zaino con quien cabalgó una vez en la exhibición de caballos en el campamento. En el sueño, el Príncipe Azul no huele como un caballo. Huele a Chanel No. 5. Cuando ella está Muerta, puede tener todos los caballos que quiere, y que todos huelan a Chanel No. 5. 
            —¿Dónde va la llave? —dice Samantha.
            La niñera toma su mano.
            —En el ático. En verdad no la necesitas, pero usar las escaleras es más fácil que usar la chimenea. Al menos la primera vez.
            —¿No vas a hacernos ir a la cama? —dice Claire.
            La niñera ignora a Claire.
            —Mi padre solía encerrarme en el ático cuando era pequeña, pero no me importaba. Había una bicicleta allí arriba y acostumbraba andar alrededor de las chimeneas hasta que mi madre me dejaba salir. ¿Sabes andar en bicicleta?
            —Por supuesto —dice Claire.
            —Si andas lo suficientemente rápido, el Especialista no te puede alcanzar.
            —¿Qué es el Especialista? —dice Samantha. Las bicicletas están bien, pero los caballos van más rápido.
            —El Especialista lleva un sombrero —dice la niñera—. El sombrero hace ruidos.
            No dice nada más.

Cuando estás muerto, la hierba es más verde
Sobre tu tumba. El viento es más penetrante.
Tus ojos se hunden, tu carne decae. Te
Acostumbras a la lentitud; la espera tarda.

De alguna forma, el ático es más grande y más solitario de lo que pensaban Samantha y Claire. La llave de la niñera abre la puerta al final del vestíbulo, revelando un angosto tramo de escaleras. Las anima a adelantarse y subir.
            No hay tanta oscuridad en el ático como habían imaginado. Los robles que obstruyen la luz y vuelven durante el día tan oscuras, verdes y misteriosas las tres primeras plantas, no llegan hasta aquí arriba. La exuberante luz de la luna, polvorienta y pálida, mana desde las ventanas abuhardilladas. Ilumina el ático a lo largo, que es tan grande como para contener un campo de softbol, y pilas de troncos hacen que Samantha se imagine que son personadas sentadas, o que podrían estar escondidas observando. El techo tiene una pendiente hacia abajo, y es atravesado por los ocho gruesos cañones de las chimeneas. En algún sentido, las chimeneas también parecen estar vivas, contenidas en este lugar vacío y descuidado; empujan casi con enfado a través del piso y el techo del ático. A la luz de la luna parecen respirar.
            —Son tan hermosas —dice ella.
—¿Cuál de las chimeneas es la de la habitación de juegos? —dice Claire.
La niñera señala la más cercana de las columnas, a la derecha.
—Ésa —dice—. Asciende desde el salón de baile en la primera planta, la biblioteca, la habitación de juegos.
Colgando de un clavo en la chimenea de la habitación de juegos hay un gran objeto negro. Parece abultado y pesado, como si estuviera lleno de cosas. La niñera lo toma, gira sobre su dedo. Hay agujeros en el objeto negro y silba sombríamente cuando lo gira.
—El sombrero del Especialista —dice.
—Eso no parece un sombrero —dice Claire—. No se parece en lo más mínimo. —Va y mira entre las cajas y baúles que hay apilados contra la pared más lejana.
—Es un sombrero especial —dice la niñera—. No se supone que se parezca a algo. Pero puede sonar como cualquier cosa que puedas imaginar. Lo hizo mi padre.
—Nuestro padre escribe libros —dice Samantha.
—Mi padre también lo hacía. —La niñera cuelga el sombrero negro en el clavo. Se comba oscuramente contra la chimenea. Samantha lo contempla. Le relincha—. Fue un mal poeta, pero era peor como mago.
Durante el último verano, lo que más deseó Samantha fue tener un caballo. Pensó que renunciaría a todo por uno, incluso ser gemela no era tan bueno como tener un caballo. Todavía no tenía un caballo, pero tampoco tenía madre, y no ayudaría preguntarse si era su culpa. El sombrero relincha otra vez, o tal vez sea el viento en la chimenea.
            —¿Qué le sucedió? —pregunta Claire.
            —Una vez que hizo el sombrero, vino el Especialista y se lo llevó. Me escondí en la chimenea de la habitación de juegos mientras lo buscaba, y no me encontró.
            —¿Te asustaste?
            Las sobresalta un estrépito. Claire ha encontrado la bicicleta de la niñera y está llevándola hacia ellas tomada del manubrio. La niñera se encoge de hombros.
            —Regla número tres —dice.
            Claire arrebata el sombrero del clavo.
            —¡Soy el Especialista! —dice, poniéndose el sombrero sobre la cabeza. Cae sobre sus ojos, el borde blando y sin forma, remendado con pequeños botones asimétricos que reflejan y atrapan la luz de la luna como dientes. Samantha mira otra vez y ve que son dientes. Sin contarlos, de pronto sabe que hay exactamente cincuenta y dos dientes en el sombrero, y que son dientes de agoutis, muitús, pecarís labiados y de la esposa de Charles Cheatham Rash. Las chimeneas están gimiendo, y la voz de Claire retumba huecamente bajo el sombrero—. Huye, o te atraparé. ¡Te comeré!
            Samantha y la niñera escapan, ríen mientras Claire monta la bicicleta oxidada y ruidosa y pedalea frenéticamente tras ellas. Hace sonar el timbre mientras avanza, y el sombrero del Especialista se balancea sobre su cabeza. Escupe como un gato. El timbre es estridente y débil, y la bicicleta gime y chirría. Se dirige primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Las rodillas de Claire sobresalen para uno u otro lado como contrapesos improvisados.
            Claire zigzaguea entre las chimeneas, persiguiendo a Samantha y a la niñera. Samantha hace más lento su recorrido, volviéndose para mirar hacia atrás. Mientras se aproxima, Claire mantiene una mano sobre el manubrio y extiende la otra hacia Samantha. Justo cuando está por aferrar a Samantha, la niñera se vuelve y arranca el sombrero de la cabeza de Claire.
            —¡Mierda! —dice la niñera, y lo deja caer. Hay una gota de sangre formándose en la parte carnosa de la mano de la niñera, negra a la luz de la luna, donde el sombrero del Especialista la ha mordido.
            Claire se baja de la bicicleta, riendo tontamente. Samantha observa mientras el sombrero del Especialista rueda alejándose. Toma velocidad, se retuerce por el piso del ático, y desaparece, haciendo un ruido sordo en las escaleras.
            —Ve y recógelo —dice Claire—. Tu puedes ser el Especialista esta vez.
            —No —dice la niñera, chupándose la palma—. Es tiempo de irse a la cama.
            Cuando bajan por las escaleras, no hay ninguna señal del sombrero del Especialista. Se cepillan los dientes, se suben a la nave-cama y se tapan con los cobertores hasta el cuello. La niñera se sienta entre sus pies.
            —Cuando estás Muerta —dice Samantha—, todo es mucho más fácil. No tienes que hacer nada que no quieras. No tienes que tener nombre, no tienes que recordar. Ni siquiera tienes que respirar.
            Ella les muestra con exactitud lo que quiere decir.

Cuando tiene tiempo para pensar en eso (y ahora tiene todo el tiempo del mundo para pensar), Samantha comprende con un poco de remordimiento que ella ahora está metida indefinidamente entre los diez y los once años, con Claire y la niñera. Medita sobre esto. El número 10 es agradable y redondo, como una pelota playera, pero, así y todo, no ha sido un año fácil. Se pregunta cómo habrían sido los 11. Tal vez más agudos, como las agujas. En lugar de eso, ella ha elegido estar Muerta. Espera haber tomado la decisión correcta. Se pregunta si su madre hubiese decidido estar Muerta, en lugar de muerta, si hubiera podido.
            El último año aprendió fracciones en la escuela, cuando su madre murió. Las fracciones le recuerdan a Samantha los tropeles de caballos salvajes, moteados, pintos y palominos. Hay tantos de ellos, y son, bien, imprevisibles y rebeldes. Justo cuando se cree que se tiene uno bajo control, levanta la cabeza y te tira. El número favorito de Claire es el 4, que ella dice que es un muchacho alto y delgado. A Samantha no le importan mucho los muchachos. Le gustan los números. Toma el número 8, por ejemplo, se pueden decir varias cosas a la vez. Mirado de un modo, el 8 parece como una mujer inclinada con el pelo rizado. Pero si lo pones sobre un lado, parece una serpiente enroscada con la cola en su boca. Éste es el tipo de cosas que hacen la diferencia entre estar Muerto, y estar muerto. Tal vez cuando Samantha se canse de una, intente con la otra.
            En el prado, bajo los robles, escucha a alguien pronunciando su nombre. Samantha sale de la cama y va hasta la ventana de la guardería. Mira a través del vidrio ondulado. Es el señor Coeslak.
            —¡Samantha, Claire! —las llama—. ¿Está todo bien? ¿Está allí tu padre? —Samantha casi puede ver la luz de la luna brillando a través de él—. Ellos siempre me encierran en el cuarto de herramientas. Malditas cosas espeluznantes —dice—. ¿Estás ahí, Samantha? ¿Claire? ¿Chicas?
            La niñera viene y se para junto a Samantha. Pone un dedo sobre su labio. Los ojos de Claire relucen hacia ellas desde la cama oscura. Samantha no dice nada, pero saluda al señor Coeslak. La niñera también saluda. Tal vez pueda verlas saludar, porque después de un rato deja de gritar y se va.
            —Ten cuidado —dice la niñera—. Él regresará pronto. Lo hará muy pronto.
            Toma la mano de Samantha y la conduce de nuevo a la cama, donde Claire está esperando. Se sientan y esperan. Pasa el tiempo, pero no sienten cansancio, y no envejecen.

¿Quién está allí?
Sólo el aire.

En la primera planta se abre la puerta del frente, y Samantha, Claire y la niñera pueden escuchar que alguien se arrastra, se arrastra escaleras arriba.
            —Quédense quietas —dice la niñera—. Es el Especialista.
            Samantha y Claire están quietas. La habitación de juegos está oscura y el viento crepita como un fuego en el hogar.
            —¿Claire, Samantha, Samantha, Claire? —La voz del Especialista es farragosa y húmeda. Suena como la voz de su padre, pero eso es porque el sombrero puede imitar cualquier sonido, cualquier voz—. ¿Todavía están despiertas?
            —Rápido —dice la niñera—. Hay que subir al ático y esconderse.
            Claire y Samantha se deslizan de debajo de los cobertores y se visten apresurada y silenciosamente. La siguen. Sin hablar, sin respirar, las lleva hacia la seguridad de la chimenea. Está demasiado oscuro para ver, pero comprenden perfectamente cuando la niñera dice sin pronunciar la palabra arriba. Ella va primero, así que pueden ver donde están los lugares para apoyar los dedos y los ladrillos que sobresalen para poder poner sus pies. Luego Claire. Samantha observa los pies de su hermana ascender como humo, los cordones todavía sin atar.
            —¿Claire? ¿Samantha? Maldita sea, me están asustando. ¿Dónde están? —El Especialista está parado justo en frente de la puerta a medio abrir—. ¿Samantha? Creo que me mordió una maldita serpiente. —Samantha vacila durante sólo un segundo. Entonces sube y sube por la chimenea de la habitación de juegos.

Tit. orig.: “The Specialist’s Hat”
Traducido por Luis Pestarini
CC 1998 by Kelly Link




[1] Juego de palabras intraducible. En el original utiliza las dos formas del término ‘gris’ en inglés: gray (uso norteamericano) y grey (uso británico). N. del t.

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