sábado, 6 de mayo de 2023

Las revistas de ciencia ficción (VIII): Parsec, por Luis Pestarini

 


En 1984, bajo la recién reestrenada democracia, había en Argentina un ambiente cultural muy dinámico, que se daba como respuesta a la represión que se vivió durante la dictadura. Tuvo su eco en el campo de la ciencia ficción con la aparición de varias revistas en pocos meses, la mayoría de ellas no eran publicaciones comerciales sino de aficionados, lo que conllevaba a una circulación y una producción más restringidas. Entre ellas estuvo Cuásar. La revista Parsec compartía ambos mundos porque su producción se acercaba bastante a las de las revistas de aficionados, pero tenía una presentación y una distribución comerciales.

Entonces El Péndulo, modelo entre las revistas de género, estaba en una pausa entre sus segunda y tercera etapas, mientras que Minotauro estaba en activo. La vara estaba muy alta en cuanto a contenidos literarios y presentación. En ese marco hizo su aparición Parsec ciencia-ficción, una revista más modesta pero cuidada, que publicó seis números mensuales entre junio y noviembre de 1984. El contexto económico no le era muy favorable. Para tener una idea, el precio del número 1 era de $a 120 y el de la última edición, la sexta, publicada seis meses después, se vendió al triple: $a 460.- Ediciones Filofalsía, la editorial que estaba detrás del proyecto, no pudo sostener la revista, que no cumplió con las expectativas en cuanto a ventas. Pensemos la sideral diferencia de Filofalsía con Ediciones de la Urraca, que publicaba El Péndulo y la revista Humo®, una de las publicaciones más exitosas en ventas e influencias de Argentina en el pasado siglo, y Editorial Sudamericana, una de las tres editoriales más importantes de ese momento en nuestro país, que estaba detrás de Minotauro. En otros rubros se hablaría de competencia desleal, pero no podemos inclinarnos por esta opción este caso: Parsec fue una propuesta que no fue bien pensada comercialmente, pero con independencia de esto dejó su marca en las publicaciones periódicas del género.

A cargo de la dirección editorial, o sea de los contenidos, estuvo Sergio Gaut vel Hartman, quien además estaba editando su propia revista, Sinergia. La fórmula de la revista era bastante sencilla: cuentos de autores anglosajones renombrados junto a uno o dos relatos de autores rioplatenses, más una sección de correo buscando recuperar la mística que tuvo aquella sección de Más Allá, y otra de información. Hubo una prueba previa: Parsec Antología 1, una selección de relatos con detalladas presentaciones realizada por Gaut vel Hartman. El libro estaba a mitad de camino entre una publicación comercial y otra under, y lo sostenía la misma fórmula que después se aplicaría a la revista: grandes nombres de la ciencia ficción anglosajona pero con relatos menores. Es que este esquema tenía un problema: el director editorial no sabía inglés y durante un tiempo cayó en el error (que hemos cometido muchos) de pensar que si un cuento estaba firmado por una figura como Bester o Sheckley, tenía que ser bueno. Así, el primer número de Parsec es una constelación de estrellas: Wolfe, Disch, Zelazny, Leiber, Sheckley, más Gorodischer y el flojito francés Hubert. Pero casi todos aportan obras menores.


Con el correr de las ediciones, este problema se fue corrigiendo gracias a las propuestas de algunos colaboradores, apareciendo en sus páginas obras notables como “La cruz y el dragón” de George R. R. Martin (n° 3). Entre los relatos de autores hispanoparlantes la situación fue menos despareja, sin baches profundos, destacándose la novela corta “Un paseo por Camarjali” de Eduardo Abel Giménez (n° 3, 4 y 5), y “Mopsi, te odio”, de Eduardo Carletti (n° 4).

Parsec tenía un formato de 20 x 14 cm y 98 páginas por número. El diseño de la revista estuvo a cargo Omar Comin, y no estaba nada mal, y las profusas ilustraciones de los cuentos eran realizadas mayormente por el mismo Comin y Pablo Ruina. En los números 3 al 6 también se publicó una historieta de corte experimental, “Ident”, con dibujos de Comin y textos de Miguel Doreau, seudónimo de Daniel Rubén Mourelle, que aparecía como director ejecutivo.

En el último número de Parsec, el sexto, publicado en noviembre de 1984, se anunciaba que ya no tendría distribución comercial, que se vendería por suscripción o retirándola en la oficina de Filofalsía. Previsiblemente, esto no iba a funcionar y el nivel de suscriptores no alcanzó ni remotamente para editar un séptimo número. Los cuentos que ya estaban seleccionados pasaron a integrar una sección en la revista Clepsidra, que también publicaba Filofalsía, que mezclaba cuentos, poesía, filosofía, ensayos literarios, entre otras cosas, a partir del número 4 y aproximadamente hasta el 12. En 1986 también apareció la antología Parsec XXI, preparada por Mourelle con cuentos de autores argentinos, pero parecía más un desprendimiento de Clepsidra que de Parsec.


Está claro que Parsec no tuvo suerte en el momento en que se publicó. La revista podría haber tenido una sobrevida mucho mayor si las condiciones de la economía argentina hubieran sido más estables. Pera también es cierto que no se calculó con realismo las posibilidades del mercado editorial para una publicación de sus características. También hay que mencionar que tuvo problemas de distribución, como toda producción independiente, y que fue pésima la impresión de varios números, al punto en que había que revisar cada ejemplar porque se podían encontrar páginas en blanco, repetidas, faltantes, invertidas, etc. Cuando se saldó años después la mayoría de los ejemplares estaban fallados. Hoy se pueden encontrar los seis números en el mercado de usados sin demasiada dificultad y a precios accesibles.

martes, 24 de enero de 2023

Las colecciones de ciencia ficción (III): Emecé, segunda parte, por Luis Pestarini

 


15. Asimov, Isaac. Lo mejor de Isaac Asimov: elegido por Isaac Asimov (The best of Isaac Asimov, 1973) 1976. 338 p. Traducido por Clive N. Hibbert. Contiene: Varados frente a Vesta. Al caer la noche. Tobogán C. A la manera marciana. La profundidad. Cómo se divertían. La última pregunta. El pasado muerto. La noche agonizante. Aniversario. La bola de billar. Espejo-imagen.

La obra de Asimov (1920-1991) está considerada como la quintaesencia de la ciencia ficción, con lo que él mismo estaría de acuerdo, pero el paso del tiempo ha dejado sus marcas y la va ubicando en un lugar más modesto. Esta selección reunida por el mismo Asimov es una excelente muestra de su talento y una muy buena puerta de entrada para neófitos.

 

16. Herbert, Frank. Proyecto 40 (Hellstrom’s hive, 1973) 1976. 291 p. Traducido por Thamara Hormaechea.

Aunque poco conocida, esta novela está considerada como la obra más elaborada y lograda de Herbert (1920-1986) después de la serie “Dune”. Curiosamente el título bajo el que se publicó en español es el mismo bajo el cual se serializó en la revista Galaxy, y no el de la edición en libro. Presenta una suerte de experimento entomológico con una colonia humana subterránea  que vive de acuerdo a los principios de un panal de abejas, donde la comunidad es más importante que el individuo. Según señala John Clute en The Encyclopedia of Science Fiction: “La novela señala las contradicciones de una sociedad que, en sus propios términos, es una utopía exitosa, pero desde un punto de vista humano externo es horrorífica”.

 


17. Sturgeon, Theodore. Nuevamente Sturgeon (Sturgeon is alive and well..., 1971) Buenos Aires: Emecé, 1976. 299 p. (Ciencia ficción, 17) Traducido por Thamara Hormaechea. Contiene: De aquí y el caballete. Escultura lenta. ¡Eres tú! Hay que cuidar a Joey. El cajón. La muchacha que sabía lo que querían decir. El punto débil de Jorry. ¡No es nada! Zapatos marrones. El tío Fremmis. El esquema de Dorne. Suicidio.

La carrera literaria de Sturgeon (1918-1985) entró en franca decadencia a comienzos de los años sesenta, período al que pertenecen casi todos los relatos de este volumen. A pesar de ello, “Escultura lenta” ganó los premios Hugo y Nebula, probablemente un reconocimiento más a toda su carrera que a este relato en particular. Para leer a Sturgeon en versiones cortas mucho mejor comenzar con Regreso o La fuente del unicornio, donde se muestra en todo su esplendor.

 

18. Clarke, Arthur C. Alcanza el mañana (Rearch for tomorrow, 1956) 1976. 200 p.  Traducido por Alberto L. Galimidi. Contiene: Partida de rescate. Un paseo en la oscuridad. El enemigo olvidado. Error técnico. El parásito. Los fuegos interiores. El despertar. Problema con los nativos. La maldición. Flecha del tiempo. Júpiter Cinco. Los poseídos.

A mediados de los setenta, Clarke estaba en pleno ascenso de popularidad gracias a 2001, Una Odisea Espacial de Kubrick y al éxito que había conseguido con Cita con Rama, por ende cualquier libro que lo tuviera como autor tenía garantizada buenas ventas. Esta es la explicación por la que se publicó este libro, que ya tenía más de dos décadas en su edición en inglés, que no incluye ninguno de los cuentos memorables. Los doce relatos fueron publicados entre fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta y la mayoría pasa sin pena ni gloria.

 

19. Asimov, Isaac, comp. Ganadores del premio Hugo (The Hugo winners, 1971) 1977. 283 p. Traducido por Alberto L. Galimidi. Contiene: Señores de dragones, Jack Vance. Soldado, no preguntes, Gordon R. Dickson. Estrella neutrónica, Larry Niven. El tiempo considerado como una hélice de piedras semipreciosas, Samuel R. Delany.

Segunda parte del volumen The Hugo Winners, cuya primera parte se publicó como Los mejores cuentos de ciencia ficción en la edición sexta de esta colección. Como el primero, es una lectura muy recomendable. De ambos volúmenes quedaron afuera suficientes relatos como para armar un tercer libro, que nunca fue publicado.

 

20. Hoyle, Fred y Geoffrey. En el espacio profundo (In deepest space, 1974) 1977. 255 p. Traducido por María Rezzano de Martini.

Tan sin rumbo parecía de a ratos la selección de libros de la colección que publicaron esta novela, que es secuela de otra, Rockets in Ursa Major (1969), inédita en español hasta hoy. Es una space opera didáctica que incluye una suerte de visita guiada por un alienígena a través de un agujero negro. Olvidable.

 

21. Clarke, Arthur C. Regreso a Titán (Imperial Earth, 1975) 1977. 293 p. Traducido por J. Ferrer Aleu.  

Clarke creía que esta era su obra maestra, el libro por el cual sería recordado, por encima de El fin de la infancia, Cita con Rama y 2001, una odisea espacial. Narra el periplo de un representante de la casa gobernante de Titán, una suerte de monarquía, que viaja a la Tierra con motivo de los 500 años de la independencia de Estados Unidos, en  2276. En la novela hay recurrentes reflexiones y especulaciones sobre el futuro que, en parte, han quedado muy lejos de concretarse a menos de medio siglo de su publicación. Melodramática de a ratos, al menos cuando se publicó era la novedad más reciente de su autor. Vale resaltar que hay alguna sugerencia de que el protagonista tiene una relación homosexual, por lo que fue prohibido en algunas escuelas.

 

22. Priest, Christopher. La máquina espacial (The space machine, 1976) 1977. 315 p.  Traducido por Claudia A.


Hortas.

Esta novela es un homenaje a la literatura de Wells y, en particular, a La máquina del tiempo y a La guerra del mundo. El homenaje llega al punto de recrear la forma de narrar del autor inglés y a definir un ambiente donde conviven tecnologías muy diferentes como el tren a vapor y el viaje a otro planeta. Cuando la trama transcurre en Marte, se vislumbra el cómo y los por qué de la famosa invasión. Sin proponérselo, es un auténtico antecedente del steampunk. Mucho trabajo detrás del libro que resulta finalmente poco sustancioso porque parece más concentrado en el juego/homenaje a Wells pero sin su crítica social ni su especulación política.

 

23. Harrison, Harry. Catástrofe en el espacio (Skyfall, 1976) 1977. 296 p. Traducido por Edith Zilli.

En tiempos de cine catástrofe también medraron las novelas catástrofe, género al que pertenece este libro. Una gigantesca nave espacial se avería en el espacio y comienza un lento descenso orbital sin control. Su contacto con la Tierra va a provocar una explosión mayor que una bomba atómica. Los tripulantes y los equipos en tierra, soviéticos y yanquis, hacen frenéticos esfuerzos por evitar que eso pase. Y allí están el cinismo y el oportunismo de los malos de turno: los políticos. No sale de lo convencional pero está bien hecha.

 


24. Silverberg, Robert. Sadrac en el horno (Shadrach in the furnace, 1976) 1978. 284 p. Traducido por Claudia Muscat.

Silverberg es tal vez el escritor más prolífico dentro de la ciencia ficción de calidad. Lleva publicando desde 1952 y su período más creativamente exitoso fue entre fines de los sesenta y mediados de los setenta, cuando por disconformidad con el tratamiento editorial que recibía su obra, dejó de escribir durante cuatro años. Esta novela es la última que publicó antes de esa pausa y está ambientada en un futuro en el cual, gracias a catástrofes naturales y ambientales, ha cambiado la faz de la Tierra, sobre la que se extiende un imperio dirigido por un tirano mongol. Está narrado por el médico personal del tirano, Sadrac Mordecai, y siempre muestra un contrapunto muy matizado en la relación entre el hombre más poderoso del mundo y el único hombre que tiene poder sobre él, ya que le brinda sobrevida a través de tratamientos y trasplantes. Es una novela menor del mejor Silverberg, e irregular, pero intensa.

 

25. Niven, Larry. Un mundo fuera del tiempo (A world out of time, 1976) 1978. 224 p. Traducido por Edith Zilli.

Niven (1938) es un adalid de la ciencia ficción dura y tal vez el escritor más sobrevalorado del género. De imaginación vívida, las tramas de sus novelas suelen presentar fuertes inconsistencias, adornadas por personajes poco definidos y bastante infantiles. Esta obra en particular tiene como disparador el despertar del protagonista en un nuevo cuerpo, distinto al propio que había sido criogenizado en su agonía. Sus salvadores le encargan una misión galáctica que traiciona para dedicarse a la exploración espacial, regresando por fin a la Tierra, en un lejano futuro donde el planeta es irreconocible. Niven tiene libros mejores.

 

26. Strugatsky, Arkadi; Strugatsky, Boris. Picnic extraterrestre (Piknik na obochone/Skazka o troike, 1977) 1978. 248 p. Traducido por Edith Zilli. Contiene: Picnic extraterrestre. Leyendas de la Troika.

El libro está compuesto por dos novelas cortas traducidas del inglés. Una de ellas, “Picnic extraterrestre”, es probablemente el mejor texto de ciencia ficción rusa conocido en español. Gira en torno a seis extrañas zonas que aparecen en la Tierra donde las leyes fìsicas no se aplican del mismo modo y donde se encuentran objetos de probable origen extraterrestre. La historia narra las actividades de los exploradores que ingresan ilegalmente para recuperar estos objetos y comercializarlos en el mercado negro. Es la base para la película Stalker de Andrei Tarkovsky. La otra novela corta, “Leyendas de la Troika”, es una oscura narración sobre el peligro de que la burocracia se torne dominante, un tema frecuentado por los hermanos. Arkadi (1925-1991) y Boris Strugatsky (1931-2012) tienen una obra consistente, original y comprometida que debería ser mejor conocida en nuestra lengua.

 

27. Priest, Christopher. Sueño programado (A dream of Wessex, 1977) 1978. 226 p. Traducido por Daniel Yagolkowski.

A comienzos de los ochenta realizan un experimento en el cual treinta y nueve personas intelectualemente brillantes son dormidas y se los proyecta en una realidad virtual consensuada en su imaginación, ambientada ciento cincuenta años en el futuro, sin recuerdos de su presente. La intención es explorar la sociedad que construyen y qué se puede aplicar en la sociedad del presente. Claro, esa es la intención del experimento, no del libro, que es una exploración del proceso creativo. La trama es compleja pero aún así resulta una lectura estimulante.

 

28. Bulychev, Kirill. Media vida en el espacio (Люди как люди, 1975) Prólogo por Theodore Sturgeon. 1979. 213 p. Traducido al inglés por Helen Saltz Jacobson. Contiene: Media vida. Yo fui el primero en hallarlos. Protesta. Por favor, ¿podría hablar con Nina? El ciervo rojo, el ciervo blanco. La doncella de nieve. El primer estrato de la memoria.

Este libro tiene varias curiosidades. Es uno de los pocos que no fue reeditado nunca, no hace referencia al traductor al español (la que figura es la traductora del ruso al inglés) y, claro, es el último de la colección. Bulychev (1934-2003) fue uno de los mejores escritores soviéticos/rusos modernos. La selección es variada en cuanto a calidad pero ofrece una interesante visión no occidental del género. El prólogo de Sturgeon aporta muy poco a la edición.

martes, 3 de enero de 2023

El escritor de ciencia ficción que anticipó la bomba atómica y casi termina preso, por Luis Pestarini


Los aficionados a la ciencia ficción con cierto recorrido nos hemos topado más de una vez con la historia sobre “Deadline”, un cuento de Clive Cartmill publicado en 1944, que atrajo la atención de las fuerzas de seguridad de Estados Unidos porque anticipaba la invención de la bomba atómica. El relato, literariamente irrelevante, tiene una versión en español como “Tiempo límite”, publicado en la antología La edad de oro 1944-1945, seleccionada por Isaac Asimov y editada por Martínez Roca en su colección Gran Super Ficción en 1989.

Hasta aquí no pasa de ser una anécdota que avala la capacidad de anticipación de la ciencia ficción, pero una reciente investigación de Steve Carper publicada en The New York Review of Science Fiction (ver aquí el texto en inglés) hecha más luz sobre la cuestión.

En su nota Carper explica el origen del conflicto. El director de la Oficina de Censura de los Estados Unidos en plena Segunda Guerra Mundial, Bryon Price, envió la siguiente nota a más de 2000 diarios y 11000 semanarios, para evitar que se publicara sobre determinados temas, a saber:

“Sobre la producción o utilización de la destrucción de átomos, energía atómica, fisión atómica, división atómica o cualquiera de sus equivalentes.

Sobre el uso con fines militares de radio o materiales radiactivos, agua pesada, equipos de descarga de alta tensión, ciclotrones.

Sobre los siguientes elementos o cualquiera de sus compuestos: polonio, uranio, iterbio, hafnio, protactinio, radio, renio, torio, deuterio.”

La nota no fue enviada a las revistas literarias porque nadie consideró que pudiera haber un conflicto en ellas, y probablemente también desconocían la existencia de las revistas pulp de ciencia ficción. Hacia septiembre de 1944, el equipo del Proyecto Manhattan había detectado 77 violaciones a la norma, informándolas a la Oficina de Censura. Si bien había antecedentes de especulación sobre la energía atómica tan lejanos como 1895 en la novela The Crack of Doom de Robert Cromie, era un tema que sólo aparecía en relatos de ciencia ficción.

Para contextualizar conviene recordar que un joven John W. Campbell había asumido la dirección de Astounding en 1938 y había convertido a la revista en la primera publicación del género auténticamente para adultos, alternando relatos de los futuros participantes de una era dorada del género (Asimov, Heinlein, Sturgeon, entre otros), con otros profesionales del oficio que sólo buscaban sumar unos dólares. Entre estos últimos estaba Cleve Cartmill (1908-1964), a quien el mismo Campbell le envió una carta sugiriéndole que escribiera un cuento sobre una superbomba en agosto de 1943. Después de una serie de intercambios donde Cartmill le pedía a Campbell más precisiones técnicas (no tenía formación científica, a diferencia de Campbell, que había estudiado en el MIT), finalmente le envió “Deadline”, que fue publicado en el número de marzo de 1944 de Astounding.

La historia cuenta las aventuras de un agente que es enviado detrás de las líneas enemigas para destruir una bomba atómica. Hay mucha información técnica, casi textual de cómo la había enviado Campbell, que no le suma nada a la trama pero pretende dar un soporte científico.

Poco después de su publicación, se presentó inesperadamente en la oficina de Campbell un agente del


Cuerpo de Contrainteligencia, Arthur Riley, con la intención de averiguar de dónde había tomado la información el autor del cuento. Las sospechas de Riley se dispararon cuando se enteró que Campbell había almorzado recientemente con Edgar Norton, que había realizado varias tareas para Bell Labs, empresa fuertemente involucrada en el Proyecto Manhattan, y con Will Jenkins (el escritor de ciencia ficción Murray Leinster), que había sido investigado por otro cuento un par de años antes.

Norton y Jenkins fueron entrevistados por separado para saber qué opinaban del cuento de Cartmill: el primero dijo que era una historia infantil mientras que Jenkins dijo que era muy bueno, pero ambos subrayaron que técnicamente era muy sólido y que la información presentada allí se podía encontrar en cualquier biblioteca. Mientras tanto se estableció un seguimiento de Cartmill, interceptando su correo postal y controlando sus movimientos.

Entrevistado en dos oportunidades por agentes de seguridad, Cartmill terminó presentando las cartas de Campbell donde le ofrecía los datos técnicos que volcó en el relato y que desataron la inquietud de las fuerzas de contrainteligencia. Campbell, de quien nadie podía dudar de su rancio patriotismo, fue amenazado con que si volvía a publicar un relato sobre energía atómica o alguna de sus derivaciones,  se le prohibiría enviar Astounding por correo, lo que significaría la quiebra automática de la revista. Después se supo que todo había escalado cuando un teniente coronel de la División de Inteligencia y Seguridad en Oak Ridge, Tennesse, W. B. Parsons, donde se generaba uranio purificado, había consultado a sus técnicos sobre la información científica del relato, que le contestaron que, si bien era pública, reunirla y acomodarla como se presentaba era altamente sospechoso y sólo lo podría hacer un experto. Campbell había asistido a un taller sobre energía atómica cuando estudiaba en el MIT. Finalmente la cuestión fue desestimada y se consideró que todo el esfuerzo y recursos destinados a investigar una supuesta filtración de información habían sido desperdiciados.

Apenas terminada la guerra, Jenkins aprovechó para publicar la primera novela sobre un mundo devastado tras un holocausto nuclear, The Murder of the U. S. A. (Atentado a los Estados Unidos. Barcelona: EDHASA, 1956. Nebulae, 28). Y llegó a afirmar que si el enemigo hubiera leído las revistas de ciencia ficción podría haber ganado la guerra. Cartmill estuvo cinco años sin publicar nada en revistas del género y luego lo hizo esporádicamente. Campbell continuó dirigiendo Astounding hasta su muerte en 1971, ya con el nombre de Analog.

Carper, el autor del artículo sobre el que se basa la información aquí presentada, identificó otros tres textos que infringieron la normativa de censura, todos considerados como ciencia ficción pero publicados fuera de los medios asociados al género.

© Luis Pestarini


viernes, 5 de agosto de 2022

Sobre la supuesta respuesta de Lenin a "La máquina del tiempo", por Patrick Parrinder

Lenin

Hay una supuesta cita de V. I. Lenin sobre el potencial impacto humano de los viajes espaciales y las comunicaciones interplanetarias que surge frecuentemente y ahora es un elemento estándar en la historia cultural de la Revolución Rusa. Muchos eruditos literarios la han repetido, incluido quien firma (Parrinder 135).

La primera y más completa versión en inglés de la cita de Lenin se encuentra en la traducción de Moura Budberg de The Life and Thought of H.G. Wells (1966) de Julius Kagarlitski, donde, en medio de una discusión sobre La máquina del tiempo, nos encontramos con lo siguiente:

“En 1920, después de una conversación con Lenin, Wells escribió una nota que se publicó recientemente, después del vuelo soviético a la Luna. “Lenin dijo”, escribió Wells, “que al leer La máquina del tiempo entendió que las ideas humanas se basan en la escala del planeta en el que vivimos: se basan en la suposición de que las potencialidades técnicas, a medida que se desarrollan, nunca podrán sobrepasar 'el límite terrenal'. Si logramos tomar contacto con otros planetas, todas nuestras ideas filosóficas, sociales y morales tendrán que ser revisadas y se pondrá fin a la violencia como medio inevitable de progreso”. (46)

Sin embargo, el libro de Kagarlitski, que fue publicado originalmente tres años antes en ruso, no tiene notas ni referencias. La "publicación reciente" a la que se refiere es evidentemente un artículo de Elizaveta Drabkina aparecido por primera vez en el número de diciembre de 1961 de Novy Mir, reimpreso en Izvestia 22. (Darko Suvin, quien en Metamorfosis de la ciencia ficción [287] resume los supuestos comentarios de Lenin, confirmó en una comunicación privada que ésta fue la fuente). Pero ¿de dónde obtuvo Drabkina esta información? Ella misma afirma que la "nota" olvidada de Wells había sido rescatada de los archivos por el diario francés Paris-presse l'intransigeant, algo que al poeta y miembro del Partido Comunista Louis Aragon le había llamado la atención. ¡Esta "nota", sin duda escrita en inglés, que registraba lo que había dicho en su inglés fluido el líder soviético, aparentemente había sido traducida al francés y al ruso antes de ser traducida nuevamente a su idioma original! Cabe añadir que la versión del Paris-presse, que aparece en un recuadro de texto bajo el título “Ce qu'en pensait Lénine” [Lo que pensaba Lenin], era parte de la cobertura del periódico, en primera plana, del lanzamiento del cohete Luna-2 el 15 de septiembre de 1959, y está redactada en un francés notablemente idiomático.

No hay registro oficial de la conversación entre Lenin y Wells, que tuvo lugar en el Kremlin el 6 de octubre de 1920, con otras dos personas presentes. Tampoco, que yo sepa, los biógrafos de Lenin o Wells han citado la supuesta respuesta del primero a La máquina del tiempo. Wells regresó a Londres casi inmediatamente después de la reunión, pasando por San Petersburgo, donde, casualmente, compartió sus impresiones sobre Lenin con una nueva relación, quien finalmente se convertiría en su compañera por mucho tiempo, Moura Budberg. (Desafortunadamente, la participación de esta última como traductora de Kagarlitski no agrega nada para autentificar los comentarios de Lenin.) El relato de Wells sobre su encuentro con Lenin fue publicado casi de inmediato, por entregas, en el Sunday Express, y se incluyó en su libro Rusia en las sombras a fin de año con el nombre “El Soñador en el Kremlin” (123-42). Esta crónica no menciona ni La máquina del tiempo ni la comunicación interplanetaria. Tampoco se mencionan en los diarios de la escultora británica Clare Sheridan, quien habló con Wells inmediatamente después de que abandonara el Kremlin, y con el mismo Lenin al día siguiente. Sheridan, sin embargo, registra que Lenin le dijo el 7 de octubre que había leído parte de Joan y Peter (1918) pero nada de la ciencia ficción de Wells (102-103, 108). Que yo sepa, nunca se ha encontrado ninguna otra "nota" de Wells de su conversación con Lenin.

Wells

Desde un punto de vista literario, los comentarios de Lenin manifiestamente suenan falsos ya que La máquina del tiempo (1895), a diferencia de varios trabajos posteriores de Wells, no hace referencia a posibles comunicaciones interplanetarias o viajes espaciales. Pero esto no ha impedido que los académicos repitan estos comentarios y, en algunos casos, agreguen nuevos errores. Por ejemplo, Mark Steven (175, 241n) atribuye la “anécdota” de Lenin a Máximo Gorki, como resultado de una mala lectura de una nota de la especialista rusa Susan Buck-Morss (44, 296n), quien cita a su vez a otro especialista ruso, Richard Stites (42, 263n). Algunos de estos académicos, incluido Darko Suvin, se han propuesto explicar por qué, en medio de una terrible hambruna y una guerra civil, el líder soviético pudo haber encontrado tiempo para pensar en un futuro interplanetario. Pero lo que nadie, incluidos los especialistas rusos, notó es que el propio Kagarlitsky reiteró la cita de Lenin en un breve artículo publicado en 1970 en la revista Voprosy Literatury de la Unión de Escritores Soviéticos, una fuente nada oscura. Allí escribió que se le preguntó a Paris-presse de dónde habían tomado la información, pero no respondieron. (El periódico cerró en 1970.) Kagarlitski concluyó —quizás para profunda decepción de aquellos que soñaron con un Lenin que fuera capaz de dudar ideológicamente de sí mismo e interesarse en la posibilidad del viaje espacial— que los comentarios de Lenin no tenían ninguna base fáctica (1970, 244). ¿Toda esta historia no fue más que la inspiración de última hora de un escritor parisino ansioso por llenar la primera plana? Es muy probable que nunca lo sepamos.

NOTA: Estoy profundamente agradecido a Galya Diment y Vitaly Babenko por identificar y comentar algunas de las fuentes anteriores, y también por las traducciones del ruso.

Obras mencionadas

Buck-Morss, Susan. Dreamworld and Catastrophe: The Passing of Mass Utopia in East and West. 2000. Cambridge, MA: MIT P, 2002.
“Ce qu’en pensait Lénine. Paris-presse l’intransigeant (15 Sep. 1959): 1.
Drabkina, E. “Nevozmozhnego niet!” [No es imposible]. Novy Mir 12 (1961): 6-10.
Kagarlitski, J. “Chital li Lenin Wellsa?” [¿Lenin leyó a Wells?] Voprosy Literatury 10 (1970): 244.
─────. The Life and Thought of H.G. Wells. Trans. Moura Budberg. London: Sidgwick and Jackson, 1966.
Parrinder, Patrick. Shadows of the Future: H.G. Wells, Science Fiction and Prophecy. Liverpool: Liverpool UP, 1995.
Sheridan, Clare. Russian Portraits. London: Cape, 1921.
Steven, Mark. Red Modernism: American Poetry and the Spirit of Communism. Baltimore: Johns Hopkins UP, 2017.
Stites, Richard. Revolutionary Dreams: Utopian Vision and Experimental Life in the Russian Revolution. New York: Oxford UP, 1989.
Suvin, Darko. Metamorphoses of Science Fiction: On the Poetics and History of a Literary Genre. 1979. Ed. Gerry Canavan. Bern: Peter Lang, 2016.
Wells, H.G. Russia in the Shadows. London: Hodder and Stoughton, 1920. 

 

Tit. Org.: Lenin and The Time Machine

Publicado originalmente en Science Fiction Studies n° 135

© 2018 del autor

Traducido por L. P.


El lobizón, por Horacio Quiroga


Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 1878-Buenos Aires, 1937) participa del mismo linaje que Edgar Allan Poe. Escribió decenas de cuentos, muchos de ellos clásicos, reunidos en libros como Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), La gallina degollada (1926) y Más allá (1935). El horror, el fantástico e incluso la ciencia-ficción están presentes con frecuencia en sus relatos. “El lobisón” (1906) es una rareza que nunca fue incluida por Quiroga en sus libros.



Una noche en que no teníamos sueño, salimos afuera y nos sentamos. El triste silencio del campo plateado por la luna se hizo al fin tan cargante que dejamos de hablar, mirando vagamente a todos lados. De pronto Elisa volvió la cabeza.

         —¿Tiene miedo? —le preguntamos.

         —¡Miedo! ¿De qué?

         —¡Tendría que ver! —se rió Casacuberta—. A menos...

         Esta vez todos sentimos ruido. Dingo, uno de los perros que dormían, se había levantado sobre las patas delanteras, con un gruñido sordo. Miraba inmóvil, las orejas paradas.

         —Es en el ombú —dijo el dueño de casa, siguiendo la mirada del animal. La sombra negra del árbol, a treinta metros, nos impedía ver nada. Dingo se tranquilizó.

         —Estos animales son locos —replicó Casacuberta—, tienen particular odio a las sombras...

         Por segunda vez el gruñido sonó, pero entonces fue doble. Los perros se levantaron de un salto, tendieron el hocico, y se lanzaron hacia el ombú, con pequeños gemidos de premura y esperanza. Enseguida sentimos las sacudidas de la lucha.

         Las muchachas dieron un grito, las polleras en la mano, prontas para correr.

         —Debe ser un zorro: ¡por favor, no es nada! ¡toca, toca! —animó Casacuberta a sus perros. Y conmigo y Vivas corrió al campo de batalla. Al llegar, un animal salió a escape, seguido de los perros.

         —¡Es un chancho de casa! —gritó aquél riéndose. Yo también me reí. Pero Vivas sacó rápidamente el revólver, y cuando el animal pasó delante de él, lo mató de un tiro.

         Con razón esta vez, los gritos femeninos fueron tales, que tuvimos necesidad de gritar a nuestro turno explicándoles lo que había pasado. En el primer momento Vivas se disculpó calurosamente con Casacuberta, muy contrariado por no haberse podido dominar. Cuando el grupo se rehizo, ávido de curiosidad, nos contó lo que sigue. Como no recuerdo las palabras justas, la forma es indudablemente algo distinta.

         —Ante todo —comenzó— confieso que desde el primer gruñido de Dingo preví lo que iba a pasar. No dije nada, porque era una idea estúpida. Por eso cuando lo vi salir corriendo, una coincidencia terrible me tentó y no fui dueño de mí. He aquí el motivo.

         Pasé, hace tiempo, marzo y abril en una estancia del Uruguay, al norte. Mis correrías por el monte familiarizándome con algunos peones, no obstante la obligada prevención a mi facha urbana. Supe así un día que uno de los peones, alto, amarillo y flaco, era lobisón. Ustedes tal vez no lo sepan: en el Uruguay se llamaba así a un individuo que de noche se transforma en perro o cualquier bestia terrible, con ideas de muerte.

         De vuelta a la estancia fui al encuentro de Gabino, el peón aludido. Le hice el cuento y se rió. Comentamos con mil bromas el cargo que pesaba sobre él. Me pareció bastante más inteligente que sus compañeros. Desde entonces éstos desconfiaron de mi inocente temeridad. Uno de ellos me lo hizo notar, con su sonrisita compasiva de campero:

         —Tenga cuidao, patrón...


         Durante varios días lo fastidié con bromas al terrible huésped que tenían. Gabino se reía cuando lo saludaba de lejos con algún gesto demostrativo.

         En la estancia, situado exactamente como éste, había un ombú. Una noche me despertó la atroz gritería de los perros. Miré desde la puerta y los sentí en la sombra del árbol destrozando rabiosamente a un enemigo común. Fui y no hallé nada. Los perros volvieron con el pelo erizado.

         Al día siguiente los peones confirmaron mis recuerdos de muchacho: cuando los perros pelean a alguna cosa en el aire, es porque el lobisón invisible está ahí.

         Bromeé con Gabino.

         —¡Cuidado! Si los bull-terriers lo pescan, no va a ser nada agradable.

         —¡Cierto! —me respondió en igual tono—. Voy a tener que fijarme.

         El tímido sujeto me había cobrado cariño sin enojarse remotamente por mis zonceras. Él mismo a veces abordaba el tema para oírme hablar y reírse hasta las lágrimas.

         Un mes después me invitó a su casamiento; la novia vivía en el puesto de la estancia lindera. Aunque no ignoraban allá la fama de Gabino, no creían, sobre todo ella.

         —No cree —me dijo maliciosamente. Ya lejos, volvió la cabeza y se rió conmigo.

         El día indicado marché; ningún peón quiso ir. Tuve en el puesto el inesperado encuentro de los dueños de la estancia, o mejor dicho, de la madre y sus dos hijas, a quienes conocía. Como el padre de la novia era hombre de toda confianza, habían decidido ir, divirtiéndose con la escapatoria. Les conté la terrible aventura que corría la novia con tal marido.

         —¡Verdad! ¡La va a comer, mamá! ¡La va a comer! —rompieron las muchachas.

         —¡Qué lindo! ¡Va a pelear con los perros! ¡Los va a comer a todos! —palmoteaban alegremente.

         En ese tono ya, proseguimos forzando la broma hasta tal punto que, cuando los novios se retiraron del baile, nos quedamos en silencio, esperando. Fui a decir algo, pero las muchachas se llevaron el dedo a la boca.

         Y de pronto un alarido de terror salió del fondo del patio. Las muchachas lanzaron un grito, mirándome espantadas. Los peones oyeron también y la guitarra cesó. Sentí una llamarada de locura, como una fatalidad que hubiera estado jugando conmigo mucho tiempo. Otro alarido de terror llegó, y el pelo se me erizó hasta la raíz. Dije no sé qué a las mujeres despavoridas y me precipité locamente. Los peones corrían ya. Otro grito de agonía nos sacudió, e hicimos saltar la puerta de un empujón; sobre el catre, a los pies de la pobre muchacha desmayada, un chancho enorme gruñía. Al vernos saltó al suelo, firme en las patas, con el pelo erizado y los bellos retraídos. Miró rápidamente a todos y al fin fijó los ojos en mí con una expresión de profunda rabia y rencor. Durante cinco segundos me quemó con su odio. Precipitóse enseguida sobre el grupo, disparando al campo. Los perros lo siguieron mucho tiempo.

         Éste es el episodio; claro es que ante todo está la hipótesis de que Gabino hubiera salido por cualquier motivo, entrando en su lugar el chancho. Es posible. Pero les aseguro que la cosa fue fuerte, sobre todo con la desaparición para siempre de Gabino.

         Este recuerdo me turbó por completo hace un rato, sobre todo por una coincidencia ridícula que ustedes habrán notado; a pesar de las terribles mordidas de los perros —y contra toda su costumbre— el animal de esta noche no gruñó ni gritó una sola vez.

 

Publicado originalmente en Caras y Caretas, el 14 de julio de 1906.

jueves, 4 de agosto de 2022

Trabajando con Tarkovsky, por Boris Strugatsky

 

Boris Strugatsky

Casi todas las versiones del guión de la película Stalker se perdieron. Comenzamos nuestra colaboración con Tarkovsky a mitad de 1975. Desde el principio nos esforzamos en definir nuestro círculo de funciones, nuestro lugar en este proyecto conjunto de muchos meses. “Estamos felices de trabajar con un genio”, nos dijimos. Esto significa que debemos poner toda nuestra energía y talento en crear un guión que satisfaga a nuestro genio tanto como sea posible.

            Como dije y escribí antes, trabajar en el guión de Stalker fue increíblemente difícil. El principal problema fue que Tarkovsky, al ser un director de películas (todavía más que eso: un genio como director de películas), veía el mundo de un modo distinto al nuestro, y por lo general era incapaz de hacernos comprender su punto de vista único y fundamentalmente individual. Cuestiones como ésta no pueden ser transmitidas verbalmente: no hay palabras para ellas, y parece que es imposible inventarlas.

            Tal vez no haya necesidad de inventarlas. Las palabras son, después de todo, propiedad de la literatura, una realidad muy simbolizada, un sistema muy peculiar de asociaciones, dirigiendo ciertos sentidos. El cine deriva del arte visual y de la música, y es por completo un mundo real, incluso diría que despiadadamente real, cuya unidad básica no es la palabra sino el sonido/imagen. De todos modos, todo esto es teoría y filosofía. En la práctica, el trabajo desciende a discusiones interminables y agotadoras, que a veces conducen a una desesperación impotente. El director hace un terrible esfuerzo para explicar lo que quiere de los escritores, y los escritores se esfuerzan para encontrarle sentido a una combinación de gestos, palabras, ideas e imágenes, y por último para desarrollar para sí mismos cómo expresar (en palabras comunes rusas, sobre una hoja en blanco de papel común) algo único, inusual, necesario y por completo incomunicable que quieren dejarle claro al director.

            En una situación semejante hay una única aproximación laboral posible: prueba y error. La discusión lleva a desarrollar un plan aproximado para el guión. Un texto tiene que ser escrito, evaluado y revisado. A lo que sigue una nueva discusión, un nuevo plan y una nueva versión… y otra vez deberá rehacerse. Nuevamente será imposible expresar en palabras lo que sin embargo tiene que estar escrito en palabras en la siguiente versión del guión.

            Ay, no hicimos minutas de esas conversaciones, y ni en la memoria ni en papel hay algo más que unas pocas anotaciones como ésta: “19 dic., 77 Tarkovsky. Hombre = Instinto+razón. Hay algo más: alma, espíritu (moral, ética). Lo verdaderamente Grande puede no tener sentido y ser absurdo: Cristo”. No recuerdo ni remotamente el sentido en el cual hablamos sobre estos problemas esenciales, o de por qué hablamos sobre ellos en aquel tiempo.

            Hubo siete u ocho, incluso puede que nueve, versiones del guión. La última fue escrita en un ataque de desesperación, después de que Tarkovsky declarara firme e indudablemente que era la penúltima versión del guión. “Esto es así. Con este Stalker no voy a hacer la película de ninguna manera.” Esto pasó en el verano de 1977. Tarkovsky acababa de terminar el rodaje de la primera versión de la película, en la cual [Alexander] Kaidanosvky interpretaba al tosco Alan (el primer Redick Shuchart). De todos modos, la película se dañó mientras se hacía el rodaje, y Tarkovsky decidió usar este percance para comenzar todo de nuevo.


            Mi hermano Arkady Natanovich estaba con él en la locación en Estonia. De pronto, sin ninguna advertencia, apareció en Leningrado y afirmó: “Tarkovsky pretende otra Stalker”. “¿Otra cómo?” “No lo sé. Y él tampoco. Otra. Diferente de ésta.” “Pero ¿cuál? Bla bla bla.” “No sé. ¡¡¡Bla bla bla!!! ¡Otra!”. Fue una hora de desesperación. Un día de desesperación. Dos días de desesperación. Al tercer día inventamos al Stalker-como-tonto. Tarkovsky se sintió satisfecho y la película fue rodada nuevamente. El guión final se escribió en dos días, y Arkady Natanovich se apresuró a regresar a Tallin.

            Además de esta versión final, la tercera (¿o cuarta?) versión del guión también sobrevivió; fue publicada en Antología de CF[1] #25 en 1981 como “La máquina del deseo”. Por algún milagro, la primera versión del guión también sobrevivió, y fue publicada en 1983 también como “La máquina del deseo”, aunque me parece que nuestro título de trabajo original era “La esfera dorada”.

            Hablando en general, la historia de la escritura de un guión cinematográfico es la historia de la difícil interacción entre escritor y director: un intenso intercambio de opiniones e ideas que a menudo son incompatibles. En este choque de aproximaciones creativas, el guionista, creo, debe hacer concesiones, porque la película es dominio del director, su hijo, su territorio. El escritor, igualmente creativo, es solo mano de obra contratada.

            En treinta años mi hermano y yo tratamos con todas las variantes y versiones de directores de películas. El tipo más común entre ellos es el entusiasta brillante, elocuente y por completo seguro de sí mismo. Es rápido. Como un relámpago en un cielo desierto, de pronto aparece de ninguna parte y baña al autor con ofertas tentadoras e ideas ingeniosas que estimulan su imaginación. Entonces, otra vez como un relámpago, desparece en la nada, para siempre y sin dejar rastros. Nos topamos con un montón de gente así. Pero si vamos a hablar de directores serios, todos eran muy diferentes entre sí, tan diferentes como sus películas.

            Andrei Tarkovsky fue cruel con nosotros, intransigente y malditamente rígido. Todos nuestros modestos intentos de motín creativo fueron anulados sin piedad. Sólo una vez, creo, tuvimos éxito en hacerlo cambiar de opinión. Estuvo de acuerdo en eliminar de la película el “bucle temporal” que habíamos inventado para él: una repetición monótona de una columna de tanques que había perecido en la Zona; repetidamente cruzaban un pequeño puente semidestruido. Por algún motivo este truco le fascinó: se aferró a él hasta el final, y sólo gracias a un enorme esfuerzo conjunto pudimos convencerlo de que este dispositivo argumental era trivial y había sido usado mil veces con anterioridad. Finalmente estuvo de acuerdo, pero creo que sólo porque le gustaba nuestra idea general de que tenía que aparecer tan poco como fuera posible de lo “fantástico” en la Zona, sólo una expectativa permanente de algo sobrenatural, un máximo de suspenso alimentado por esta expectativa y nada más. Plantas verdes, viento y agua.    

Traducido por L. P.



[1] Se traducen los títulos puesto que aparecen en inglés en el artículo del que se tomó esta versión, pero no hay edición ni en español ni en inglés. (N del T.)