Existe, quizá, un Premio de Novela superior al Minotauro, al Hugo, al Locus o al Nebula para una ucronía de ficción política. Superior, inclusive, a los suculentos Anagrama o Tusquet. Para una buena ficción especulativa de carácter político, el reconocimiento por excelencia es la prohibición lisa y llana. Aunque esa prohibición implique, como en el caso de la novela Guía de Perplejos del escritor israelí Gilad Atzmón, que el texto al que pueden acceder los lectores en los 17 idiomas a los que se ha traducido esté censurado en el idioma en que fue escrito: el hebreo. Y que el libro con el que me topé (en español), una tarde calurosa en las bateas de saldos de las librerías de la calle Corrientes, sea un objeto plausible de clausura o decomiso en las librerías de Jerusalén, Haifa o Tel Aviv.
Si bien ya es un lugar
común, no está de más puntualizar que una prohibición habla más de quien
censura que del sujeto a censurar. De hecho, los militares argentinos
prohibieron, en su momento, La cuba electrolítica, creando sin saberlo
un nuevo campo científico: la física subversiva. Entonces ¿qué oscuros resortes
acciona la ucronía de Atzmón para que se movilice una maquinaria estatal con
todo su potencial judicial, comunicativo, coercitivo? ¿Qué náusea, qué histeria es capaz, aún, de
provocar una simple historia de ciencia ficción para que un Estado que se narra
a sí mismo como un dechado de virtudes, decida abandonar los buenos modales y
no sonrojarse al decidir qué pueden y qué no pueden leer sus ciudadanos? ¿Qué
ceguera súbita provoca este libro, que le impide al Rey verse desnudo? (es
obviamente imposible prohibir por decreto la circulación de información e ideas
en la era de Internet). Guía de Perplejos (2001, editado en Argentina
por Emecé en el 2003) es una “novela de ideas” y su idea es extremadamente
simple: el triunfo militar palestino, narrado desde la perspectiva de Gunther,
israelí radicado en Alemania, que recibe el encargue del Instituto Alemán para la Documentación de
Sión de escribir sus memorias en el otoño de 2052.
No puedo seguir escribiendo
este artículo sin confesar que me embarga una intensa pena y vergüenza: soy
parte del pueblo que en su devenir histórico pasó de censurados a censores.
Porque busco y rebusco las palabras ofensivas, los insultos imperdonables que
justifiquen que Guía de Perplejos no forme parte de la familia altamente
disfuncional que es mi biblioteca. Y lo único que encuentro son párrafos de un
humor ácido estilo Monty Python (la Iglesia Católica no prohibió La vida de Brian),
mechados con una pátina de filosofía accesible al tercer año de secundario (Atzmón
es profesor de filosofía, además de exitoso músico de jazz). Más que sangre, el
libro chorrea jumus. Vaya como ejemplo la más sutil descripción de
catástrofe apocalíptica que jamás he leído:
(…) Pasaban de una
vivienda de un solo ambiente a una de dos en el mismo barrio y de ahí a una de
tres ambientes con tres aires acondicionados. Todavía se estaban mudando, y ya
habían encontrado una de tres ambientes con tres aires, con dos refuerzos
antiaéreos. Una casa con terreno propio del estilo “constrúyete tu casa”.
Cuando finalmente llegaban a la casa de sus sueños, los devotos de las
posesiones comprendían que no tenían nada y que su país había perecido. De
tanto mudarse de un barrio a un complejo, de un departamento a una casa, no
llegaron a comprender que el Estado primero estaba y después ya no estaba más.
Señores censores: búsquense
otro hobby. Nosotros, acá tan lejos propiamente en el tujes del
mundo, nos permitimos sugerirles que están orinando muy, muy lejos del pushkele[1]. Y hablando
de eso, he aquí otro párrafo de agravio intolerable:
(…) Occidente, por su
misma esencia, se encuentra en Occidente. Y Oriente, por el mismo motivo, se
encuentra en Oriente. (…) ¿Cuál era el sentido de trasladar Occidente a
Oriente? ¿Qué sentido tenía recrear América en un lugar donde el concepto de
“Niagara” se relacionaba con el chorro del agua del inodoro y nada más? (…)
¿Sobre qué base fundar el sueño poético de un nuevo Mediterráneo oriental si
con el precio de un pasaje aéreo uno tenía la posibilidad de encontrarse en el
ombligo mismo del sueño? Porque el viejo y buen Occidente ya estaba listo y
servido.
Atzmón no se victimiza, y
tampoco se sitúa en un pedestal de heroísmo impostado. Con actitud flemática
(no en vano su país de exilio es Inglaterra), así se expresa en un reportaje
publicado en la web sobre la prohibición de su primera novela: “Tres meses
después de prohibir mi libro, los libros de Saramago también fueron prohibidos
y seis meses después Baremboin fue declarado persona non grata por haber
interpretado Wagner. Así pues, me encuentro en muy buena compañía”.
Deseo finalizar este breve
artículo con tres elementos. Uno: ante la contundencia de la prohibición, queda
en un segundo plano el análisis de cualidades literarias del texto. Por otra
parte, la exorbitante cantidad de idiomas a los que fue traducido me eximen de
todo comentario. Dos: a pesar de la tristeza inherente al episodio, nos queda
el consuelo no menor de (re)descubrir que la ciencia ficción o por lo menos el
sub-género de distopía política aún tiene posibilidades revulsivas, que no es
sólo un apéndice de la industria del entretenimiento, un venerable pero
inofensivo abuelo de los efectos 3D. Tres: Atzmón despliega en su ucronía una
singular corriente filosófica ad-hoc: la Espiología , adoptada por la Nación Palestina
triunfante. Como buen libro de ciencia ficción, necesita crear su propia base
de sustentación teórica, en este caso filosófico-existencial: la Espiología plantea que
el voyeurismo es la piedra angular de la metafísica Occidental, “la cultura
masturbatoria como una empresa de olvido colectivo, una cultura que se apartó
de sí misma”. En el Congreso Espiológico desarrollado en Al Quds, ex Jerusalén,
podemos asistir a una ponencia como la siguiente:
(…) a nivel de subtexto
la conquista es una interacción sexual violenta entre el conquistador y el
conquistado, entre el vencedor y el sometido. Dicho con crudeza, la conquista
es un baño de carne (…) El vencedor recoge la corona de laureles de su
valentía, de la conquistada que llora, silenciosa e impotente, con las piernas
abiertas debajo de él (…) Éste es el estado de cosas en Occidente. En
Oriente Medio, por el contrario, no hay precedentes para una acción sexual
agresiva dentro del marco militar. El Ejército de la Legión[2] se abstuvo de
violar las hijas de Ramat Rachel[3], y también los
soldados del Ejército de Sión se abstuvieron a lo largo de la historia de todo
contacto carnal con las muchachas palestinas, con permiso o sin permiso (…)
hay en esta restricción sexual una falta de respeto mutuo. Así como no se
espera que un perro copule con un camello, del mismo modo el varón árabe se
niega a copular con una judía y viceversa (…). Para solucionar este
extraño problema, y para movilizar la conciencia mutua de la humanidad del
otro, Wolfgang propuso planear una actividad sexual integrativa coercitiva.
(…) Programa de días de violación organizado por medio de las autoridades
bajo su inspección. Los domingos y miércoles se organizaría una violación
organizada de las hijas de Itzjak, realizada por los hijos de su tío[4], y los días
martes y jueves una violación organizada de las hijas de Ismael por los hijos de Itzjak. Los hijos de la
comunidad drusa, que eran el fiel de la balanza y colaboradores forzados,
recibirían un permiso para violar y ser violados todos los días del año.
© 2015 Juan Simeran
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