“Cuando consideraba al Espiritismo como una vulgar ilusión de los
ignorantes, me sentía inclinado a mirarlo con desprecio; pero verlo defendido
por sabios como Crookes, a quien conocía como el químico más eminente de
Inglaterra; por Russel Wallace, el émulo de Darwin, y por Flammarion, el más
conocido de los astrónomos, no me podía permitir semejante actitud”. Las
palabras de Sir Arthur Conan Doyle (en The
New Revelation, 1918) ponen de manifiesto la situación en la que se
encontraban algunas pseudociencias a fines del siglo XIX y principios del siglo
XX. Doctor en Medicina y creador del detective Sherlock Holmes (paladín de la
racionalidad), Conan Doyle dejó numerosos testimonios en los que defendía estas
prácticas y creencias.
De este lado del Atlántico, Leopoldo
Lugones siguió la misma senda. Ricardo Piglia asegura que el Espiritismo fue la
única visión del mundo a la que Lugones fue siempre fiel. Y esta visión, y el
lenguaje asociado, están presente en la obra de Lugones. Basta leer la perorata
que pone en boca del doctor Paulin, personaje del cuento “El psychon” (Las fuerzas extrañas, 1906): “Sabe usted
que las exhalaciones fluídicas del hombre son percibidas por los sensitivos en
forma de resplandores, rojos los que emergen del lado derecho, azulados los que
se desprenden del izquierdo. Esta ley es constante, excepto en los zurdos, cuya
polaridad se trueca, naturalmente, lo mismo para el sensitivo que para el imán”.
Para los escritores de género
fantástico, y para los lectores, lo atractivo de las seudociencias bien puede
pasar por otro costado: el lenguaje con el que se expresa. En la búsqueda de
mayor respetabilidad y legitimidad, estas disciplinas apelaron a un lenguaje
emparentado con el científico, sobre todo en el período entre siglos. Pero
mientras este último busca echar luz sobre los elementos de su dominio, a
menudo el lenguaje de las seudociencias se vuelve críptico, autorreferente y
oscuro. Quien lee esos textos sólo puede acceder a un mensaje fragmentario.
Todo lo que falta o no se entiendesuele ser completado con la imaginación del
lector. Roque Larraquy (nacido en 1975, en Buenos Aires)
advirtió este potencial, y decidió explotarlo literariamente. El resultado es Informe sobre ectoplasma animal, un
primoroso volumen editado por Eterna Cadencia y funcionalmente ilustrado por
Diego Ontivero.
El Informe sobre ectoplasma… Larraquy
utiliza precisamente el recurso adelantado en el título: reportes sucintos
sobre las fotografías ectoplasmáticas y las circunstancias en las que fueron
tomadas. Aunque descriptivos y precisos, los textos son fluidos, anecdóticos,
sin mayor complejidad terminológica. Apelan al humor, la ironía y el chismorreo
académico sobre los investigadores ectografistas (incluyendo la correspondencia
entre los patronos del arte), para esbozar un universo que es mucho más rico y
complejo. De alguna forma, el libro permite, a través de su estructura, la
construcción fragmentaria del estrambótico objeto del estudio y su contexto. En
las seudociencias la verdad es apenas asequible a través de un lenguaje oscurecido
y aparentemente especializado. En este libro, los informes y las referencias a
los ectografistas permiten intuir la Argentina alternativa que asoma entre líneas. En
ambos casos, la imaginación llena los vacíos.
Las ilustraciones cuasi cubistas de Ontivero (que alternan coloridos
patrones geométricos en dos y tres dimensiones) acompañan al texto, aunque no
siempre dan con el piné. Con todo, el libro en su conjunto, impreso en papel
ilustración y bellamente diagramado, es un objeto original que vale la pena
atesorar.
© 2015 Alejandro Alonso
Informe sobre
ectoplasma animal, por Roque Larraquy (texto) y Diego Ontivero (ilustraciones).
Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2014. 84 p.
mas alla de la calidad del libro, la línea editorial de eterna cadencia es tan misteriosa como los ectoplasmas. excelente nota, me quede con ganas de más Lugones... saludos, juan s.
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