Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Iberoamericana, editada con el patrocinio de la Universidad de Pittsburgh, en el número doble 238-239 (enero-junio 2012), un monográfico dedicado a "La ciencia-ficción en América Latina: entre la mitología experimental y lo que vendrá", coordinado por Silvia Kurlat Ares.
Hace poco
más de medio siglo, el 7 de mayo de 1959, en el Senate House de Cambridge, C.
P. Snow ofreció una conferencia sobre uno de los tópicos que marcaron el siglo
XX: la ruptura entre las dos culturas occidentales, las humanidades y las
ciencias. Snow sabía de qué hablaba: era físico y novelista y conocía ambos
mundos a través de su propia experiencia. La conferencia se convirtió poco
después en un texto clásico, Las dos
culturas y la revolución científica.
Snow argumentaba que había una
profunda incomprensión entre ambas culturas, lo que se traducía en gran parte
de los conflictos modernos, y que el origen de esta incomprensión estaba en una
educación deficiente, en continua decadencia. Participante de tertulias de
novelistas y de científicos por separado, solía hacer notar que los científicos
no habían leído a Dickens para burla de los literatos y, por otro lado, los
novelistas desconocían de qué trataba la Segunda
Ley de la
Termodinámica ; ambos saberes eran despreciados por su
contraparte pero importantes por igual.
Lo que Snow no sabía y tal vez nunca
intuyó es que hay un territorio donde estas dos culturas cohabitan: la
ciencia-ficción. Este género, de origen literario, puede pensarse como un espacio
donde ambas formas del pensamiento se entrelazan para producir una obra única. Si
bien ésta es una simplificación algo extrema, ayuda a comprender porque es un
género en el margen de la literatura, con escasa atención de la academia y que espanta
a los escritores consagrados que, aún cuando algunos de sus textos estén
ambientados en el futuro o en universos paralelos, dos de los ambientes
preeminentes de este género, hacen grandes esfuerzos para evitar que sus
novelas sean rotuladas como ciencia-ficción. Philip Roth y Margaret Atwood son
algunos de estos nombres.
Ahora bien, la ciencia-ficción se ha
desarrollado esencialmente en los llamados países desarrollados, en especial en
Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, pero ejemplos de este género pueden
encontrarse en casi todas las literaturas nacionales, y las de América Latina
no son la excepción. Miguel Ángel Fernández Delgado, el más consistente
historiador de la ciencia-ficción mexicana, localizó un primer manuscrito
redactado en 1775 por el fraile franciscano Manuel Antonio de Rivas, mientras
que en Argentina el antecedente más lejano conocido se remonta a un mes antes
de la declaración de la
Independencia , en junio de 1816, cuando un periódico publicó
de manera anónima una sátira de costumbres denominada “Delirio”.
La segunda mitad del siglo XIX y la
primera del XX muestran la cada vez más frecuente aparición de textos que
pueden ser encuadrados dentro de la ciencia-ficción, en particular en
Argentina, Brasil, México y Chile1. De la literatura del primero de
estos cuatro países nos vamos a ocupar en este breve texto.
Aunque hemos señalado que el primer
texto de ciencia-ficción publicado en territorio argentino —entonces Provincias
Unidas del Río de la Plata —
es de 1816, al que se suman ejemplos posteriores, se suele considerar a algunas
obras de Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937) como las fundacionales del
género, en particular Viaje maravilloso
del señor Nic-Nac en el que se refieren las prodigiosas aventuras de este señor
y se dan a conocer las instituciones, costumbres y preocupaciones de un mundo
desconocido (1875), “Horacio Kalibang o los autómatas” (1879) y “Filigranas
de cera” (1884). Los relatos de
ciencia-ficción continuaron publicándose irregularmente durante el resto del
siglo XIX y la primera mitad del XX, algunos firmados por nombres reconocidos
como Lugones, Hugo Wast, Manuel Ugarte o Arturo Cancela, pero no se configuró
como género y raramente se referenciaban en algún antecedente literario, una
característica común en la ciencia-ficción.
La situación cambió con la
publicación de la novela La invención de
Morel (1940), de Adolfo Bioy Casares. Esta historia sobre la inmortalidad
tiene como referencia a Wells y, en particular, a La isla del doctor Moreau. Borges, en su ya famoso prólogo, la
llama una obra de “imaginación razonada”, una expresión simétrica a
ciencia-ficción (ficción=imaginación y razonada=ciencia), lo que ha llevado a
algún crítico (citado en Brown 475) a señalar que Borges rechazaba la denominación
“ciencia-ficción” y al género mismo, sin tener en cuenta que esta denominación
se usó por primera vez en español en 1955. Considerada muchas veces como la
mejor novela argentina de ciencia-ficción, es el punto más alto en la obra de
Bioy Casares de su intensa relación con el género, que comenzó con algunas de
sus primerizas e irrelevantes obras y culminó con su última narración publicada
en vida, De un mundo a otro (1998),
también un relato wellsiano.
Estas obras dispersas no alcanzan a
ser más que ejemplos aislados de textos de ciencia-ficción que no definen aún
un espacio propio dentro de la literatura argentina. Este espacio comienza a
tomar forma en los ’50 con dos hitos: la publicación de la revista Más allá, con 48 ediciones mensuales
entre 1953 y 1957, y la aparición de la editorial Minotauro, fundada por
Francisco “Paco” Porrúa, en 1955, con la presentación de clásicos del género en
cuidadas presentaciones y con prólogos de Jorge Luis Borges y Marcos Victorica,
en un operación de legitimación de la ciencia-ficción ante un lector “culto”. Más allá no tenía esas pretensiones,
estaba dirigida a un lector menos exigente, con artículos de divulgación
científica y relatos traducidos de las revistas estadounidenses Astounding y Galaxy, más ocasionales aportes locales. Pero lo que por primera
vez se conformó fue un importante grupo de seguidores, una auténtica comunidad
que se manifestó abundantemente en la sección de correo, y que puede ser
considerado como el primer fandom
argentino, que después no tuvo continuidad.
Conviene hacer un apartado para
explicar una característica singular que tiene la comunidad de lectores de
ciencia-ficción a lo ancho del mundo: tienden a ser gregarios, a reunirse,
organizar actividades, grupos de lecturas, y producir sus propias
publicaciones, denominadas fanzines.
El fandom (contracción de Fan Kingdom, el reino de los fanáticos)
es un fenómeno que se originó en los Estados Unidos a comienzos de los ’30, que
en Argentina tuvo sus primeras manifestaciones en torno a Más allá y que no puede escindirse de la producción literaria de
ciencia-ficción si se la analiza como género.
Pablo Capanna (44-56) estableció
períodos del desarrollo de la ciencia-ficción argentina: Implantación
(1953-1955), Consolidación y crecimiento (1956-1965), Expansión (1966-1970),
Repliegue (1971-1975), Segunda expansión (1976 en adelante). Vista un cuarto de
siglo después de pensada, esta periodización puede simplificarse un poco. La
consolidación y el crecimiento podrían extenderse hasta 1970, con particular
énfasis en los últimos años de la década en la que aparecen la primera
encarnación de la revista Minotauro (10
números entre 1964 y 1968), cuatro libros de autores argentinos publicados por
la misma editorial, y varias antologías. Curiosamente, aunque a la distancia se
reconocen como textos menores, casi clichés de la tradición anglosajona de la
ciencia-ficción, estos libros son los que parecen haber llamado más la atención
de la crítica, en desmedro de otros más valiosos publicados con posterioridad.2
No parece haber una diferencia
sustancial en la cantidad de publicaciones en las dos etapas en que Capanna divide
la década del ’70, salvo por la aparición de Los universos vislumbrados (1978), una antología con una visión
histórica de la ciencia-ficción argentina, que incluye un estudio preliminar de
Elvio E. Gandolfo sobre el género en la Argentina , el primer trabajo de este tipo, y por
la aparición de cuatro revistas de ciencia-ficción que en total publicaron diez
números —La revista de ciencia-ficción y
fantasía, Entropía, Suplemento de
Humor y Ciencia Ficción y El Péndulo—,
todas dirigidas por Marcial Souto, antecedente directo del boom de la
ciencia-ficción en los ’80, período del que intentaremos ofrecer una cartografía
a lo largo de este artículo.
El rasgo principal de la década del ’80 es que se publica
más literatura de ciencia-ficción que en toda la historia previa del género en la Argentina , en particular
a través de las publicaciones periódicas especializadas, y se conforma el fandom donde concurren escritores,
lectores, editores y traductores. Los ’90 marcaron una etapa de aridez, con un fandom retraído y escasas ediciones de
libros y revistas, hasta que la primera década del siglo XXI exhibió un nuevo
florecimiento, en gran medida por la proliferación de sitios en Internet
dedicados al género.
Para comprender el boom de la
ciencia-ficción argentina en aquella década es necesario exponer el contexto
que facilitó este auge. En primer lugar, hacia 1980 la censura en los medios y
la represión de toda actividad no autorizada por la dictadura militar
comenzaban a mostrar importantes grietas. En una de ellas se alojó una
publicación independiente que a un par de años de su fundación se convirtió en
abanderada de la lucha por el regreso a un régimen democrático y en una muy
ácida burla del gobierno militar. La contribución de la revista quincenal Hum®, creada y dirigida por Andrés
Cascioli, al desgaste y retiro del gobierno militar no puede ser subestimada:
sus posturas fueron cada vez más críticas, provocando persecución e incluso el
secuestro de una edición antes de su distribución, pero llegó a vender 330.000
ejemplares quincenales, una cifra nunca alcanzada por una revista de esas
características.
A mediados de los ’70, Marcial Souto
y el uruguayo Jaime Poniachik le propusieron a Cascioli, que entonces dirigía
la publicación humorística Chaupinela,
hacer una revista de literatura fantástica y ciencia-ficción. El proyecto se
puso en marcha, pero antes de la aparición del primer número sobrevino una aguda
crisis económica que lo congeló. Souto había nacido en La Coruña en 1947, era autodidacta
y sus intereses lo llevaron primero a Montevideo, donde publicó una breve
colección de libros, luego a Estados Unidos, donde conoció a los principales
escritores de ciencia-ficción. No se desalentaba con facilidad. Logró llamar la
atención de Ediciones Orión que, bajo su dirección, publicó tres números de La revista de ciencia-ficción y fantasía,
y luego fundó la
Editorial Entropía (dos libros y un número de la revista
homónima). A fines de los ’70 se acercó nuevamente a Cascioli y consiguió que
se volviera a interesar en el viejo proyecto. Ediciones de la Urraca , cuya revista Hum® todavía no había alcanzado la cima
de la popularidad, probó el mercado sacando dos números de una publicación
llamada Suplementos de Hum® y
Ciencia-Ficción, en junio y julio de 1979, reproduciendo el formato de la
revista Hum® (28 x 20 cm ), con cuentos,
historietas y notas sobre el género. En la última página del segundo suplemento
se anunció una nueva publicación: El
Péndulo: entre la ficción y la realidad, revista de Literatura Ilustrada,
humor e historietas.
El
Péndulo no cambió mucho con respecto al Suplemento,
que se había referenciado en la revista Hum®
desde el título. El Péndulo, en
esta primera etapa, alcanzó a publicar cuatro números antes de ser suspendida,
todos en 1979. En ellos tienen poco espacio los autores argentinos (básicamente
hay crítica y ensayo a cargo de Pablo Capanna y Elvio E. Gandolfo), pero
permiten reconocer la existencia de un lector que puede sostener publicaciones
de este tipo, en la estela de la cada vez más exitosa Hum®. Pero las tensiones entre los distintos contenidos, las
historietas y el humor, por un lado, y la crítica y la narrativa literaria
corta, por el otro, terminaron congelando la publicación durante 1980 para que,
un año más tarde, se produjera la división de la revista en dos, según sus
contenidos: por un lado Superhum®,
que mantuvo el formato, dedicada a la historieta, dirigida por Juan Sasturain,
y que con los años daría paso a la mítica Fierro,
y un segundo ciclo de El Péndulo, con
formato más cercano al libro (22,5 x 17 cm ) y ya completamente bajo la dirección de
Marcial Souto, dedicado a la narrativa literaria del género.
En este nuevo ciclo se publicaron
diez números entre mayo de 1981 y noviembre de 1982. La producción gráfica
(ilustraciones, diagramación y tapas) fueron de una calidad y originalidad
nunca alcanzadas por una publicación del género, y la selección de relatos y
artículos, más las cuidadas traducciones, no se quedaban atrás. Pero el aporte
de los autores argentinos fue muy escaso en el rubro relatos (diez en otras
tantas ediciones), aunque el espacio para artículos y ensayos fue más amplio,
especialmente los escritos por los ya mencionados Capanna y Gandolfo.
La tercera encarnación de El Péndulo, cinco ediciones con
numeración continua con la anterior, es decir que llega al número 15, se da
entre septiembre de 1986 y mayo de 1987. A una cierto aggiornamiento del diseño se suma un mayor espacio para los relatos
de autores argentinos, que alcanzaron la quincena. La última encarnación de la
publicación se dio entre 1991 y 1992, cuando aparecieron dos ediciones de El Péndulo Libro, con una estética mucho
más sencilla y un amplio espacio para los autores argentinos.
El impacto de El Péndulo en los lectores fue grande y perdura aún hoy. La
refinada combinación de literatura fantástica con una gráfica innovadora y
dinámica, alejada de los monótonos diseños de las revistas de literatura, la
promoción desde otras publicaciones de la editorial dirigidas a un lector “culto”,
y la deliberada omisión de la expresión ciencia-ficción
en la tapa, le permitieron alcanzar un amplio público, algo desconocido para
las revistas de este tipo desde la época de Más
allá.
La labor de promoción del fantástico
que llevó adelante Marcial Souto en los ’80 fue enorme y no hay forma de
mensurarla, pero de ninguna forma concluye con su dirección de El Péndulo: en abril de 1983 apareció el
primer número de la revista Minotauro, también
bajo su dirección, con distribución únicamente en librerías. La revista estaba
un poco más inclinada hacia el fantástico surrealista, aunque de ningún modo
estuvo ausente la ciencia-ficción, pero más allá de esto y las características
de un diseño más contenido, se la advierte como una revista hermana. Tenía al
mismo equipo de colaboradores (Capanna, Gardini, Gandolfo, Aníbal Vinelli y
Elvira Ibarguen) y se repitieron los escritores fetiche: Mario Levrero,
Cordwainer Smith, Philip Dick, Angélica Gorodischer, Ballard, con pocas
variaciones. Publicó once números hasta marzo de 1986. Además, la décima
edición estaba dedicada íntegramente a la literatura argentina. Acompañando a
estas verdaderas antologías, la editorial Minotauro publicó una serie de
pequeños volúmenes de autores argentinos (y del uruguayo Levrero) de una
literatura a veces inclasificable, otras fantástica y en ocasiones de
ciencia-ficción. Entre estos títulos merecen mencionarse Mi cerebro animal y Juegos
malabares de Carlos Gardini, Kalpa
Imperial, de Angélica Gorodischer, El
fondo del pozo, de Eduardo Abel Giménez, Las escamas del señor Crisolaras, de Rogelio Ramos Signes, y Cuerpos descartables, de Sergio Gaut vel
Hartman.
Souto publicó en este período dos
libros de cuentos breves, mayormente fantásticos, y realizado una extensa labor
como traductor, pero es indudable que su marca sobre la ciencia-ficción
argentina la dejó por su labor. Fue el continuador natural de Francisco Porrúa en
su labor en Minotauro desde los ‘50, con un rigor en las traducciones y
presentaciones de los textos como no se había visto antes. Los relatos de
autores argentinos que publicó, en términos generales, parecen herederos de la
tradición fantástica argentina más que de la ciencia-ficción anglosajona, aún
en los casos en que pueden ser encuadrados como ciencia-ficción; además,
difundió ampliamente la obra única de Mario Levrero. Tal vez se pueda afirmar
que su paleta de autores no fue muy amplia y que tuvo una clara predilección
por los autores anglosajones que dieron sus mejores obras en los ’60 y
principios de los ’70, pero sus méritos fueron reconocidos ampliamente, como se
desprende de las palabras del crítico e historiador sueco Sam J. Lundwall (73):
“La mejor revista norteamericana, The
Magazine of Fantasy & Science Fiction, es una de las tres mejores del
mundo (las otras dos son la argentina El
Péndulo, sin duda la mejor revista de ciencia-ficción en contenido,
presentación y diseño jamás publicada, y la húngara Galaktika).”
En el correo de lectores de la sexta edición de El Péndulo, en enero de 1982, había una
carta firmada por Sergio Gaut vel Hartman convocando a que los aficionados y
escritores de ciencia-ficción, proponiendo un encuentro del “fandom nacional”.
El 5 de febrero se organizó la primera reunión y se puede hablar de esta fecha
como el inicio formal de las actividades del fandom argentino que continúa
hasta nuestros días. En abril apareció el primer Boletín (de apenas una hoja plegada) del Círculo Argentino de
Ciencia-Ficción y Fantasía (Cacyf), que continuaría con sus actividades hasta
fines de los ’90, publicando más de 70 números del Boletín (algunos de casi 100 páginas). El Cacyf fue un espacio que
fomentó las actividades vinculadas con la ciencia-ficción y la fantasía, con
reuniones semanales donde llegaron a juntarse 80 personas, actividades como
conferencias o ciclos de cine, y que permitió organizar concursos para relatos
inéditos y otorgó durante más de una década los premios Más Allá a la
producción de ciencia-ficción y fantasía argentina, en distintas categorías
(novela, ensayo, cuento, revista, etc.), elegidos por el voto de los asociados.
El Boletín reviste valor no sólo
porque incluye una crónica de las actividades que se llevaban adelante, sino
también porque anualmente publicaba una extensa lista de todos los trabajos de
ciencia-ficción y fantasía publicados, como guía para las nominaciones para el
premio Más Allá, lista que si bien no es una bibliografía, constituye una
fuente fiable de información.
Esta efervescencia relacionada con
un género literario no sólo estaba vinculada con la actitud gregaria de los
aficionados y por la publicación más o menos regular de dos revistas con
grandes tiradas, sino también con las posibilidades que brindaba la agonía del régimen
militar, de por sí reacio a cualquier dinámica que provenga del mundo de la
cultura, que permitió varios fenómenos paralelos, entre ellos, por ejemplo,
Teatro Abierto. Las nacientes actividades del Cacyf se dieron en este marco.
El siguiente objetivo natural una
vez establecido el funcionamiento del Cacyf fue el de tener una publicación literaria
propia. Como se puede apreciar en los primeros números del Boletín, hubo un debate que fue saldado de la siguiente manera: el
Cacyf continuaría con su Boletín,
mientras que cualquier otra publicación sería editada por socios o grupos de
socios de manera independiente a la asociación. Los diferentes programas literarios
se hicieron evidentes con las apariciones de las primeras revistas o fanzines en 1983 y 1984.
Vale hacer un paréntesis para
aclarar el término fanzine con que se
denominaba a las publicaciones producidas de manera independiente. La expresión
fanzine se emplea básicamente en el
mundo anglosajón para denominar a las publicaciones que difunden las
actividades, la historia y todo lo relacionado con el fandom vernáculo, pero no
son revistas literarias. En Argentina —y en otros lugares de América Latina—,
los fanzines replicaban el tipo de
contenido de las revistas con distribución comercial (cuentos, traducciones,
ensayos, crítica, etc.), con tiradas que iban de los 50 a los 500 ejemplares, y con
una calidad y presentación extremadamente variables, pero siempre fueron
revistas literarias.
La primera publicación de este tipo
realizada en el marco del Cacyf (hay algunos efímeros antecedentes en las
décadas del ’60 y ’70) fue Sinergia,
editada por Gaut vel Hartman, quien sin ninguna duda puede ser considerado una
figura decisiva del período como editor, promotor de actividades culturales y escritor,
actividades que aún hoy continúa llevando adelante. Sinergia publicó el primer número en el verano de 1983 y culminó su
andadura con el 12, fechado en el otoño de 1987, ya con una presentación que
podía competir con las publicaciones con distribución comercial. Aunque publicaba
relatos traducidos de otros idiomas (inglés, ruso, francés), su fuerte siempre
fue la narrativa en español. No fue frecuente en esta vertiente una
ciencia-ficción de corte clásico, sino una más bien experimental, a veces con
toques de absurdo, o cercana a la new
wave inglesa de los ‘60. Pasaron por sus páginas los autores más destacados
del período: Gorodischer, Gardini, Gandolfo, Levrero, Eduardo Abel Giménez y el
mismo editor, muchas veces bajo seudónimo. Puede subrayarse, entre todos los
relatos publicados, uno que podría tomarse como paradigma de la ciencia-ficción
argentina “Planetas de papel”, de Claudia De Bella, más conocida como
traductora. Con una lograda ambientación futurista con tintes argentinos y un
lenguaje acorde, la historia narra los abusos de una empresa dedicada a la
colonización de planetas que ejerce sobre sus empleados argentinos.
El siguiente título en aparecer fue Nuevomundo, en septiembre/octubre de
1983. Con una presentación más prolija que la que había tenido inicialmente Sinergia —que por entonces ya estaba
publicando su tercer número, con un diseño muy mejorado—, Nuevomundo fue editada por Daniel M. A. Croci, quien firmaba sus
ficciones como Daniel Barbieri. La revista tenía una línea mucho más definida
que sus colegas: en el editorial de su primer número, “Las dos maneras de
escribir”, fustiga el relato experimental, subjetivo o poético, inspirado,
según señala Croci, en la new wave de
la ciencia-ficción inglesa, prefiriendo una ciencia-ficción accesible, realista, escrita por autores
argentinos con ambientes y personajes argentinos. Y si bien no siempre los
relatos cumplieron con esta premisa, a lo largo de las 16 ediciones publicadas
entre en 1983 y 1991 —las últimas dirigidas por Santiago Oviedo—, mantuvo una
envidiable coherencia. En el número 4 aparece un manifiesto donde el editor reflexiona
sobre su postura de una literatura fantástica, incluyente de la
ciencia-ficción, nacional y popular: “Los conflictos, esperanzas y temores de
este tiempo han de reflejarse en una nueva literatura fantástica nacional. Por
eso el escritor que quiera ser popular debe compenetrarse con nuestra realidad,
hacerla parte de sí mismo y hacerse parte de ella antes de largarse a
fantasear. La técnica literaria y la variedad de recursos narrativos son
importantes, pero son artesanía, no arte. Mucho más importante es la capacidad
imaginativa y aún más el talento de comunicar mensajes que llegue al pueblo
lector, por ser el reflejo transfigurado, extrapolado, de lo que ese mismo
pueblo siente y no puede decir”(Croci 40). Croci (1951-2004), que nunca escapó
a la discusión política desde su publicación y también desde otros medios, fue
un personaje polémico pero coherente, que intentó abrir un camino para una
forma de la ciencia-ficción que no careció de seguidores. Como Daniel Barbieri
publicó varios relatos que seguían prolijamente sus planteos.
La tercera publicación en aparecer
fue Cuásar, editada por quien
suscribe esta nota y por Mónica Nicastro; durante un breve período, entre los
números 20 y 23 (1990/91), la dirección fue compartida con Juan Carlos
Verrecchia y Verónica Figueirido y, desde entonces, está a cargo únicamente de
Pestarini. Cuásar es la única
publicación impresa que continúa editándose en la actualidad, la más antigua
editada en español y la que se ha publicado a lo largo del mayor lapso de años,
al borde del medio centenar de ediciones. Su primer número salió en enero de
1984, y en el editorial declaraba sus intenciones: “Cuásar tiene la pretensión —dentro de sus posibilidades— de ser un
canal para que el escritor pueda dar a conocer sus creaciones, perfeccionar su
lenguaje y asentar su estilo (y para leer las cosas del escritor consumado que
no se editan en otro lado). Lo mismo vale para el traductor. Porque éste trabaja
tanto como el autor, y el no reconocer esto trae como consecuencia las malas
traducciones que nos bombardean todavía.” (2). De modesta presentación, la
publicación procuraba estimular también una crítica más rigurosa que la
habitual en las revistas de su tipo. El proyecto comenzó realmente a
concretarse a partir del número 6, con la inclusión de la novela corta “Un
paseo con Gerónimo”, de Daniel Barbieri, relato escrito entre 1978 y 1982 que
presenta a los desaparecidos como fantasmas que deambulan por la ciudad sin
comprender qué les ha sucedido, por qué se han vuelto inmateriales, buscando
desesperadamente acabar con esa no-existencia.
Hasta el fin de la década se
publican una docena más de revistas, de muy variada calidad y presentación, que
editan entre 1 y 15 números. La mayoría de ellas dedican sus páginas a los
relatos de autores argentinos (y también muchos hispanoamericanos, pues el
dinámico movimiento editorial atrajo la atención de los escritores en lengua
española, a veces incluyendo algunos textos traducidos y algo de crítica).
Entre estas publicaciones destacan Parsec,
dirigida por Gaut vel Hartman, que publicó seis números mensuales en 1984 y
tuvo distribución en kioscos, básicamente compuestos por relatos traducidos y
que se destaca por la inclusión en tres entregas de la novela Un paseo por Camarjali, de Eduardo Abel
Giménez. Otras publicaciones tenían tiradas muy reducidas, que rondaban los 100
ejemplares, como Gurbo, que publicó
once números mensuales entre 1985 y 1986, editada por Martín Salías y Tuqui, y
que fue muy apreciada en el fandom, y Potencial,
con 5 números entre 1986 y 1987, destinada a los autores noveles y editada por
Gaut vel Hartman. También Vórtice (10
números entre 1986 y 1988), editada por Verrecchia y Figueirido, con su
atildada mezcla de relatos argentinos y traducciones, tuvo su repercusión en
ese universo de lectores.
No podemos dejar de mencionar que la
década se cierra con la aparición de Axxón:
ciencia-ficción en bits en 1989. Fue la primera revista en lengua española
de cualquier disciplina en ser publicada en soporte informático (entonces disquetes
de 5 1/4), con un programa para PC
desarrollado especialmente por Eduardo J. Carletti (director de la publicación
hasta el día de hoy) y Fernando Bonsembiante. Desde 2001 se publica
directamente en Internet (axxon.com.ar), ha superado las 200 ediciones y los 20
millones de visitas. Su contenido siempre ha sido muy variado y abundante, pero
poco está comprendido en el terreno del estudio de este artículo pues su primer
número se distribuyó en septiembre de 1989.
Toda la actividad y las
publicaciones que hemos mencionado tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires;
pero hubo pequeños fandoms en otras
ciudades como Rosario, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza, Bahía Blanca y La Plata , pero fue sólo en la
primera donde se produjeron publicaciones. Allí, Claudio Omar Noguerol editó
quince números de Unicornio azul (luego
El unicornio), entre 1984 y 1989, y otros
quince de Supernova, entre 1985 y
1989. Estas publicaciones dieron amplio espacio a los autores santafesinos pero
también se pueden encontrar textos de los mismos escritores que aparecían una y
otra vez en las revistas de Buenos Aires.
No es sencillo establecer en forma
definitiva los motivos del alza y caída de las publicaciones de ciencia-ficción
y fantasía en la Argentina
de los ’80. Es indudable que El Péndulo y,
en menor medida, Minotauro (revista y
colección de libros) sirvieron como polos magnéticos que atrajeron lectores y
escritores, y que generaron un espacio para que aparecieran publicaciones de
menor alcance. También el efervescente clima en todos los ámbitos culturales
que significó el final de la dictadura militar y la nueva etapa democrática,
generaron espacios donde crecieron las iniciativas creativas, uno de ellos
habitado por este género. Pero no deberían ser considerados menores otros
factores que tendrían que ser explorados y puestos a prueba, como la
habilitación para mirar el futuro, un mundo de tinieblas en la década anterior,
que facilitó la ciencia-ficción, y la necesidad de reflexionar sobre la
reciente Guerra de Malvinas desde un lugar que no fueran la crónica o el relato
realista, algo que podría ser respaldado por la repetición del tema de la
guerra y la violencia en los relatos del período.
Carlos Gardini en los ochenta |
Más sencillo puede ser determinar
porqué este período llegó a su fin: la masiva desaparición de revistas en los
últimos dos años de la década y la mínima aparición de títulos nuevos parece
estar directamente vinculada con la crisis económica, hiperinflación inclusive,
que sufrió Argentina. Las publicaciones con distribución comercial, pero
también los fanzines, sintieron
frontalmente las olas de la debacle. El modelo neoliberal instalado desde 1989
también funcionó como elemento desalentador para estas iniciativas, pero no
deberían descuidarse otros posibles factores vinculados con lo creativo. Un
parte significativa de la producción de algunos escritores prolíficos del
período (Gaut vel Hartman, Gardini, Barbieri y Carletti, entre otros) había
sido escrita previamente, en los ’70, y estaba esperando la aparición de los
medios de publicación, pero esta cantera comenzó a agotarse y se comenzó a
notar cierto empobrecimiento en la producción literaria de fines de la década y
la falta de aparición de voces nuevas. Las revistas y publicaciones de esos
años ofrecieron a los escritores un espacio donde dar a conocer sus obras, pero
también fomentaron cierta endogamia literaria donde los editores eran también
escritores, los mismos autores aparecían en todas las publicaciones, con el
consiguiente empobrecimiento genético.
Con más de 50 libros y unas 200 ediciones de publicaciones
periódicas durante el período revisado, se torna muy difícil hacer un análisis
más o menos abarcador sin dejar afuera obras y autores de relevancia, pero como
ya señalamos, es un territorio poco explorado y es preferible apresurar unas
líneas sobre los escritores que destacaron en la ciencia-ficción argentina de
aquellos años que dejar vacante la cuestión. Sólo las obras de Ana María Shua,
Angélica Gorodischer, Marcelo Cohen y, por supuesto, Bioy Casares, han atraído
la atención de la crítica, pero aún así, la parte de sus obras publicadas en
estos años no es la más significativa en el corpus completo, salvo, tal vez, en
el caso de Gorodischer. Darrell B. Lockhart en su repertorio Latin American Science Fiction Writers,
tiene entradas sobre tres de los cuatro autores mencionados (omite a Cohen), y
suma a Carlos Gardini, Gaut vel Hartman y Marcial Souto, una cosecha un tanto
escasa para una obra de referencia de estas características, pero aún así es
quien más se detiene en autores que produjeron una obra significativa de
ciencia-ficción en los ’80.
Antes de caracterizar brevemente la
obra de algunos escritores relevantes, es oportuno destacar circunstancias que
tal vez pasen desapercibidas. La primera de ellas es que la mayor parte de las
revistas estaban dirigidas por escritores de narrativa, un fenómeno no tan
usual, y algunas podrían considerarse incluso plataformas para difundir la obra
propia, una situación nada ilegítima, por cierto. Pero como no había cercas
autoimpuestas, un mismo autor podía aparecer en las publicaciones de mayor jerarquía (El Péndulo o Minotauro),
pero también frecuentar publicaciones rústicas y de ediciones muy limitadas. Este
factor, entre otros, generó un sentido de pertenencia a una comunidad que
fortaleció las publicaciones y, a la vez, terminó retroalimentando al mismo
fandom. Así, por ejemplo, hubo autores que llegaron a superar el medio centenar
de cuentos publicados en el lapso de diez años, una cifra inimaginable en
épocas anteriores.
Probablemente la obra más
significativa y representativa del período, y de gran parte de las últimas tres
décadas, dentro de la ciencia-ficción argentina, sea la de Carlos Gardini (1948).
Aunque era conocido como traductor, actividad a la que sigue vinculado, como
narrador se hizo conocer a partir de que su cuento “Primera línea” ganó en 1982
el Premio Círculo de Lectores, cuyo jurado integraban Borges y Donoso, entre
otros. En el lapso de dieciocho meses publicó cuatro libros: Mi cerebro animal, Primera línea (1982,
ambos de relatos), Juegos malabares (1983,
novela articulada) y Sinfonía cero (1983,
una novela corta y varios cuentos), pero debió esperar hasta 1993 para que su
novela El libro de la tierra negra tuviera
su primera edición. La variedad de registros de los relatos de Gardini es muy
amplia, desde lo fantástico clásico hasta la ciencia-ficción futurista, pero es
claramente reconocible su prosa firme y rigurosa. En particular en este período
son frecuentes sus cuentos sobre la guerra y la violencia, que fueron
vinculados muchas veces con reflexiones sobre la Guerra de Malvinas pero
que, según el autor, fueron escritos en su mayoría antes3. “Primera línea”, una historia sobre el uso
que le da un ejército del futuro a los mutilados, es un ejercicio que desnuda
el militarismo como un absurdo. Marcos similares tienen historias como
“Blitzkrieg” (una masacre ambiguamente generada por el deseo de un niño),
“Tierra de nadie” o “Perros de la noche”, pero cambia completamente en otros
como “Fiat mundus”, un pasatiempo borgeano sobre la creación de Dios, o
“Travesía”, una fantasía surrealista.
La obra de Angélica Gorodischer
(1928) tiene un espacio ganado hace tiempo en la literatura argentina, pero lo
que comenzó como una relación de mucha proximidad con la ciencia-ficción se
convirtió en rechazo en los últimos años. La década del ’80 es de transición. Kalpa Imperial (1983-1984), un tapiz de
relatos que describen un imperio ilimitado, probablemente futuro, está más
cerca de la fantasía que de la ciencia-ficción. La obra fue traducida al inglés
por Ursula K. Le Guin en 2003. Por fuera de esto, publicó una decena de
cuentos, algunos de ellos incluidos en Las
Repúblicas (1991), donde se cuentan historias ambientadas en una Argentina
del futuro disgregada en pequeñas repúblicas.
La historia que inspiró el mundo de Las Repúblicas es “Llano del sol” (1982)
de Elvio E. Gandolfo (1947), uno de los relatos más originales de la década. La
obra de Gandolfo vinculada con la ciencia-ficción es amplia y dispersa, y va
desde la narrativa y la crítica, a la traducción y también la tarea de editor. En
El libro de los géneros reúne textos
sobre ciencia-ficción, terror y policial y también cuentos de los tres géneros,
obras que escribió a lo largo de las cuatro décadas que lleva publicando. Su crítica
apareció regularmente en El Péndulo,
pero su narrativa en la década es más bien escasa, y destacan en ella los
cuentos “La mosca loca” (1983) y “El terrón disolvente” (1990).
Aunque fuera sólo por la cantidad de
relatos que publicó durante aquellos años, la obra de Sergio Gaut vel Hartman
(1947) llamaría la atención: medio centenar, en prácticamente todas las
revistas del período. Pero no es sólo la cantidad, sino también la variedad
temática y la búsqueda constante lo que destacan, desde el humorismo de la
serie de cuentos de la
Secretaría de Asuntos Estrambóticos hasta la exploración de
las historias paralelas de la
Argentina como “La noche de al lado” (1986). Indudablemente
sus historias más conocidas son las de los “cuerpos descartables”, ambientadas
en un futuro donde los cuerpos clonados se multiplican, con vida y
personalidades propias, y hay cazadores dedicados a perseguirlos. Algunos de
estos relatos están recopilados en el volumen que lleva el nombre de la serie,
publicado en 1985.
Aunque raramente contemplada con el
prisma de la ciencia-ficción, gran parte de la obra de Marcelo Cohen asume las
definiciones del género. Insomnio (1986)
es la historia de un personaje sin rumbo en una ciudad patagónica aislada por
el ejército para que sus habitantes no emigren porque se agotó su razón de ser,
el petróleo. En El oído absoluto (1989),
la ciudad también funciona como marco, en este caso Lorelei, urbanización creada
por un cantante popular costarricense en agradecimiento a la humanidad por su
éxito. Allí todas las personas, sin distinciones sociales, pueden pasar quince
días en un mundo utópico. Si bien la obra de Cohen del período, de una prosa
intensa y evocadora, no tiene lazos significativos con el resto de la
ciencia-ficción del momento (incluso fue escrita en España), debería ser tenida
en cuenta en cualquier análisis del período.
De este repaso hemos dejado afuera
algunos nombres que publicaron textos importantes, pero que o no pueden ser
enmarcados como ciencia-ficción a pesar de salir en las publicaciones reseñadas
(Ana María Shua, Rogelio Ramos Signes) o escribieron y residieron un tiempo en
Argentina pero su obra su publicó básicamente en Uruguay (Mario Levrero y Tarik
Carson). Por último, quisiéramos aunque sea dejar registrados algunos nombres
de interés: Raúl Alzogaray, Santiago Oviedo, Esteban Sayegh, José Manuel López,
Carlos O. Antognazzi, Graciela Parini, Eduardo L. Sánchez y José Altamirano,
son algunos de ellos.
Consideraciones finales
Pablo
Capanna ofrece una descripción de la ciencia-ficción argentina a mediados de aquella
década: “Quizás el rasgo más común sea que nuestros autores no hacen
ciencia-ficción a partir de la ciencia, como ocurre en países industriales
donde la ciencia es una actividad socialmente prestigiosa y la tecnología
impregna la vida diaria, son escritores que se han formado leyendo
ciencia-ficción y en cuyo mundo espiritual importan las convenciones y los
mitos del género. Decir que aquí se hace ciencia-ficción a partir de la
ciencia-ficción no es decir que se hace literatura de segunda mano; por el
contrario, puede significar cortar camino hacia las corrientes más avanzadas
del ámbito mundial” (56).
Tal vez la brecha entre la
ciencia-ficción argentina y la de los países desarrollados no esté marcada
tanto porque allí se escribe desde la
ciencia y el entorno tecnológico sea omnipresente, este último un rasgo que
puede ser sostenido para la década del ’80. Los escritores anglosajones del
género tanto como los argentinos de los ’80 se formaron leyendo
ciencia-ficción, pero es cierto que en el mundo anglosajón es mucho mayor el
porcentaje de escritores con formación científica que en el nuestro. De las dos
culturas de Snow, está claro que la dominante en la ciencia-ficción argentina en
los ’80 —y también en la actual—, es el de las humanidades.
Esta orientación, más el hecho de
que las publicaciones del género no repitieran las fórmulas de las revistas
anglosajonas, que se repartían la ciencia-ficción y la fantasía según
condiciones muy estrictas, permitieron que los escritores pudieran enlazar naturalmente
su literatura con la tradición fantástica argentina, enriqueciéndola con otras
formas como el surrealismo y el absurdo. Por todo esto es que resulta tan
difícil de definir los rasgos dominantes de la ciencia-ficción argentina, porque
no respeta las fórmulas restrictivas de la anglosajona, que recién en las
últimas dos décadas inició un proceso de descodificación, aproximándose y
fundiéndose con la literatura general.
Pero la
década del ’80 para la ciencia-ficción argentina es determinante, porque por
primera vez se establece un conjunto de escritores, publicaciones y lectores
que manejan una serie de códigos comunes, que se potencian y logran establecer
de manera más o menos permanente un espacio común. Lamentablemente este fenómeno
resulta difícil de estudiar porque la misma informalidad de las publicaciones y
la falta de registro por parte de la academia han hecho que, a veinte años de
finalizada la década, poco y nada se haya estudiado, mientras que cada vez
resulta más difícil localizar aquella producción literaria. Sólo la colección
de la Biblioteca Nacional
contiene parte de las publicaciones del período.
Por todo
esto es que nuestra intención fue preparar una cartografía de las publicaciones
y autores de la ciencia-ficción argentina de los ’80, pues en esta década de
enorme dinámica es cuando el género se configuró como tal, reclamando un
territorio propio, aún en los márgenes, en la literatura argentina.
Notas
1 Véase “A Chronology of
Latin-American Science Fiction, 1775-2005” de Molina-Gavilán et al para profundizar.
Este trabajo merece ser actualizado ya que, sólo en el área de Argentina, hay
al menos unos veinte títulos localizados con posterioridad a la publicación.
2 Cuatro de los cinco relatos de autores argentinos seleccionados
para Cosmos latinos, pertenecen a
este período. Yolanda Molina-Gavilán en Ciencia
ficción en español, cuando analiza la ciencia-ficción argentina, se detiene
especialmente en obras del período. Aunque más razonable por la fecha de
publicación (1980), los seis relatos argentinos seleccionados por el belga
Bernard Goorden para Lo mejor de la
ciencia-ficción latinoamericana pertenecen a aquellos años.
3 “Casi todos los cuentos fueron anteriores [a la Guerra de Malvinas], salvo
“Primera línea”, que fue casi un corolario” (Gardini 121)
Obras citadas
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No sé si así, a primera vista, ha quedado afuera algo de la cf argentina en ese período. Lo cierto es que para los amantes del género -como es mi caso- se trata de un revival magnífico. Gracias, Luis
ResponderEliminarUn ensayo urgente y necesario.
ResponderEliminarmuy buena nota
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