
Aporta, felizmente, un material que
está en el ADN de la ciencia ficción: el cuento. Ocho inestimables cuentos. Por
alguna extraña razón, los editores repiten desde el siglo pasado que los
cuentos no venden, o venden mucho menos que las novelas (dentro de las cuales
las unitarias a su vez venden menos que las que integran secuelas
interminables). Pero las historias cortas exigen un mayor trabajo artesanal, un
vigor argumental y gran exactitud, ya que prescinden de los elementos
superfluos (personajes o acciones laterales, largas descripciones) que integran
las novelas. En la ciencia ficción estas características afloran con mayor
nitidez.
Y además, aumentando sus méritos, ha
hecho un equilibrio entre narraciones de autores anglosajones con otras de
escritores de habla hispana. Por cierto que con un ligero desequilibrio para
aplaudir: tres de aquellas y cinco de éstas.
Todo lo dicho es harto suficiente
para festejar este volumen y esperar que se repita (ya se anuncia Terra Nova
2).
Y se debe agregar el valor
individual de las historias.
Considerando los relatos uno por uno
es posible dividirlos en dos grupos marcados: los anglosajones y los escritos
originalmente en nuestro idioma.
Los primeros, con muy buen nivel,
alientan la esperanza de que en aquel mercado del hemisferio norte, mucho más
lucrativo sin dudas, no se apague la creación del género. Ken Liu (que nos trae
una delicada fantasía recuperada de leyendas de sus ancestros), Ian Watson y
Ted Chiang (espléndida descripción de vidas cibernéticas y su evolución, donde
los operadores actúan a la manera de dioses de esos universos binarios)
encuadran, cómodamente, en la tradición de la ciencia ficción anglosajona. Si
algo se le puede reprochar al magnífico cuento de Chiang es que podría haber
abarcado algunas páginas menos.
Los restantes, más cercanos en todo
sentido, son cuentos “de choque”, de osada vanguardia. Tramas avanzadas y en
algunos casos difíciles, no de leer claro está, ya que el interés se mantiene
alto, sino por sus enfoques: realidades que conocemos descriptas con crudeza y
a las que se les ha adicionado el elemento fantástico. De aquellos marcianitos
verdes, ingenuos extraterrestres, viajes a planetas lejanos, se evolucionó a
duros cuentos de zombis (“Recuerdos de un país zombi”, poderosa
descripción de la sociedad cubana a la que se añade con toda naturalidad el
mundo zombi), a atrevidas variantes de vinculación sexual (“Deidre”, el
amor lésbico con una androide que no prescinde de la ternura, y “Memoria”,que
explorando novedosas formas de amor requiere miras amplias de parte del
lector), a la moderna fábula satírica (“Enciende una vela solitaria”, ésta sí
de compleja lectura), al alquiler de cuerpos en un policial negro (bien negro, “Cuerpos”).
Algunos de ellos (los de Mota y Jiménez) enmarcados fuertemente en ambientes,
costumbres, nombres (el indio Padovani es inimaginable en un contexto
angloparlante) y habla propia de España y Cuba, exhiben su independencia
respecto de las tradicionales narraciones de Inglaterra o Estados Unidos. Queda
en la sensibilidad personal del lector apreciar más algunos o resistirse a
otros. Lo que no sucederá es que le resulten indiferentes.
En resumen, una antología para
perseguir, leer y atesorar.
José De Ambrosio
Terra Nova: antología
de la ciencia ficción contemporánea, compilada por
Luis Pestarini y Mariano Villarreal. Buenos Aires: Spórtula, 2013. 343 p.
(Publicación, 37) Contiene: El zoo de papel, Ken Liu. Deirdre, Lola Robles.
Recuerdos de un país zombi, Erick J. Mota. Enciende una vela solitaria, Víctor
Conde. Cuerpos, Juanfrán Jiménez. Un día sin papá, Ian Watson. Memoria, Teresa
P. Mira de Echeverría. El ciclo de vida de los objetos de software, Ted Chiang.
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