lunes, 15 de junio de 2020

La narrativa de Carlos Gardini, por Luis Pestarini. Prólogo del libro de cuentos "Leyendas"


 No existe una realidad objetiva, a lo sumo existe una realidad históricamente subjetiva. Una noción de realidad compartida por un grupo, un sector, una clase, una comunidad, pero siempre cuestionable. Como ejemplo de lo precario de nuestras percepciones, Sir Arthur Eddington hablaba del “escritorio fantasma”. Uno tiene un escritorio, que es una cosa palpable, sólida, donde uno apoya objetos, pero esto está muy distante del escritorio real de la física. Éste es una entidad en su mayor parte vacío, donde intervienen ciertas fuerzas, y cuyas relaciones microcósmicas son totalmente imposibles de captar mediante los sentidos[1].
Entre estos dos mundos, que son el mismo pero con aproximaciones muy diferentes, es donde se mueve la narrativa de Carlos Gardini, siempre encuadrable dentro de la difusa categoría literaria que críticos, editores y libreros llamaron ciencia ficción y fantasía.
La cronología dice que Gardini publicó sus primeros cuatro libros en poco más de un año: Mi cerebro animal (cuentos, 1983), Primera línea (cuentos, 1983), Juegos malabares (novela, 1984) y Sinfonía Cero (cuentos, 1984). Pero tras este estallido pasó casi una década hasta un nuevo libro si dejamos de lado la compilación de sus relatos infantiles, Cuentos de Vendavalia (1988).  En estos volúmenes se alternan casi mecánicamente los cuentos de ciencia ficción y los de fantasía, destacándose entre los primeros aquellos ambientados en guerras o situaciones violentas que suceden en el futuro cercano. Su literatura fantástica es más clásica, más fácil de entretejer con la rica tradición argentina.  El detalle y la construcción de un clima asfixiante, pesado, son rasgos que constituyen el tronco sobre el que se desarrollan las historias, en particular aquellas que pueden encuadrarse dentro de la ciencia ficción. Curiosamente cuando fueron publicados estos libros se reiteró el lugar común de que habían sido escritos bajo la influencia de la Guerra de Malvinas, afirmación que fue desmentida por Gardini al indicar que la mayoría de ellos eran anteriores, y que la violencia ya estaba presente en la sociedad antes de la Guerra.
El nombre de Gardini cobró cierta notoriedad porque su cuento “Primera línea” ganó el Premio Círculo de Lectores en 1983, un premio que atrajo reconocimiento porque su jurado estuvo constituido, entre otros, por Jorge Luis Borges y José Donoso. Curiosamente, “Primera línea”, que da título a su segundo libro, sí tuvo su génesis en la Guerra de Malvinas, según reconoció el mismo Gardini. La historia está ambientada en una guerra indeterminada en la que el protagonista descubre que ha sido herido gravemente, perdiendo varias extremidades. Cuando despierta el soldado Cáceres, le ofrecen ser parte del proyecto MUTIL (Móvil Unitario Táctico Integral para Lisiados), convirtiéndose en un ciborg para volver a combatir. Así, el estado gana por partida doble: evita cargar con mutilados por la guerra y a la vez constituye una élite de combate muy valorada.
Juegos malabares es una novela fantástica episódica, un recorrido por un parque de diversiones oscuro, donde nada es lo que parece, en el que desfilan los horrores reales detrás de los personajes característicos de estos lugares, bajo la mirada de una niña. Directa y sorprendente, en gran medida Juego malabares tiene características únicas dentro de la obra de Gardini, ya que si bien volverá una y otra vez a la cuestión de aquello que nos repugna, de lo mítico corrompido, ya no lo hará enmascarado en lo cotidiano.
El cuarto de esta serie de libros, Sinfonía Cero, es tal vez el más desparejo. Dividido en dos partes, la primera, Días felices, reúne una colección de relatos cortos, entre los cuales encontramos uno de los cuentos más bellos escritos por Gardini: “La fortaleza de la soledad”, sobre el fin de la infancia. La segunda parte es una novela corta que da nombre al libro. Transcurre en la Llanura, una planicie interminable a la que van llegando los protagonistas de cada historia, desde el fundador de una ciudad hasta un diariero que llega con sus diarios para prestarlos eternamente.  El narrador parece ser la misma Llanura: “Estas son digresiones, pero son digresiones producidas por la Llanura, por su existencia o no existencia, que pone a prueba todo el esfuerzo para emplear el lenguaje discursivo sin caer incesantemente en la paradoja o la sinrazón” (p. 205).

Fue frecuente colaborador de las revistas dirigidas por Marcial Souto: El Péndulo en diferentes encarnaciones (1981-1991), y Minotauro en su segunda etapa (1983-1986), no sólo con cuentos, sino también con ensayos y traducciones. Gardini fue uno de los traductores más requeridos en nuestra lengua y, como decía él, “traduje desde los Sonetos de Shakespeare hasta historietas de superhéroes”. Pero algunas de sus traducciones son clásicas: su versión de los Cuentos populares italianos, compilados por Italo Calvino, realizada para Librerías Fausto en los setenta,  lleva varias ediciones en Siruela. Por otro lado, La Bestia Equilátera está publicando desde hace unos años, la obra de Kurt Vonnegut con traducciones de Gardini. La mayor parte de las traducciones en las últimas dos décadas de su vida fueron realizadas para Ediciones B (en particular para la colección Nova, dedicada a la ciencia ficción) y Bibliópolis (en este caso de fantasía y ciencia ficción), ambas españolas. Traducía del inglés, francés e italiano con la misma facilidad. Le Guin, Ballard, Katherine Anne Porter, Henry James, Robert Graves, la lista de autores que tradujo es inmensa.
Carlos Alberto Gardini nació en Buenos Aires el 26 de agosto de 1948 y murió en la misma ciudad el 1 de marzo de 2017. Estudió letras en la Universidad de Buenos Aires aunque no llegó a graduarse. Tenía una sólida formación en lenguas clásicas. Su primera publicación fue el cuento “Los monstruos”, aparecido en el suplemento cultural del diario La Opinión del 23 de julio de 1978, y nunca fue reeditado porque su autor lo consideraba “pedante y muy defectuoso”. Gardini era exigente con su obra y también con la obra de los demás. No soportaba la combinación de estupidez y soberbia. “Es un tano calentón” decía Mirta, su compañera. Pero respetaba la inteligencia, escuchaba con atención y era un excelente conversador. Otra cosa que detestaba eran los manejos editoriales poco respetuosos con los autores. Quizá por esto demoró tanto en volver a publicar tras sus primeros cuatro libros, y casi siempre lo hizo en editoriales pequeñas.  Fue en 1993 cuando apareció El Libro de la Tierra Negra en Letra Nueva, que poco después desaparecería.
El Libro de la Tierra Negra marca el comienzo de una nueva etapa en la obra de Gardini, en particular en sus novelas: transcurren en mundos y tiempos indeterminados donde la tecnología se funde con la magia y narran el periplo del héroe, un predestinado surgido de lo más marginal de la sociedad, que está atrapado en los intereses de las castas, unas religiosas y otras militares casi en el sentido medieval. Hay algunas referencias que pueden ser leídas en clave política, como también sucede en una de sus últimas publicaciones, la novela corta “Juicio final” (2010), donde se trasluce su antiperonismo.
El esquema de una sociedad estratificada en clases un poco secretas, con códigos secretos, se repite en la siguiente novela, El  Libro de la Tribu. Gardini explora el origen del mito del vampiro y le da una nueva dimensión. El protagonista es un ladrón que cuenta la historia de su conversión y el dolor y la angustia que son parte de la condición de ser bebedor de sangre. El Libro de la Tribu habla sobre lo que significa ser diferente, donde se ha perdido el sentido de los ritos aun cuando se siguen practicando.  El Libro de la Tierra Negra y El Libro de la Tribu son parte de una trilogía que no comparte ni personajes ni tramas que concluye con “El libro de las Voces” (2001). ¿Qué convierte a estos tres textos en una trilogía? Comparten la descripción de una sociedad indeterminada, abiertamente dividida en castas donde la religión no es un poder menor, y el protagonista es un predestinado que es sometido al rito de iniciación para renacer convertido en algo distinto.
Con “El libro de las Voces”, Gardini obtuvo el premio UPC de la Universidad Politécnica de Cataluña que se otorga anualmente desde 1991 a novela corta inédita en español. Este premio alcanzó un importante reconocimiento porque, al permitir la presentación de originales en inglés y francés, tuvo el protagonismo de autores anglosajones de primer nivel como Mike Resnick o Jack McDevitt. Gardini fue el único autor que lo obtuvo en tres ocasiones: en 1996 con “Los ojos de un dios en celo”, en 2001 con “El libro de las voces” y en 2007 con “Belcebú en llamas”.
Más inclinada hacia la fantasía que a la ciencia ficción, su siguiente novela, Vórtice (2002), reitera la temática de la iniciación a través de un renacimiento pero esta vez protagonizada por una mujer. También está presente el tema de la sociedad dividida en castas con fuerte presencia de lo religioso y la figura del libro que se escribe a sí mismo. Fábulas invernales (2004), finalista del premio Minotauro, prefigura la que será la más notable y lograda de sus obras: Tríptico de Trinidad (2010). En Fábulas invernales reaparecen las cuestiones de la predestinación y la trascendencia, pero la estructura del relato es poco habitual en Gardini: la descripción del universo es fragmentaria, presentada a través de retazos narrativos que van tomando su lugar en un gran lienzo.
Tríptico de Trinidad está inspirada y dialoga constantemente con el tríptico más importante de la literatura occidental: La Divina Comedia. No sólo replica la estructura matemática, sino que en más de una ocasión reconocemos citas u homenajes más o menos explícitos a la obra del Dante. Sin ir más lejos, aquí también visitamos el infierno, el purgatorio y el cielo, en el mismo orden, con una diferencia: si en los nueve (33) círculos del infierno La Divina Comedia alcanza sus mayores alturas, en Tríptico de Trinidad sucede lo contrario, pero pronto el relato cambia de signo e integra esa maravillosa imaginería con la necesaria conexión emocional con el lector. El protagonista es, otra vez, un predestinado, un esclavo llamado Aguanieve, que tiene la tarea de salvar al mundo, pues la Ducásima, la mujer que mantiene el equilibrio del mundo de Trinidad, fue envenenada y agoniza lentamente mientras canta su lamento. Aguanieve recorre los tres mundos que habitan en Trinidad en su búsqueda de una cura.
La inserción de la obra de Gardini en la literatura argentina es problemática: el predestinado que, desde un lugar de insignificancia, va a cambiar el status quo de un sistema social cimentado en clases con fuerte participación del poder religioso, o a veces sostenerlo para que no cambie, son temáticas que no se encuentran en nuestra literatura. Más allá de que el Emilio Gauna de Bioy Casares o de algunos personajes de Roberto Arlt comparten la condición de predestinados, en la obra de Gardini estos predestinados tienen un futuro de trascendencia, que contrasta con su orígenes humildes y marginales.
La narrativa corta de Gardini es asimilable sin dificultad a la escasa corriente de la ciencia ficción corta, en tanto que sus novelas, que combinan fantasía oscura y ciencia ficción, parecen compartir ciertos rasgos con la literatura de escritores como Gene Wolfe o, más recientemente, China Miéville. Hay que sumar una dificultad adicional para que la obra de Gardini alcance una buena visibilidad: la mayor parte de ella está descatalogada. Algunas de sus novelas, publicadas en España, no tuvieron distribución en Argentina, e incluso una, El libro de la Tribu, fue publicada en formato e-book en 2001,  y sólo circulan ejemplares impresos por demanda. Sus tres últimos libros fueron publicados por la editorial marplatense Letra Sudaca: La ciudad de los Césares (2013), Belcebú en llamas (2016) y Leyendas (2018).
Gardini despliega en sus libros una prosa elegante y precisa, sobria, que a veces recuerda a Conrad, una prosa que es el instrumento perfecto para el desarrollo de ideas y situaciones originales. A Gardini no le interesaba aparecer en suplementos culturales y fue su decisión no golpear las puertas de editoriales grandes ni molestar a asesores editoriales para que publicaran sus libros. Ahora queda en nosotros la labor de que su obra no caiga en un inmerecido olvido. 

[1] Entrevista publicada en Cuásar n° 3 (invierno 1984)

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