Este
artículo fue publicado originalmente en el diario porteño La Prensa ,
el 11 de diciembre de 1932. Su autor, el médico español Manuel Gabarain, no
sólo hace una prospectiva de los avances médicos sino de todos los cambios
sociales, presentando un modelo de sociedad que también puede encontrarse
claramente reflejado en parte de la ciencia ficción que se escribía entonces.
Especial
para La Prensa
Madrid,
1932.
Aspiraciones,
métodos y constancia son comunes en la profesión médica de todas las comarcas.
En su pabellón está inscripto aquello que debe ser la regla de la vida de todas
las naciones: fraternidad y solidaridad.
Abraham
Jacobi
Si dejamos,
de una parte, libre el vuelo a la necesaria fantasía, y si pesamos, de otra, el
valor de los hechos conocidos en función de la velocidad uniformemente
acelerada del progreso, podremos imaginar lo que será la medicina futura.
Podremos equivocarnos en el emplazamiento, y resultar que lo que predecimos
para el año 2000 suceda unas décadas antes o unas décadas después, pues no
poseemos la razón numérica de esta progresión, y solamente conocemos las
posibilidades de los caminos emprendidos y la mayor o menor urgencia de los
huecos a llenar; pero, sin duda, estamos en vísperas de un avance tan
gigantesco, hemos adquirido tan importantes conocimientos en estos últimos
años, que el organismo humano llegará a ser manejado por la ciencia como la
sencilla maquinaria de un reloj. La medicina, la más antigua forma del saber
humano, se encuentra en un momento tan crítico, que el porvenir de la humanidad
le pertenece con más títulos que a todas las demás actividades científicas
reunidas. No pecamos de exageración al afirmarlo de un modo tan rotundo. Si
analizamos con un poco de atención las raíces donde asienta la causa de la enorme
crisis que atraviesa el mundo, veremos que se nutren de sustancia médica. La
desaparición de las enormes epidémicas que diezmaban constantemente los
pueblos, la disminución fabulosa de la mortalidad, los beneficios de la higiene
en todos sus aspectos, la depuración de la sensibilidad humana, los principios
democráticos y la legislación del trabajo, etcétera, han sido los principales
factores de esta crisis: el aumento de población y los problemas sociales.
Todos, o casi todos los descubrimientos que luego han sido la base del progreso
industrial, proceden de la actividad desplegada por los hombres en bien de la
salud y para combatir la fatiga. Y ante el pavoroso porvenir de los hombres,
cegados en el afán de agruparse donde no hay sitio para tantos, el médico dice
al Estado: mi ciencia ha hecho que el mundo civilizado cuente hoy con una
población tres veces mayor que hace setenta años; hay pueblos, como Java, que
tienen 400 habitantes por kilómetro cuadrado; en el Japón nacen cuatro
ciudadanos por minuto; muchos millones de seres nacen para morir de hambre o
para matar de una manera violenta; si quieres que conserve a tus súbditos sanos
y fuertes, deja a un lado tus ilimitadas ambiciones, no premies a las familias
numerosas y entabla una enérgica política eugenética. La población del mundo
estaba regulada por un morir incesante que yo he atenuado para evitar el dolor
inútil; ahora te toca a ti atenuar un crecimiento que ya no está justificado
por aquella prodigalidad compensadora.
A fines de siglo, las infecciones
serán un simple recuerdo. La tuberculosis, que hoy mata decenas de millones de
seres, habrá desaparecido por completo. Lo mismo habrá sucedido con la
avariosis y el cáncer. La mortalidad infantil —hoy mueren, antes de cumplir un
año, más de la mitad de los niños que nacen— será imposible. No se permitirá
que nazcan seres enfermos o tarados, pues sólo tendrán el derecho y el deber de
darlos quienes ofrezcan las garantías absolutas. Se dispondrá completamente de
la investigación de la paternidad. Las leyes más rigurosas e importantes serán
las sanitarias. Las ciudades estarán libres de toda clase de parásitos y
epidemias. No habrá más enfermos que los del sistema nervioso, del aparato
circulatorio y los intoxicados. Habrá muchos sordos y enfermos de la vista. Las
gentes conservarán su dentadura y su pelo hasta el final de su vida. Contra lo
que se supone, la vida media se habrá acrecido de una manera notable. Será,
aproximadamente, de 55 años. La medicina, que será casi exclusivamente
profiláctica, evitará la diabetes, las supuraciones y las enfermedades del
riñón y del hígado. La ciencia médica tendrá una ramificación importante, que
será ejercitada por personal subalterno: la medicina y la cirugía estética. Se
podrá tener la piel, el pelo y los ojos del color que se desee. Se podrá ser, a
voluntad, alto o bajo, gordo o delgado, trabajador o perezoso, emocionable o
indiferente, comilón o inapetente, e incluso varón o hembra. Se podrá detener
la evolución de las edades. Se podrá dormir o no dormir, según convenga.
Como dice Marañón, el descenso de la
mortalidad infecciosa, desde hace veinte siglos a la actual, está compensado
por una línea inversa, ascendente, de muertos en el acto de desplazarse de un
lugar a otro de la Tierra. El
“cupo necesario de muertos” se completará con los accidentes traumáticos.
También aumentará el número de
muertos por “shock” emotivo, pues el tendón de Aquiles del hombre será su
delicadísima sensibilidad, aguzada, por la carencia de dolor, pues el mismo
dolor del parto será un recuerdo mitológico. Se verá caer muerto en medio de la
calle a un ciudadano por el simple hecho de haberle llamado imbécil. Pero esta
clase de muertes por inhibiciones reparables, se combatirán eficazmente por la
resurrección terapéutica, del mismo modo que se vuelve hoy a la vida a los
asfixiados, con la respiración artificial. Se facilitarán certificados de
muerte transitoria para los efectos penales. Y se acusará: “Fulano me mató
llamándome insensato”. Por el contrario, los deportes bien observados, aumentarán
extraordinariamente la resistencia física.
Contra lo que pudiera creerse, se
habrá olvidado lo que todavía se practica como medida higiénica en la
alimentación. No se hervirán los alimentos ni se filtrará el agua ni se lavará
la fruta. El organismo humano estará, casi absolutamente inmunizado para estos
problemáticos peligros, y comerá la “porquería” que es indispensable para la
salud.
Es un error imperdonable creer que
los hombres de mañana se alimenten de sustancias condensadas. Por el contrario,
comerán carnes y verduras crudas y una cantidad enorme de pescados y mariscos.
Nadie tendrá que tomar preparados de vitaminas ni tónico alguno. Casi toda la
farmacología parecerá cosa de brujos y charlatanes. Se hablará de la
terapéutica como hablaría el león salvaje, si pudiera.
Las ciudades de ahora habrán sido
totalmente derribadas. La humanidad habrá resuelto las terribles crisis de
trabajo, construyendo ciudades nuevas. La alimentación se habrá unificado de
una manera absoluta. No habrá mercados ni tiendas de comestibles. La
alimentación será un servicio del Estado, el cual impondrá un “menú” con
arreglo a sus posibilidades, al clima y a la estación. Se hablará del
abastecimiento de comida, como ahora hablamos del de agua y energía eléctrica.
La jornada de trabajo se habrá
reducido a dos o tres horas. Los obreros serán de una elevada categoría
intelectual. De entre ellos se formarán los investigadores industriales.
Dispondrán de mucho tiempo para ilustrarse, pues ésta será su primordial
obligación. El trabajo será como un deporte o un motivo de ocupación y
convivencia. Apenas habrá médicos en los sanatorios y clínicas quirúrgicas.
Cada ciudadano se tratará por sí mismo de las afecciones banales que todavía
haya. Cuando se enferme del corazón o del sistema nervioso, será obligatorio el
ingreso en los sanatorios, casi exclusivamente dedicados a estas dolencias. Los
médicos serán investigadores al servicio del Estado.
Los actuales avances del llamado
feminismo habrán modificado muchos de los actuales postulados. El enorme auge
de la vida intelectual habrá puesto de manifiesto las verdaderas diferencia de
los sexos, hoy muy incompletamente determinadas.
Las condiciones de la vida se habrán
modificado de una manera tan radical, que los hombres se desplazarán con una
facilidad fantástica de un hemisferio a otro. Las condiciones climatológicas se
habrán uniformado artificialmente, y se podría ir del Ecuador al polo en unas
horas, sin mudarse de ropa. Los baños de limpieza serán sólo accidentales, pues
la gente no tendrá, apenas, ocasión de ensuciarse. La juventud buscará las
ocasiones de solazarse bajo la lluvia, como ahora las busca bajo un cielo
despejado, pues se habrá perdido por completo el horror al agua que caracterizó
a la humanidad hasta el siglo XX. Nadie usará abrigos ni ropa de invierno. El
organismo humano, como el de todos los seres de la naturaleza, habrá recuperado
los mecanismos propios de regulación de la temperatura corporal. Se usarán unas
telas parecidas a las que usan los árabes, que servirán para hacer vestidos muy
simples y uniformes. Los hombres de entonces se reirán de la puerilidad de nuestras
modas, como nos podemos mofar nosotros de las plumas de los salvajes. Las
mujeres habrán olvidado sus artes de tocador y todos rendirán un profundo
respeto a las formas naturales. Únicamente se modificarán, por procedimientos
científicos, aquellas particularidades, como el color, la talla, etcétera, que
disientan del canon normotípico, y esto por lo que tengan de síntomas de alguna
predisposición o defecto congénitos.
La cirugía, en cambio, apenas habrá
progresado, pues será poco menos que inútil. Ya que su misión se reduce a
remediar las deficiencias que hoy no están al alcance de la medicina, la
cirugía habrá vuelto a su condición de meramente artesana y subalterna. El arte
de operar quedará casi limitado a los accidentes traumáticos. Eso sí, habrá
alcanzado una gran perfección técnica; los anestésicos serán perfectos, y ya no
habrá hemorragias ni complicaciones de ningún género.
Se habrá llegado a la perfección en
cuanto a los intentos actuales de prolongación de la vida, que se pondrán en
práctica desde la edad juvenil. Se llegará muy fácilmente a los 100 años; pero
nunca podrá el hombre torcer el curso de la naturaleza para evitar la muerte.
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