—¿Es
una comedia o una tragedia?
“No
se refiere a la guerra. Se refiere a todo:
a nuestras vidas y a la historia y a Shakespeare. Y al continuo
espacio-tiempo.”
—Una
comedia, mi señor —le dijo, sonriéndole.
Cese de alerta, p. 583
El
apagón y Cese de alerta son dos libros pero una
única novela. No son parte de una serie: el final del primero podría haber sido
un capítulo antes o uno después. Ésta es una de las novelas de ciencia ficción
más extensas publicadas: más de 1250
páginas en su edición en español. Si bien esta condición podría desalentar a
muchos lectores, vale aclarar que para los lectores que han disfrutado de otros
libros de Willis como Por no mencionar al
perro o El libro del día del Juicio
Final, supondrá una degustación satisfactoria y prácticamente interminable.
Los tópicos de Willis se repiten en esta novela: viajeros
temporales, tono de comedia, una trama intrincada relacionada con paradojas
temporales, una extraordinaria reconstrucción de un momento histórico, diálogos
chispeantes y una meditación sobre el sentido de la historia. La novela
transcurre, de manera no secuencial ni siguiendo definitivamente una única
trama, en 2060 y en la Segunda Guerra Mundial, en particular durante los
bombardeos alemanes a Londres, especialmente durante el Blitz, una saturación
de incursiones de la Luftwaffe sucedida entre septiembre de 1940 y mayo de
1941. Tres jóvenes historiadores viajan para investigar cómo fue la vida en este
período, algo que la novela narra con detalles sorprendentes, pero algo sale
mal: los portales por los que se trasladan en el tiempo no se abren. No hay
forma de regresar a 2060, están atrapados
y poco a poco la desesperanza gana terreno.
La mayor parte de la novela narra la búsqueda de algún
portal que funcione o de otros viajeros temporales que saben que están allí
aunque no viajaron simultáneamente. Los portales supuestamente no se pueden
abrir cuando, por las condiciones históricas, se puede producir una
divergencia, por lo tanto algo está pasando que los protagonistas buscan
dilucidar. La teoría que se esboza en esta historia sobre el funcionamiento de
los viajes temporales sólo sirve como gadget
y no implica una reflexión sobre la naturaleza del tiempo. Incluso es posible
que entre tanta intervención de viajes temporales a lo largo de la trama haya
alguna paradoja, pero las 1250 páginas seguramente ayudaron a disimularla. Esto
sin mencionar la paradoja esencial del viaje temporal: si cambias algo del
pasado, cambia algo del futuro, donde se desarrollaron los viajes temporales.
Hay algo que exhiben estos dos libros que no es frecuente
encontrar cuando se describen momentos históricos: la gente común no los vive
como tales, no son héroes —o tal vez sí, pero no en el sentido impuesto desde
las maquinarias de producción de cine sobre la Segunda Guerra—, sólo intentan
seguir con sus vidas y colaborar con el esfuerzo que está haciendo su país. No
hay aquí ni un atisbo de discusión ideológica: son sólo personas luchando día a
día para mantener cierto nivel de normalidad mientras una bestia malvada
intenta destruir su nación.
Pero hay algo más relacionado con esto: aunque no es tan
explícito como en Años de arroz y sal,
por ejemplo, hay una reflexión sobre el significado del devenir histórico. ¿Por
qué los sucesos se dan de una manera y no de otra? Se insinúa más de una vez
que Hitler realmente pudo haber ganado la guerra, al menos contra los
británicos, pero ¿un hombre puede cambiar la historia? No son preguntas nuevas
ni hay respuestas aquí, pero no está mal que vuelvan a ser planteadas.
Al comienzo de esta reseña hay una cita del libro. Uno de
los encantadores personajes secundarios le pregunta a una de las protagonistas: ¿Es una
comedia o una tragedia? Es una comedia, la vida y la novela, cuando todo estaba
dado para que fuera una tragedia. Pero la tragedia está escondida, disimulada.
Hay bombardeos y se sabe de muertes, de pérdidas, pero el tono es optimista,
lleno de personajes luminosos, sorpresas, cambios de ritmo, “adorables
pilluelos” y muchos diálogos que, si bien pueden ser superfluos, son ingeniosos
a la manera de las sitcoms. Eso sí:
no hay moraleja.
¿Es demasiado larga? Sí, tiene muchas situaciones que podían
ser borradas sin alterar la trama, pero que, salvo algunas contadas ocasiones,
no entorpecen ni molestan. Se nota que Willis ama a sus personajes y, ya lo
dijimos, ésta es una comedia. También es cierto que a la vigésima vez en que
uno de los viajeros se plantea el razonamiento “pero si x estuvo allí en tal
fecha y no en otra fecha, entonces no podría haber sucedido que y supiera que
yo iba a…” y así ad nauseam el lector
comienza a saltearse párrafos.. La novela comparte algo con muchos textos de
Willis: leída como ciencia ficción en el sentido de especulación de ideas es
poco interesante. No hay nada novedoso en este sentido.
El apagón y Cese de alerta obtuvieron en conjunto los
premios Hugo, Locus, John W. Campbell y Locus, así que, evidentemente, ha
gustado a muchos lectores. Quien suscribe no puede emitir un juicio negativo,
sino uno positivo con reparos. Tal vez sea discutible considerar a la
literatura como una forma de conocimiento, pero nunca hubiera entendido
cabalmente lo que significa el final de una guerra sin leer las escenas ambientadas
en el Día de la Victoria, cuando el pueblo británico salió a festejar a las
calles y plazas.
©
2016 Luis Pestarini
El
apagón (Black Out,
2010) Barcelona: Ediciones B, 2011. 624 p. (Nova) Traducido por Paula Vicens.
Cese
de alerta (All Clear,
2010) Barcelona: Ediciones B, 2013. 627 p. (Nova) Traducido por Paula Vicens.
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