Philip K.
Dick escribió un prólogo para la edición estadounidense de su colección de
cuentos The Preserving Machine que
finalmente no fue incluido en el libro. Originalmente publicada en 1969, en
español fue dividida en dos volúmenes: En
la Tierra sombría y La máquina preservadora, publicados
originalmente por EDHASA en la colección Nebulae (2ª época), a fines de los
años setenta (el segundo volumen fue reeditado por Sudamericana en Argentina unos
años después). Este prólogo es revelador en cuanto a la concepción que tenía
Dick sobre la diferencia entre cuento y novela.
La
diferencia entre un cuento y una novela es esta: un cuento puede tratar sobre
un asesinato, una novela lo hace sobre un homicida, y sus acciones emanan de
una psíquis que, si el escritor conoce su oficio, fue presentada previamente.
La diferencia, entonces, entre una novela y un cuento no es la longitud. Por
ejemplo, La larga marcha de William
Styron ahora está siendo publicada como “una novela corta” mientras que originalmente
apareció en Discovery como “un cuento
largo”. Esto significa que si la leíste en Discovery
estabas leyendo un cuento, pero si lo hiciste en la edición en rústica, estabas
leyendo una novela.
Hay una única restricción en una novela que no encontraremos en un
cuento: la necesidad de que el protagonista le caiga bien o le sea
suficientemente familiar al lector como para que, haga lo que haga, los
lectores se identifiquen y lo harían también, bajo las mismas circunstancias…
o, en el caso de la ficción escapista, les gustaría hacerlo. En un cuento no es
necesario crear semejante identificación lector-personaje porque (uno) no hay
suficiente espacio para semejante material de fondo y (dos) dado que el énfasis
está en el hecho, no en el ejecutor, realmente no importa —dentro de unos
límites razonables, por supuesto— quién
comete el homicidio. En un cuento, aprendes de los personajes por lo que ellos
hacen; en una novela se trabaja de otra manera; tienes tus personajes y luego
ellos hacen algo idiosincrásico, que surge de sus naturalezas únicas. Así que
se puede decir que los hechos en una novela son únicos —no se lo encuentra en
otros escritos—; pero los mismos hechos suceden una y otra vez en los cuentos
hasta que, al fin, algún tipo de lenguaje codificado se alza entre el lector y
el autor. Como sea, no estoy seguro de que esto sea malo.
Más allá de todo
esto, una novela —en particular una novela de ciencia ficción— tiene
incontables detalles insignificantes (insignificantes tal vez para los
personajes en la novela, pero vitales para que el lector tenga, a partir de los
múltiples detalles, una comprensión completa de este mundo ficcional). Por otro
lado, en un cuento estás en un mundo futuro donde las telenovelas te llegan
desde todas las paredes de la habitación… como describió una vez Ray Bradbury.
Ese único hecho catapulta el cuento fuera de la ficción mainstream hacia la ciencia ficción.
Lo que requiere realmente un cuento de ciencia ficción es la premisa inicial que nos separa por completo de nuestro presente. Este quiebre inicial debe efectuarse en la lectura y la escritura de toda buena ficción… hay que presentar un mundo inventado. Pero un escritor de ciencia ficción tiene mucha más presión puesto que la ruptura es mucho más grande que, digamos, en “Paul’s Case”1 o en “Big Blonde”2, dos variedades de ficción mainstream que siempre estarán entre nosotros.
Lo que requiere realmente un cuento de ciencia ficción es la premisa inicial que nos separa por completo de nuestro presente. Este quiebre inicial debe efectuarse en la lectura y la escritura de toda buena ficción… hay que presentar un mundo inventado. Pero un escritor de ciencia ficción tiene mucha más presión puesto que la ruptura es mucho más grande que, digamos, en “Paul’s Case”1 o en “Big Blonde”2, dos variedades de ficción mainstream que siempre estarán entre nosotros.
Es en los cuentos de ciencia ficción donde se da la acción de ciencia
ficción; es en las novelas de ciencia ficción donde se dan esos mundos. La
clave para la escritura de un cuento es la crisis, una suerte de riesgo
calculado en la que el autor enreda a sus personajes en sucesos tan complicados
como, en apariencia, imposibles de resolver. Y entonces los saca de ahí… por lo
general. Puede sacarlos; eso es lo
que importa. Pero en una novela las acciones están tan profundamente arraigadas
en la personalidad del protagonista que, para liberarlo, el autor tendría que
volver atrás y reescribir al personaje. Esta necesidad no se da en un cuento,
especialmente en uno corto (los cuentos muy largos, como Muerte en Venecia de Thomas Mann o la obra mencionada de Styron,
son en realidad novelas cortas). La consecuencia de todo esto deja claro porque
algunos escritores de ciencia ficción pueden escribir cuentos pero no novelas,
o novelas pero no cuentos. Es porque todo
puede suceder en un cuento; el autor apenas prepara al personaje para lo que va
a suceder. Entonces, en términos de acciones y sucesos, el cuento es por lejos
menos restrictivo para el autor que una novela. Mientras un escritor construye
una obra de la extensión de una novela, lentamente comienza a quedar atrapado,
pierde su libertad; los personajes mismos toman el mando y hacen lo que
quieren, no lo que a él les gustaría que hicieran. Ésta es, por un lado, la
fortaleza de la novela y, por el otro, su debilidad.
Cuando repasé esta colección de mis cuentos pude apreciar lo que perdí en
varios años de escribir solamente novelas. Estos cuentos tienen un amplio
alcance en tiempo y espacio; las situaciones salieron a la superficie; los
personajes se esforzaron, y luego el esfuerzo se resolvió y comenzó un nuevo
cuento, se establecieron relaciones, y se rompieron. Aparecen personajes, recitan
su parte, y luego se largan. El impulso de escribir se desvanece brevemente y
luego se materializa un nuevo elenco de personajes y una nueva crisis.
Terry Carr hizo un trabajo extraordinario seleccionando estos cuentos en
particular. Comenzó a leer los cuentos que le suministré según lo que pensé debería
ser una colección de Philip K. Dick. Igualmente, Terry se tomó el trabajo de
reunir todos mis cuentos publicados;
le tomó cuatro años de trabajo finalizar con los cuentos aquí reunidos.
Incluye, por ejemplo, el primer cuento que vendí, “Roog”, a Tony Boucher, de F & SF. Contiene mi primer cuento
publicado, “Aqui yace el wub”. También hay cuentos de un período intermedio
como “La paga del duplicador”, “Veterano de guerra”, “Sobre la desolada
Tierra”. Y, por último, cuentos recientes como “Si no existiera Benny Cemoli”,
“Lo que dicen los muertos” o “Podemos recordarlo todo por usted”.
No sería político para mi decir que creo que ésta es “una colección
superior de un maestro artesano del género”, como dicen los anuncios de
contratapa de todos los libros. Lo que creo —y quiero decir— es esto: no se
podría haber realizado una mejor selección de mis cuentos. Terry Carr no se
perdió nada. Yo mismo no lo hubiera hecho mejor. Contiene cuentos de cada
período de mi escritura, que cubre un lapso de diecisiete años. Es, para ser
terminante, definitiva. (Una colección inglesa que se publicó hace algunos años
decididamente no lo era.) Un editor brillante puede ser de mucha ayuda para un
autor, más de lo que comprende el lector. “¡Debo haber leído unas trescientas
mil palabras escritas por ti!”, me dijo Terry cuando la colección estaba a
medias. Me pregunto cuántas llegó a leer finalmente.
Una cosa
más: me gustaría señalar cuales son mis dos o tres cuentos favoritos de este
libro. Para mí, “Aquí yace el wub” es gratificante; luego “Si no existiera
Benny Cemoli” y finalmente “La máquina preservadora” que, como “Roog”, son
cuentos que vendí muy temprano (1952) a Tony Boucher.
Tony
Boucher… ¿qué sería del campo sin él? Fue su estimulo lo que hizo que le
enviara mis cuentos; nunca me imaginé que se podrían vender. Considero esta
colección como dedicada a Tony y a todo lo que él representó. Nunca veremos a
otro como él. Te amo3,
Tony. Para siempre.
1 Cuento de Willa Cather
2 Cuento de Dorothy Parker
3 En español en el original.
Gracias por publicar el prólogo. La máquina presevadora, fue la primera colección de cuentos de Dick que leí a los 18 años, y que ahora me dio ganas de releerlos.
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