No existe una realidad objetiva, a lo sumo existe una realidad históricamente subjetiva. Una noción de realidad compartida por un grupo, un sector, una clase, una comunidad, pero siempre cuestionable. Como ejemplo de lo precario de nuestras percepciones, Sir Arthur Eddington hablaba del “escritorio fantasma”. Uno tiene un escritorio, que es una cosa palpable, sólida, donde uno apoya objetos, pero esto está muy distante del escritorio real de la física. Éste es una entidad en su mayor parte vacío, donde intervienen ciertas fuerzas, y cuyas relaciones microcósmicas son totalmente imposibles de captar mediante los sentidos[1].
La cronología dice que Gardini
publicó sus primeros cuatro libros en poco más de un año: Mi cerebro animal (cuentos, 1983), Primera línea (cuentos, 1983), Juegos
malabares (novela, 1984) y Sinfonía
Cero (cuentos, 1984). Pero tras este estallido pasó casi una década hasta
un nuevo libro si dejamos de lado la compilación de sus relatos infantiles, Cuentos de Vendavalia (1988). En estos volúmenes se alternan casi
mecánicamente los cuentos de ciencia ficción y los de fantasía, destacándose
entre los primeros aquellos ambientados en guerras o situaciones violentas que
suceden en el futuro cercano. Su literatura fantástica es más clásica, más
fácil de entretejer con la rica tradición argentina. El detalle y la construcción de un clima
asfixiante, pesado, son rasgos que
constituyen el tronco sobre el que se desarrollan las historias, en particular
aquellas que pueden encuadrarse dentro de la ciencia ficción. Curiosamente
cuando fueron publicados estos libros se reiteró el lugar común de que habían
sido escritos bajo la influencia de la Guerra de Malvinas, afirmación que fue
desmentida por Gardini al indicar que la mayoría de ellos eran anteriores, y
que la violencia ya estaba presente en la sociedad antes de la Guerra.
El nombre de Gardini cobró cierta
notoriedad porque su cuento “Primera línea” ganó el Premio Círculo de Lectores
en 1983, un premio que atrajo reconocimiento porque su jurado estuvo
constituido, entre otros, por Jorge Luis Borges y José Donoso. Curiosamente,
“Primera línea”, que da título a su segundo libro, sí tuvo su génesis en la
Guerra de Malvinas, según reconoció el mismo Gardini. La historia está
ambientada en una guerra indeterminada en la que el protagonista descubre que
ha sido herido gravemente, perdiendo varias extremidades. Cuando despierta el
soldado Cáceres, le ofrecen ser parte del proyecto MUTIL (Móvil Unitario
Táctico Integral para Lisiados), convirtiéndose en un ciborg para volver a
combatir. Así, el estado gana por partida doble: evita cargar con mutilados por
la guerra y a la vez constituye una élite de combate muy valorada.
Juegos
malabares es una novela fantástica episódica, un recorrido por un parque de
diversiones oscuro, donde nada es lo que parece, en el que desfilan los
horrores reales detrás de los personajes característicos de estos lugares, bajo
la mirada de una niña. Directa y sorprendente, en gran medida Juego malabares tiene características
únicas dentro de la obra de Gardini, ya que si bien volverá una y otra vez a la
cuestión de aquello que nos repugna, de lo mítico corrompido, ya no lo hará
enmascarado en lo cotidiano.
El cuarto de esta serie de libros, Sinfonía Cero, es tal vez el más
desparejo. Dividido en dos partes, la primera, Días felices, reúne una colección de relatos cortos, entre los
cuales encontramos uno de los cuentos más bellos escritos por Gardini: “La
fortaleza de la soledad”, sobre el fin de la infancia. La segunda parte es una
novela corta que da nombre al libro. Transcurre en la Llanura, una planicie
interminable a la que van llegando los protagonistas de cada historia, desde el
fundador de una ciudad hasta un diariero que llega con sus diarios para
prestarlos eternamente. El narrador
parece ser la misma Llanura: “Estas son digresiones, pero son digresiones
producidas por la Llanura, por su existencia o no existencia, que pone a prueba
todo el esfuerzo para emplear el lenguaje discursivo sin caer incesantemente en
la paradoja o la sinrazón” (p. 205).
Fue frecuente colaborador de las
revistas dirigidas por Marcial Souto: El
Péndulo en diferentes encarnaciones (1981-1991), y Minotauro en su segunda etapa (1983-1986), no sólo con cuentos,
sino también con ensayos y traducciones. Gardini fue uno de los traductores más
requeridos en nuestra lengua y, como decía él, “traduje desde los Sonetos de
Shakespeare hasta historietas de superhéroes”. Pero algunas de sus traducciones
son clásicas: su versión de los Cuentos
populares italianos, compilados por Italo Calvino, realizada para Librerías
Fausto en los setenta, lleva varias
ediciones en Siruela. Por otro lado, La Bestia Equilátera está publicando desde
hace unos años, la obra de Kurt Vonnegut con traducciones de Gardini. La mayor
parte de las traducciones en las últimas dos décadas de su vida fueron
realizadas para Ediciones B (en particular para la colección Nova, dedicada a
la ciencia ficción) y Bibliópolis (en este caso de fantasía y ciencia ficción),
ambas españolas. Traducía del inglés, francés e italiano con la misma
facilidad. Le Guin, Ballard, Katherine Anne Porter, Henry James, Robert Graves,
la lista de autores que tradujo es inmensa.
Carlos Alberto Gardini nació en
Buenos Aires el 26 de agosto de 1948 y murió en la misma ciudad el 1 de marzo
de 2017. Estudió letras en la Universidad de Buenos Aires aunque no llegó a
graduarse. Tenía una sólida formación en lenguas clásicas. Su primera
publicación fue el cuento “Los monstruos”, aparecido en el suplemento cultural
del diario La Opinión del 23 de julio
de 1978, y nunca fue reeditado porque su autor lo consideraba “pedante y muy
defectuoso”. Gardini era exigente con su obra y también con la obra de los
demás. No soportaba la combinación de estupidez y soberbia. “Es un tano
calentón” decía Mirta, su compañera. Pero respetaba la inteligencia, escuchaba
con atención y era un excelente conversador. Otra cosa que detestaba eran los
manejos editoriales poco respetuosos con los autores. Quizá por esto demoró
tanto en volver a publicar tras sus primeros cuatro libros, y casi siempre lo
hizo en editoriales pequeñas. Fue en
1993 cuando apareció El Libro de la
Tierra Negra en Letra Nueva, que poco después desaparecería.
El
Libro de la Tierra Negra marca el comienzo de una nueva etapa en la obra de
Gardini, en particular en sus novelas: transcurren en mundos y tiempos
indeterminados donde la tecnología se funde con la magia y narran el periplo del
héroe, un predestinado surgido de lo más marginal de la sociedad, que está
atrapado en los intereses de las castas, unas religiosas y otras militares casi
en el sentido medieval. Hay algunas referencias que pueden ser leídas en clave
política, como también sucede en una de sus últimas publicaciones, la novela
corta “Juicio final” (2010), donde se trasluce su antiperonismo.
El esquema de una sociedad
estratificada en clases un poco secretas, con códigos secretos, se repite en la
siguiente novela, El Libro de la Tribu. Gardini explora el
origen del mito del vampiro y le da una nueva dimensión. El protagonista es un
ladrón que cuenta la historia de su conversión y el dolor y la angustia que son
parte de la condición de ser bebedor de sangre. El Libro de la Tribu habla sobre lo que significa ser diferente,
donde se ha perdido el sentido de los ritos aun cuando se siguen practicando. El Libro
de la Tierra Negra y El Libro de la
Tribu son parte de una trilogía que no comparte ni personajes ni tramas que
concluye con “El libro de las Voces” (2001). ¿Qué convierte a estos tres textos
en una trilogía? Comparten la descripción de una sociedad indeterminada,
abiertamente dividida en castas donde la religión no es un poder menor, y el
protagonista es un predestinado que es sometido al rito de iniciación para
renacer convertido en algo distinto.
Con “El libro de las Voces”,
Gardini obtuvo el premio UPC de la Universidad Politécnica de Cataluña que se
otorga anualmente desde 1991 a novela corta inédita en español. Este premio
alcanzó un importante reconocimiento porque, al permitir la presentación de
originales en inglés y francés, tuvo el protagonismo de autores anglosajones de
primer nivel como Mike Resnick o Jack McDevitt. Gardini fue el único autor que
lo obtuvo en tres ocasiones: en 1996 con “Los ojos de un dios en celo”, en 2001
con “El libro de las voces” y en 2007 con “Belcebú en llamas”.
Más inclinada hacia la fantasía que
a la ciencia ficción, su siguiente novela, Vórtice
(2002), reitera la temática de la iniciación a través de un renacimiento
pero esta vez protagonizada por una mujer. También está presente el tema de la
sociedad dividida en castas con fuerte presencia de lo religioso y la figura
del libro que se escribe a sí mismo. Fábulas
invernales (2004), finalista del premio Minotauro, prefigura la que será la
más notable y lograda de sus obras: Tríptico
de Trinidad (2010). En Fábulas
invernales reaparecen las cuestiones de la predestinación y la
trascendencia, pero la estructura del relato es poco habitual en Gardini: la
descripción del universo es fragmentaria, presentada a través de retazos
narrativos que van tomando su lugar en un gran lienzo.
Tríptico
de Trinidad está inspirada y dialoga constantemente con el tríptico más
importante de la literatura occidental: La Divina Comedia. No sólo
replica la estructura matemática, sino que en más de una ocasión reconocemos
citas u homenajes más o menos explícitos a la obra del Dante. Sin ir más lejos,
aquí también visitamos el infierno, el purgatorio y el cielo, en el mismo
orden, con una diferencia: si en los nueve (33) círculos del infierno La Divina Comedia alcanza sus mayores
alturas, en Tríptico de Trinidad
sucede lo contrario, pero pronto el relato cambia de signo e integra esa
maravillosa imaginería con la necesaria conexión emocional con el lector. El
protagonista es, otra vez, un predestinado, un esclavo llamado Aguanieve, que
tiene la tarea de salvar al mundo, pues la Ducásima, la mujer que mantiene el
equilibrio del mundo de Trinidad, fue envenenada y agoniza lentamente mientras
canta su lamento. Aguanieve recorre los tres mundos que habitan en Trinidad en
su búsqueda de una cura.
La inserción de la obra de Gardini
en la literatura argentina es problemática: el predestinado que, desde un lugar
de insignificancia, va a cambiar el status
quo de un sistema social cimentado en clases con fuerte participación del
poder religioso, o a veces sostenerlo para que no cambie, son temáticas que no
se encuentran en nuestra literatura. Más allá de que el Emilio Gauna de Bioy
Casares o de algunos personajes de Roberto Arlt comparten la condición de
predestinados, en la obra de Gardini estos predestinados tienen un futuro de
trascendencia, que contrasta con su orígenes humildes y marginales.
La narrativa corta de Gardini es asimilable
sin dificultad a la escasa corriente de la ciencia ficción corta, en tanto que
sus novelas, que combinan fantasía oscura y ciencia ficción, parecen compartir
ciertos rasgos con la literatura de escritores como Gene Wolfe o, más
recientemente, China Miéville. Hay que sumar una dificultad adicional para que
la obra de Gardini alcance una buena visibilidad: la mayor parte de ella está
descatalogada. Algunas de sus novelas, publicadas en España, no tuvieron
distribución en Argentina, e incluso una, El
libro de la Tribu, fue publicada en formato e-book en 2001, y sólo circulan ejemplares impresos por
demanda. Sus tres últimos libros fueron publicados por la editorial marplatense
Letra Sudaca: La ciudad de los Césares (2013),
Belcebú en llamas (2016) y Leyendas (2018).
Gardini
despliega en sus libros una prosa elegante y precisa, sobria, que a veces
recuerda a Conrad, una prosa que es el instrumento perfecto para el desarrollo
de ideas y situaciones originales. A Gardini no le interesaba aparecer en
suplementos culturales y fue su decisión no golpear las puertas de editoriales
grandes ni molestar a asesores editoriales para que publicaran sus libros. Ahora
queda en nosotros la labor de que su obra no caiga en un inmerecido olvido.
[1]
Entrevista publicada en Cuásar n° 3
(invierno 1984)
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