Los aficionados a la ciencia ficción con cierto recorrido nos hemos topado más de una vez con la historia sobre “Deadline”, un cuento de Clive Cartmill publicado en 1944, que atrajo la atención de las fuerzas de seguridad de Estados Unidos porque anticipaba la invención de la bomba atómica. El relato, literariamente irrelevante, tiene una versión en español como “Tiempo límite”, publicado en la antología La edad de oro 1944-1945, seleccionada por Isaac Asimov y editada por Martínez Roca en su colección Gran Super Ficción en 1989.
Hasta aquí
no pasa de ser una anécdota que avala la capacidad de anticipación de la
ciencia ficción, pero una reciente investigación de Steve Carper publicada en The
New York Review of Science Fiction (ver aquí el texto en inglés) hecha más luz sobre la cuestión.
En su nota
Carper explica el origen del conflicto. El director de la Oficina de Censura de
los Estados Unidos en plena Segunda Guerra Mundial, Bryon Price, envió la
siguiente nota a más de 2000 diarios y 11000 semanarios, para evitar que se
publicara sobre determinados temas, a saber:
“Sobre la producción o utilización de la
destrucción de átomos, energía atómica, fisión atómica, división atómica o
cualquiera de sus equivalentes.
Sobre el uso con fines militares de radio o
materiales radiactivos, agua pesada, equipos de descarga de alta tensión,
ciclotrones.
Sobre los siguientes elementos o cualquiera de
sus compuestos: polonio, uranio, iterbio, hafnio, protactinio, radio, renio,
torio, deuterio.”
La nota no
fue enviada a las revistas literarias porque nadie consideró que pudiera haber
un conflicto en ellas, y probablemente también desconocían la existencia de las
revistas pulp de ciencia ficción. Hacia septiembre de 1944, el equipo
del Proyecto Manhattan había detectado 77 violaciones a la norma, informándolas
a la Oficina de Censura. Si bien había antecedentes de especulación sobre la
energía atómica tan lejanos como 1895 en la novela The Crack of Doom de
Robert Cromie, era un tema que sólo aparecía en relatos de ciencia ficción.
Para
contextualizar conviene recordar que un joven John W. Campbell había asumido la
dirección de Astounding en 1938 y había convertido a la revista en la
primera publicación del género auténticamente para adultos, alternando relatos
de los futuros participantes de una era dorada del género (Asimov, Heinlein,
Sturgeon, entre otros), con otros profesionales del oficio que sólo buscaban sumar
unos dólares. Entre estos últimos estaba Cleve Cartmill (1908-1964), a quien el
mismo Campbell le envió una carta sugiriéndole que escribiera un cuento sobre
una superbomba en agosto de 1943. Después de una serie de intercambios donde
Cartmill le pedía a Campbell más precisiones técnicas (no tenía formación
científica, a diferencia de Campbell, que había estudiado en el MIT),
finalmente le envió “Deadline”, que fue publicado en el número de marzo de 1944
de Astounding.
La historia
cuenta las aventuras de un agente que es enviado detrás de las líneas enemigas
para destruir una bomba atómica. Hay mucha información técnica, casi textual de
cómo la había enviado Campbell, que no le suma nada a la trama pero pretende
dar un soporte científico.
Poco después de su publicación, se presentó inesperadamente en la oficina de Campbell un agente del
Cuerpo de Contrainteligencia, Arthur Riley, con la intención de averiguar de dónde había tomado la información el autor del cuento. Las sospechas de Riley se dispararon cuando se enteró que Campbell había almorzado recientemente con Edgar Norton, que había realizado varias tareas para Bell Labs, empresa fuertemente involucrada en el Proyecto Manhattan, y con Will Jenkins (el escritor de ciencia ficción Murray Leinster), que había sido investigado por otro cuento un par de años antes.
Norton y
Jenkins fueron entrevistados por separado para saber qué opinaban del cuento de
Cartmill: el primero dijo que era una historia infantil mientras que Jenkins
dijo que era muy bueno, pero ambos subrayaron que técnicamente era muy sólido y
que la información presentada allí se podía encontrar en cualquier biblioteca.
Mientras tanto se estableció un seguimiento de Cartmill, interceptando su
correo postal y controlando sus movimientos.
Entrevistado
en dos oportunidades por agentes de seguridad, Cartmill terminó presentando las
cartas de Campbell donde le ofrecía los datos técnicos que volcó en el relato y
que desataron la inquietud de las fuerzas de contrainteligencia. Campbell, de
quien nadie podía dudar de su rancio patriotismo, fue amenazado con que si
volvía a publicar un relato sobre energía atómica o alguna de sus derivaciones,
se le prohibiría enviar Astounding por
correo, lo que significaría la quiebra automática de la revista. Después se
supo que todo había escalado cuando un teniente coronel de la División de
Inteligencia y Seguridad en Oak Ridge, Tennesse, W. B. Parsons, donde se
generaba uranio purificado, había consultado a sus técnicos sobre la
información científica del relato, que le contestaron que, si bien era pública,
reunirla y acomodarla como se presentaba era altamente sospechoso y sólo lo
podría hacer un experto. Campbell había asistido a un taller sobre energía
atómica cuando estudiaba en el MIT. Finalmente la cuestión fue desestimada y se
consideró que todo el esfuerzo y recursos destinados a investigar una supuesta
filtración de información habían sido desperdiciados.
Apenas
terminada la guerra, Jenkins aprovechó para publicar la primera novela sobre un
mundo devastado tras un holocausto nuclear, The Murder of the U. S. A. (Atentado
a los Estados Unidos. Barcelona: EDHASA, 1956. Nebulae, 28). Y llegó a
afirmar que si el enemigo hubiera leído las revistas de ciencia ficción podría
haber ganado la guerra. Cartmill estuvo cinco años sin publicar nada en
revistas del género y luego lo hizo esporádicamente. Campbell continuó
dirigiendo Astounding hasta su muerte en 1971, ya con el nombre de Analog.
Carper, el
autor del artículo sobre el que se basa la información aquí presentada,
identificó otros tres textos que infringieron la normativa de censura, todos
considerados como ciencia ficción pero publicados fuera de los medios asociados
al género.
© Luis Pestarini
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