Cualquier lector con un poco de experiencia en ciencia ficción sabe de la importancia de Ediciones Minotauro que, desde su primer volumen, las Crónicas marcianas de Bradbury prologadas por Borges, inició una operación de legitimación del género que llevaría adelante durante décadas. Esta es la característica más notable que tuvieron las publicaciones de Minotauro: traducciones y presentaciones muy cuidadas de títulos literarios, que se diferenciaban claramente de los que se publicaban en España en las décadas del cincuenta y sesenta. De allí llegaban los libros de la primera Nebulae, más orientados a una ciencia ficción más clásica, cercana a la space opera, en ediciones dignas, que se mezclaban con las de Vértice o Cenit, francamente infames, aunque muchos de sus títulos no lo fueran.
Minotauro
fue un proyecto de Francisco “Paco” Porrúa (1922-2014), español de nacimiento,
argentino por adopción, llevado adelante hasta fines de la década del setenta
en nuestro país, para trasladarse a España por la dictadura. En el cambio de
milenio Minotauro pasó a manos de Planeta, ansiosa por tener los derechos de la
obra de Tolkien. Previsiblemente bajo el Grupo Planeta el catálogo se desdibujó
hasta que se volvió irreconocible, al punto en que Porrúa pidió que no le enviasen
más ejemplares de cortesía porque le amargaba ver en qué se había convertido su
Minotauro.
No es
frecuente que se publique un libro sobre el devenir de una editorial, y menos
si se trata de una editorial especializada en ciencia ficción y literatura
fantástica, por eso resultó una agradable sorpresa el anuncio de la publicación
de Minotauro: una odisea de Paco Porrúa, un trabajo de investigación de
Martín Felipe Castagnet, publicado por Tren en Movimiento. Castagnet es autor
de una buena novela de ciencia ficción, Los cuerpos del verano.
El libro
está dividido en cinco partes. La primera de ellas es lo que habitualmente se
conoce como el “marco teórico”: presenta a la ciencia ficción, en particular a
la ciencia ficción contemporánea, la de los últimos cien años. Está
introducción está muy simplificada y hay algunos errores llamativos, como
señalar que Hugo Gernsback, el primer editor de una revista de ciencia ficción,
vivió 113 años, aunque tenemos que sospechar que se debe a un error de tipeo no
advertido.
La segunda
parte del libro es tal vez la más relevante, y describe el recorrido biográfico
de Porrúa. Castagnet tuvo acceso a documentación como cartas y archivos personales,
pudo entrevistar a familiares y colaboradores de Porrúa (y una vez al mismo
Porrúa) y sacó muy buen provecho de estos recursos. Leyendo estas páginas uno
se puede hacer una buena idea del personaje que fue el editor de Minotauro, de
su formación intelectual, de sus influencias francesas en los inicios
editoriales y de cómo construyó no solo un proyecto editorial único y
brillante, capaz de destacarse por sobre otras propuestas no solo en nuestra
lengua, sino en cualquiera, sino que contribuyó a instalar a escritores como
Julio Cortázar y Gabriel García Márquez.
Sobre el
catálogo de Minotauro se ocupa la extensa tercera parte de este trabajo de
investigación. Castagnet afirma que no hay ninguna bibliografía que cubra todo
lo publicado por Minotauro, lo que es cierto hasta donde uno sabe, pero hay
suficientes herramientas como para reconstruirla a través de la web. Por
ejemplo, se puede recurrir a las bases de datos de los ISBN de España o
Argentina que son muy completas (aunque no cubren el período completo de
existencia de Minotauro) o los catálogos de grandes bibliotecas, como el de la
de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en donde, buscando por editorial
“Minotauro”, encontramos: Casa tomada, de Julio Cortázar, de 1969, en
una edición apaisada de 22 x 31 cm, donde el texto avanza página a página sobre
el plano de un departamento, a lo largo de 78 páginas. Que esta edición, la más
importante de Minotauro en estos términos bibliófilos, no esté mencionada en Minotauro:
una odisea de Paco Porrúa, opaca severamente este trabajo. Más allá de
esto, el recorrido que hace Castagnet es bastante preciso y clarificador,
aunque se le pasan algunos detalles. Por ejemplo, que en el quinto tomo de los Cuentos
completos de Dick se omite un cuento: “We Can Remember It for You
Wholesome”, algo que provocó bastante escándalo en su momento (2008).
El
siguiente capítulo se detiene en los traductores y escasamente en las
traducciones. Devela lo que era vox populi: que la mayoría de los primeros
traductores eran seudónimos (heterónimos los denomina Castagnet) de Porrúa:
Manuel Figueroa, Ricardo Gosseyn, Luis Domenech, Gregorio Lemos, José
Valdivieso, etc. ¿Era Porrúa un gran traductor? Todos parecen sobreentender que
sí, incluso Castagnet. Me voy a remitir a dos experiencias personales. Hace
muchos años, traduciendo una cita de un cuento de Bradbury en un artículo para Cuásar,
decidí recurrir a la traducción canónica; el cuento estaba en Las doradas
manzanas del sol. Me costó bastante localizar el fragmento de la cita de
unas 70 palabras ¡porque Porrúa había cambiado la metáfora que encerraba la
cita, de manera radical! Por eso sería que García Márquez dijo que prefería
leer a Bradbury en español antes que en inglés. Otro ejemplo: trabajando en una
traducción anotada de textos de Lovecraft, por curiosidad revisé un par de
párrafos de El color que cayó del cielo en la edición de Minotauro:
párrafos medianamente largos, Porrúa los había podado hasta reducirlos a la
mitad. Entonces, aquí hay un debate no saldado sobre hasta donde puede
intervenir el texto un traductor. En el libro no se menciona nada sobre las
intervenciones de Porrúa sobre los textos originales.
La última
parte del libro es una de las más interesantes ya que analiza las distintas
etapas estéticas de las tapas (y en algunos casos interiores) de las ediciones,
que incluyeron no pocos artistas reconocidos hasta que Minotauro fue adquirida
por Planeta. Cierran el libro unas breves conclusiones, una extensa
bibliografía y un catálogo editorial que cierra en 2016, bastante incompleto en
los últimos años. Hay que agregar que incluye abundantes páginas en papel
ilustración color con numerosas tapas icónicas.
Tal vez se
haya pensado este libro como una investigación definitiva sobre el fenómeno
Minotauro, en particular sobre la etapa desarrollada bajo la dirección de
Porrúa. No lo es, pero aún así es un trabajo imprescindible que aporta una
cantidad de información y análisis como ninguna otra publicación haya hecho en
español sobre una editorial tan singular como esta que, en sus primeras
décadas, se la puede contemplar en una terna al mejor catálogo del género a
nivel mundial. Para entender esta condición, una breve anécdota: a fines de los
ochenta, dos editoriales pujaban por la publicación de Neuromante en
español. Una, editaba varios libros de género mensualmente y ofreció mucho más
dinero por los derechos. La otra, Minotauro, apenas sacaba cinco libros por
año. Ya sabemos qué editorial publicó la obra de Gibson.
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