Este editorial fue publicado en el número 33 de Cuásar, en enero de 2002. Entonces Argentina estaba sumergida en
una crisis económica y social con pocos precedentes, también institucional
luego de los once días con cinco presidentes. En ese contexto, la publicación de
un número de Cuásar fue casi una
proeza. Recibimos e-mails y cartas (¡cartas!) agradeciendo esta señal de “normalidad”.
No podíamos dejar de hablar de lo que estaba pasando y para eso empleamos el
editorial, esta vez escrito por Paula Ruggeri. Fue el editorial que más
repercusiones tuvo en la historia de la revista —hasta fue reproducido
parcialmente en un diario nacional— y habla sobre la relación entre crisis y
literatura de ciencia ficción. Hoy tenemos una crisis diferente a la del
2001/2002, pero su relación con la literatura tal vez no lo sea tanto.
La ficción da cosas maravillosas y horrorosas.
La realidad también. No es cierto que una supere a la otra. La realidad
argentina está compuesta por hambre, crisis institucional, furia popular. La
realidad argentina contiene crisis en la educación, y se trata de la crisis que
no admite la interpretación benévola de cambio, crecimiento, sino que más bien
su significado es una ruina. Se han cortado rutas, se ha reprimido en la
histórica Plaza de Mayo, hoy más que nunca la Plaza del Pueblo, dejando el
saldo de treinta muertos. Un gobierno tuvo que admitir que no siempre los
pueblos tienen el gobierno que se merecen. El hambre llevó a los saqueos y los
saqueos a los cacerolazos, y los piquetes invadieron las ciudades, y el clamor,
con voces diversas, está diciendo que la realidad argentina es un horror donde
muchos niños mueren de hambre todos los días. Estos son los hechos públicamente
conocidos y de los que todos los argentinos somos partícipes. Esto es a lo que
nos referimos al decir que la realidad da cosas horrorosas. Horror que no nos
deja al cerrar la tapa de un libro o de una revista.
Pero también da cosas maravillosas. La justa indignación, el valor,
pertenecen a esa categoría de cosas. La ficción es definitivamente una cosa
maravillosa que nos da la realidad.
La ficción es una forma de resistencia. Ése es el motivo de que, en un
momento como éste, no podemos ni debemos abandonar la ficción. La ficción es
una forma de autopreservación, a veces una forma de ataque. La ficción ha
permitido siempre a los que sobreviven quiénes fueron los que murieron. La
ficción es lo que no destruye ningún ministro de economía, ningún presidente
corrupto. La ficción es, además, la forma más factible de hacer ciencia en
Argentina. Que le pregunten, sino, a los científicos sin salario y sin
presupuesto.
La ficción es una forma de resistencia. No es la única. Es apenas una
de muchas formas de resistencia. Por ese motivo, ningún hecho horroroso nos
llevará a abandonarla, sino que la realidad nos empuja a hacer más ficción, a
seguir difundiéndola, a seguir con la tarea de fortalecer un género
imprescindible y participar de una cultura que es vital, tanto como el sonido
de fondo que nos acompaña, un pueblo en la calle que demuestra su fuerza
golpeando cacerolas, demostrando que los culpables merecen castigo y que el
castigo se les otorga, que el único modo de tener una democracia sana es
demostrándola en la calle.
Y demostrándola en la ficción. Manteniéndola viva. Y publicándola a
pesar o en contra de cualquier vaivén económico, aunque se trate de un huracán.
Dimos bastantes razones de por qué la ficción puede dar lo mismo que la
realidad, horror y maravilla. Hace dieciocho años que es la tarea de los
colaboradores y lectores de esta revista.
© 2002 Paula Ruggeri
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