Conocemos popularmente por Cultura, así con
mayúscula, a aquellos elementos culturales que son referenciales a la hora de
establecer un criterio comparativo con cualquier obra artística. Así que
cualquier música será comparada con los «clásicos» antes de ser valorada como
una obra culta o de cultura popular. Esta definición, claro está, encarna en sí
misma un clasismo sin parangón. Mientras las manifestaciones de la Cultura son
consumidas por una élite «educada correctamente» los referentes de la cultura
popular son los consumidos por el «pueblo llano», por las personas de a pie.
Esta cultura convencional, que responde a élites
minoritarias, generalmente está asociada con un poder político o económico.
También puede tratarse de la cultura de un país imperialista o vencedor en un
conflicto bélico. Son pocas las obras de fantástico, mucho menos de ciencia
ficción, que entran en este canon. Algunas lo consiguen por el brillo de su
calidad literaria (los trabajos de Bradbury y relatos fantásticos de Borges y
Cortázar entran en esta categoría), otras, porque se las lee a través de lentes
polarizadas ideológicamente (como el caso de 1984 de Orwell). La mayoría
ni siquiera se les llama obras de ciencia ficción o fantasía, para que encajen
en el referente «culto».
Por otro lado, la cultura de las masas, está
asociada a una clase más popular y menos elitista, pero siempre mayoritaria.
Generalmente la cultura popular está relacionada con esquemas convencionales
como la heterosexualidad, la raza blanca y la cultura occidental, aunque
responde a las clases sociales menos adineradas coquetea ideológicamente con
las clases poderosas y «cultas». La mayor parte de las obras de ciencia ficción
y fantasía se orientan a este tipo de público.
Pero siempre hay una cultura oculta, muy por debajo
de los gustos mayoritarios. Una cultura marginada, de gueto y minorías.
Generalmente se trata de culturas cerradas pertenecientes a un grupo social
aislado ya sea por nacionalidad, raza, tendencia política o creencias religiosas.
También puede referirse a la cultura de los inmigrantes, a un país pobre o a
uno perdedor en un conflicto bélico o un proceso colonizador. En todo caso,
representativo de sectores desfavorecidos por la sociedad.
En muchos lugares los referentes culturales de los
emigrantes son marginados. Convirtiéndose así, lo que en su país podría haber
sido una cultura popular en un referente marginal. Pero existen grupos sociales
establecidos con raíces y referentes culturales de origen extranjero que no
pueden ser catalogados como inmigrantes. Este es el caso de los
afrodescendientes en los países donde existió esclavitud de personas de origen
africano. Independientemente del racismo al que ha sido sometido, sectores
importantes de este grupo social mantienen vivos los referentes culturales que
los ligan a África, al igual que otros grupos de inmigrantes. Incluso cuando se
trata de descendientes de tercera o cuarta generación, que no conocen a nadie «verdaderamente»
de África.
Así pues, ¿cómo convertir los referentes africanos,
propios ya de una cultura marginal, en cultura convencional? ¿Es acaso esto
posible, convertir en clásicos obras con referentes africanos en lugar de
europeos? La respuesta es bella en su simpleza: mediante la cultura popular. Se
puede lograr mediante la ciencia ficción.
La mayoría de los referentes culturales existentes y
asimilados en diferentes países latinoamericanos son referentes de la cultura
blanca-europea. Y ello contamina también los referentes de la cultura popular con
nociones racistas y eurocéntricas. Así las cosas, no existe un referente negro-africano
en la cultura general de ninguno de estos países, como tampoco existe un
referente cultural indígena.
En Norteamérica existen referentes en el género fantástico
de principios del siglo XX. En especial en la literatura de horror, cuando
elementos como el bokor[1],
el muñeco vudú y el zombí aparecen como referencia cultural a raíz de la
ocupación militar norteamericana en Haití. La comunidad afrodescendiente de
lugares como la Luisiana, con una fuerte migración haitiana, ha contaminado el
fantástico que se produce allí de vampiros, muertos vivientes y brujas de
marcada ascendencia gótico-europea. Creando una mezcla de las leyendas paganas
europeas con historias africanas y/o afrocaribeñas.
En la ciencia ficción norteamericana existió un
movimiento a mediados de los años 70 conocido como afrofuturismo. Esta
tendencia pretendía hacer una nueva ciencia ficción con referentes culturales
ajenos a la cultura occidental eurocentrista y, por extensión, blanca. Haciendo
hincapié en las influencias africanas y afroamericanas en el género, creando
cosmogonías no occidentales. Así como mostrar la problemática de una minoría.
Este movimiento se ha revitalizado dentro de la
ciencia ficción contemporánea, y al igual que el ciberpunk, genera un intenso movimiento
en el mundo hispánico. Pero del mismo modo que la cultura ciberpunk tuvo una
fuerte réplica en Latinoamérica, el afrofuturismo ha encontrado tierra
fértil en el Caribe.
Si consideramos la riqueza y variedad de la cultura
africana en Cuba. La cultura yoruba, la tradición carabalí y los diferentes
cultos bantúes, sumado esto a las influencias haitianas, hacen de la
cultura afrocubana una compleja amalgama llena de tradiciones, símbolos,
leyendas, mitos y héroes. El caldo de cultivo ideal para buscar nuevos
horizontes en la ciencia ficción y la fantasía. Pero este no es un movimiento
espejo del afrofuturismo norteamericano. El Caribe es un espacio multicultural
donde la mezcla europea, africana e indígena es la regla y no la excepción. En
un género tan propenso al mestizaje como la ciencia ficción es natural que la
conexión entre la cultura popular que trae el género y la cultura de los
márgenes se mezcle y se vuelva híbrida, criolla.
Así que este movimiento en las Antillas no solo toma
elementos de la ciencia ficción clásica y los mezcla con elementos culturales
afrocaribeños. También entran en este «ajiaco» cultural elementos originarios
de la cultura arahuaca y caribe. Por lo que no estamos en presencia de un
afrofuturismo puro, o un afrofuturismo espejo del moderno afrofuturismo 2.0, ni
siquiera estamos viviendo un afrofuturismo 2.1 (que en desarrollo de software
sería la versión al español). Novelas y relatos escritos por autores cubanos,
dominicanos, boricuas o jamaiquinos han aparecido en diferentes circuitos
editoriales. Desde relatos como La
serpiente en el arrozal de Aníbal Hernández Medina (República Dominicana), La plaga de Yubany Alberto Checo Estévez
(República Dominicana), Dulce de Iris Rosales (Cuba) o La cacería de Dennis Mourdoch (Cuba) hasta
novelas como La mucama de Omicunlé de
Rita Indiana (República Dominicana), Habana
Underguater de Erick J. Mota (Cuba), con una nueva versión de pronta
publicación, o Ladrona de medianoche
de Nalo Hopkinsom (Jamaica) en el mercado anglosajón. Hablamos de historias que
defienden la identidad afrocaribeña[2],
las costumbres, las tradiciones, la manera de hablar y la espiritualidad del
Caribe (ya no solamente el hispano).
Estamos en presencia de un movimiento literario
auténtico que aún no ha sido nombrado, etiquetado y clasificado por el referente
cultural y mediático del primer mundo. Podríamos intentar algunos nombres
comerciales tentativos: Neoafrofuturismo del Caribe Antillano,
Indoafrofuturismo caribeño, ¿orishapunk? El nombre no importa. Ese es un asunto
de la academia y las grandes editoriales, todas ellas moviéndose en un circuito
fuera del espacio caribeño. Lo importante es lo valioso del cambio de
estereotipos en la ciencia ficción antillana contemporánea. La propuesta de
tomar referentes no occidentales. La recontextualización de la variedad de
leyendas afro e indocubanas y su sentido mágico religioso. La transformación
gradual de la cultura marginal en una nueva cultura de masas.
El mundo mágico y espiritual africano carece de los
conceptos de bien y mal separados del cristianismo. Esto hace que no exista una
lucha entre lo bueno y lo malo sino entre el equilibrio (iré) y el desequilibrio (obbsorbo).
Un elemento que potencialmente es ilimitado para la literatura de fantasía que,
viciada por el referente occidental de la pugna entre bien y mal, ya ha caído
en la repetición de situaciones y héroes.
Todo un universo de nuevos conceptos listo para ser
usado. Una razón para proponer una estética diferente en una ciencia ficción
que no puede emular con el género anglosajón sino que, en cambio, debe
esforzarse por ser auténtica.
© 2020 Erick J. Mota
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