Aprovechando que en estos días de agosto se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de H. P. Lovecraft publicamos una nueva traducción anotada de uno de sus cuentos breves más conocidos. La prosa de Lovecraft está muy cargada de adjetivos, lo que es clave en las construcciones de sus climas agobiantes y opresivos, y los traductores de sus obras al español han caído muchas veces en la tentación de simplificarla, aún en sus traducciones más populares. En esta versión hemos tratado de ser lo más fieles posibles a la versión original.
Del Más Allá[1]
Los cambios que tuvieron lugar en mi mejor
amigo, Crawford Tillinghast[2],
fueron repulsivos más allá de toda concepción. Yo no lo había visto desde el
día en el que, hacía ya dos meses y medio, me contara hacia dónde se dirigían
sus investigaciones físicas y metafísicas. Como toda respuesta a mis alarmados
reparos me llevó fuera de su laboratorio y de su casa en medio de una explosión
de ira fanática. Comprendí entonces que él permanecería encerrado la mayor
parte del tiempo en el laboratorio del desván con aquella detestable máquina
eléctrica, comiendo poco y evitando incluso a los sirvientes, pero yo no creía
posible que un breve período de diez semanas pudiera alterar y desfigurar de este
modo a ninguna criatura humana. No es agradable ver a un hombre corpulento
repentinamente delgado, y es todavía peor cuando la piel fláccida se vuelve
amarillenta o grisácea, los ojos se hunden, ojerosos y extrañamente brillosos, en
la frente arrugada se transparentan las venas y las manos están tensas y temblorosas.
Y si a esto agregamos un
abandono revulsivo, un descuido absoluto de su vestimenta, un cabello como
pelambre, blanco en las raíces, y una barba completamente blanca y crecida
sobre un rostro que solía estar bien rasurado, el efecto acumulado es completamente
estremecedor. Pero así era el aspecto de Crawford Tillinghast la noche que,
tras semanas de exilio, me llevó hasta su puerta un mensaje coherente a medias.
Así era el espectro que temblaba mientras me recibía, vela en mano, y atisbaba
furtivamente sobre su hombro como si temiera cosas no vislumbradas en la casa
antigua, solitaria y apartada en la calle Benevolent.
Fue un error que Crawford Tillinghast hubiera estudiado
ciencia y filosofía. Estas cosas tendrían que dejarlas al investigador glacial e impersonal, porque ofrecen dos alternativas
igualmente trágicas al hombre de sentimientos y acción; desesperación si
fracasa en su búsqueda, y horrores innominados e inimaginables si tiene éxito. Una
vez Tillinghast cayó preso del fracaso, solitario y melancólico; pero ahora yo
sabía, con una nauseabunda aprensión, que era víctima del éxito. En efecto, le
había realizado una advertencia diez semanas atrás, cuando me contó atropelladamente
lo que pensaba que estaba a punto de descubrir. Entonces había parecido
entusiasta y arrebatado, hablaba con una voz fuerte y antinatural, pero siempre
pedante.
—¿Qué sabemos —dijo
entonces— del mundo y el universo que nos rodean? Nuestros sentidos para
recibir impresiones son ridículamente escasos, y nuestras ideas sobre los
objetos que nos rodean infinitamente limitadas. Vemos las cosas sólo de acuerdo
a cómo estamos preparados para verlas, y no podemos obtener ninguna impresión
de su naturaleza absoluta. Con cinco frágiles sentidos pretendemos comprender
un cosmos infinito y complejo. No obstante, otros seres con un surtido de
sentidos más amplio, más fuerte o diferente podría, no sólo ver las cosas de un
modo muy diferente al nuestro, sino que también podrían ver y estudiar mundos
completos de materia, energía y vida que están al alcance de nuestras manos y
que, sin embargo, no podemos siquiera detectar con los sentidos que tenemos.
Siempre creí que esos mundos extraños, inaccesibles, existían frente a nuestras
narices, y ahora creo que encontré una
forma para quebrar las barreras. No estoy haciendo una broma. Dentro de
veinticuatro horas la máquina junto a la mesa generará ondas que actuarán sobre
órganos de sentido desconocidos que existen en nosotros, que están atrofiados o
que sobrevivieron como vestigios rudimentarios. Esas ondas abrirán muchas
visiones desconocidas para el hombre, algunas de lo que consideramos vida
orgánica. Veremos por qué aúllan los perros en la oscuridad y ante qué aguzan
los oídos los gatos después de la medianoche. Veremos estas cosas y otras que
ninguna criatura que respire ha visto jamás. Traspondremos el tiempo, el
espacio y las dimensiones y, sin necesidad de movimientos corporales, tendremos
un atisbo del fondo de la creación.
Cuando Tillinghast dijo estas cosas yo protesté, lo
conocía lo suficientemente bien como para sentirme preocupado más que divertido.
Estaba fanatizado y me echó de la casa. Ahora no lo estaba menos, pero su deseo
de contar había vencido el rencor, y me había escrito imperativamente con una
letra manuscrita que apenas pude reconocer. Mientras ingresaba en la morada de
mi amigo que tan repentinamente se había metamorfoseado en una gárgola
estremecedora, me sentí infectado por un terror que parecía acechar en todas
las sombras. Las palabras y convicciones manifestadas diez semanas atrás
parecían materializarse en la oscuridad que estaba más allá del pequeño círculo
iluminado por la luz de la vela, y sentí repugnancia ante la voz apagada y
alterada de mi anfitrión. Desee que los sirvientes estuvieran cerca, y no me agradó
cuando dijo que habían partido hacía tres días. Parecía extraño que, al menos
en el caso del viejo Gregory, hubieran abandonado a su patrón sin decírselo a
un amigo como yo. Fue él quien me mantuvo al tanto de la situación de
Tillinghast después de que me expulsara en un ataque de ira.
Pero
pronto todos mis temores quedaron subordinados a mis crecientes curiosidad y
fascinación. Sólo podía hacer suposiciones sobre lo que Crawford Tillinghast
deseaba ahora de mí, pero no dudaba de que él tuviera algún secreto o
descubrimiento formidable para comunicar. Antes yo había protestado por sus
incursiones antinaturales en lo inimaginable; ahora que, evidentemente, había alcanzado
cierto grado de éxito, yo casi compartía su estado de ánimo, pero era terrible
el costo que había aparejado la victoria. Hacia arriba, por la desierta
oscuridad de la casa, seguí la vela vacilante llevada por la mano de esta
agitada parodia de hombre. Parecía que habían cortado la electricidad y, cuando
le pregunté a mi guía, dijo que la había cortado por un motivo en concreto.
—Sería demasiado… no me
atrevería —continuó murmurando. Noté con curiosidad su nuevo hábito de
murmurar, porque no era como si se hablara a sí mismo. Entramos en el
laboratorio en el desván, y contemplé la odiosa máquina eléctrica, la que
brillaba con una luminosidad enfermiza, siniestra, violeta. Estaba conectada
con una potente batería química, pero parecía que no estaba recibiendo
corriente porque, recordaba, en la primera exhibición había chisporroteado y zumbado
cuando la puso en funcionamiento. En respuesta a mi pregunta, Tillinghast
murmuró que su resplandor permanente no era eléctrico en ningún sentido que yo
pudiera entender.
Entonces
me hizo sentar cerca de la máquina, que estaba a mi derecha, y encendió un
interruptor en algún lugar debajo del cúmulo de lámparas que se alzaba como una
corona. Comenzó el acostumbrado chisporroteo, que se convirtió en un gemido y
concluyó en un zumbido tan suave como para sugerir que volvería a quedar en
silencio. Entretanto, la luminosidad se incrementó y menguó otra vez, luego
asumió un color pálido, extraño, o tal vez una combinación de colores que yo no
podía ni ubicar ni describir. Tillinghast había estado contemplándome, y
advirtió mi expresión de desconcierto.
—¿Sabes qué es esto?
—susurró—. Es ultravioleta. —Ante mi
sorpresa rió extrañamente—. Piensas que el ultravioleta es invisible, y es
cierto… pero ahora lo puedes ver, así
como a muchas otras cosas invisibles. ¡Escúchame! Las ondas de esa máquina están
despertando en nosotros miles de sentidos dormidos, sentidos que heredamos
después de eones de evolución desde el estado de electrones aislados hasta ser
un organismo humano. He visto la verdad,
y pretendo mostrártela. ¿Te preguntas a qué se parece? Te lo diré. —Entonces
Tillinghast se sentó directamente frente a mí, apagó su vela y me miró
ominosamente a los ojos—. Tus actuales órganos de los sentidos, creo que los
oídos primero, recogerán muchas de esas sensaciones, porque están conectados
muy cercanamente con los órganos aletargados. Luego habrá otros. ¿Has escuchado
sobre la glándula pineal[3]?
Me causan gracia los superficiales endocrinólogos, colegas de los advenedizos y
los embaucadores freudianos. Esa glándula es el gran órgano de sentidos de
todos los órganos… yo lo he descubierto.
Es parecido a la vista, y transmite imágenes visuales al cerebro. Si eres
normal, ésa es la forma en que percibirás la mayoría de las cosas… me refiero a
la mayoría de las evidencias del más allá.
Miré hacia el enorme desván con su pared sur
inclinada, débilmente iluminado por rayos que el ojo cotidiano no podía ver.
Los rincones más alejados estaban completamente en sombras, y el lugar entero
tenía una vaga irrealidad que oscurecía su naturaleza e invitaba a la imaginación
para que viera cosas fantasmales. Durante el tiempo en que Tillinghast estuvo
en silencio fantasee que estaba en algún templo enorme e increíble de dioses
que llevaban mucho tiempo muertos; una difusa edificación de incontables
columnas de piedra negra se extendía desde un suelo de losa húmeda hasta una
altura que se perdía entre las nubes, más allá del alcance de mi vista. El
cuadro fue muy vívido durante un momento, pero luego gradualmente dio paso a
una idea mucho más horrible; la de una soledad absoluta en el espacio infinito,
ciego, insonoro. Pareció haber un vacío y nada más, y sentí un miedo infantil
que me impulsó a buscar en el bolsillo trasero el revólver que siempre llevo
después de la oscuridad desde la noche que me demoré en East Providence.
Entonces, desde regiones muy remotas, el sonido
empezó a cobrar existencia con suavidad. Era infinitamente débil, sutilmente
vibrante, e inequívocamente musical, pero mantenía una cualidad de incomparable
salvajismo que provocaba que su impacto se sintiera como una delicada tortura
en todo mi cuerpo. Sentí lo mismo que se siente cuando accidentalmente se araña
un vidrio esmerilado. En simultáneo recibí una corriente fría, que me atravesó,
aparentemente desde la dirección de la que provenía el distante sonido.
Mientras esperaba sin aliento percibí que tanto el sonido como el viento
estaban creciendo; el efecto fue provocarme la extraña sensación de que estaba
atado a un par de rieles por el que se acercaba una gigantesca locomotora.
Comencé a hablarle a Tillinghast y, mientras lo hacía, todas las
extraordinarias sensaciones se interrumpieron bruscamente. Vi solamente al
hombre, a la máquina que resplandecía y al desván en sombras. Tillinghast
sonreía repugnantemente ante el revólver que yo sostenía casi inconsciente,
pero por su expresión estuve seguro de que había visto y escuchado tanto como
yo, incluso mucho más. Susurré lo que había experimentado, y él me pidió que
permaneciera tan quieto y receptivo como fuera posible.
—No te muevas —me advirtió— porque con estos rayos somos capaces de ver como de ser vistos.
Te conté que los sirvientes se fueron, pero no te dije cómo. Fue por esa ama de llaves lenta de entendederas: encendió las
luces en el rellano de la escalera después de que le advirtiera que no lo hiciera,
y los cables recogieron las vibraciones simpáticas. Debe haber sido aterrador…
pude escuchar los gritos desde aquí a pesar de que todo lo que estaba viendo y
escuchando provenía de otra dirección, y fue horrible encontrar más tarde
aquellos jirones de ropa por toda la casa. Las ropas de la señora Updike
estaban cerca del interruptor del vestíbulo delantero… por eso sé lo que hizo. Se
los llevó a todos. Pero mientras no nos movamos estamos bastante seguros.
Recuerda que estamos en contacto con un mundo espantoso en el cual estamos
prácticamente indefensos… ¡Mantente
quieto!
La
combinación entre el estremecimiento de la revelación y la orden tajante me
produjo una suerte de parálisis, y en ese estado de terror mi mente se abrió
nuevamente a las sensaciones que llegaban desde lo que Tillinghast denominaba
el “más allá”. Ahora me sentía en un
remolino de sonido y movimiento, con imágenes confusas ante mis ojos. Vi los
contornos borrosos del cuarto, pero desde algún punto en el espacio parecía
estar vertiéndose una columna bullente de formas o nubes irreconocibles,
penetrando el techo sólido en un punto adelante y a mi derecha. Luego atisbé
otra vez algo como un templo, pero esta vez las columnas se elevaban hacia un
océano aéreo de luz, desde el cual bajaba un cegador rayo a lo largo del
recorrido de la columna de nubes que había visto antes. Tras eso, la visión fue
casi completamente caleidoscópica, y en medio de una confusión de visiones,
sonidos e impresiones sensoriales no identificadas, sentí que estaba cerca de
disolverme o, en algún sentido, perder mi forma sólida. Siempre recordaré un
relampagueo muy definido. Durante un momento me pareció contemplar un fragmento
de un extraño cielo nocturno lleno de brillantes esferas que giraban, y
mientras se desvanecían vi que los soles incandescentes formaban una
constelación o galaxia con una forma determinada; esta forma era el rostro
distorsionado de Crawford Tillinghast. Un momento después sentí que inmensas
cosas animadas pasaban rozándome y ocasionalmente caminando o flotando a través de mi cuerpo supuestamente sólido, y percibí
que Tillinghast las contemplaba con sus sentidos mejor entrenados y las atrapaba
visualmente. Recordé lo que había dicho de la glándula pineal y me pregunté qué
vio con su ojo sobrenatural.
De
pronto, yo mismo tuve una suerte de visión aumentada. Por encima y por debajo
del caos de luces y sombras surgía una imagen que, aunque vaga, mantenía
elementos de consistencia y permanencia. Tenía algo que de alguna forma era
familiar, porque la parte extraña estaba sobreimpresa a la escena cotidiana
terrestre como si una visión cinematográfica fuera proyectada sobre el telón
pintado de un teatro. Vi el laboratorio del desván, la máquina eléctrica y la
forma desagradable de Tillinghast frente a mí, pero el espacio que estaba entre
estas cosas familiares no estaba vacío. Formas indescriptibles, vivas y no
tanto, estaban mezcladas en un desagradable desorden, y junto a cada cosa
conocida había mundos enteros de entidades desconocidas, extrañas. Parecía
también que todas las cosas conocidas entraban en la composición de las cosas
desconocidas, y viceversa. En primer lugar, entre los objetos vivos había
grandes monstruosidades negras y gelatinosas que se estremecían fláccidamente
en armonía con las vibraciones de la máquina. Estaban presentes en repugnante
abundancia, y vi con espanto que se superponían;
eran semifluidas y capaces de atravesarse entre sí y a través de lo que
conocemos como sólidos. Estas cosas nunca estaban quietas, pero parecían flotar
con algún propósito maligno. A veces parecían devorarse entre sí, la atacante
se lanzaba sobre su víctima e instantáneamente la eliminaba de la vista. Con un
estremecimiento comprendí qué había eliminado a los desafortunados sirvientes,
y no pude sacarme de la cabeza a estas cosas mientras me esforzaba por observar
otras características de este mundo que ahora era visible, rasgos que
permanecían ocultos a nuestro alrededor. Pero Tillinghast había estado
contemplándome, y ahora estaba hablando.
—¿Las
ves? ¿Las ves? ¿Ves las cosas que flotan, que caen sobre ti y te atraviesan a
cada instante a lo largo de tu vida? ¿Ves las criaturas que forman lo que los
hombres llaman aire puro y cielo azul? ¿No he tenido éxito en quebrar la
barrera? ¿No te he mostrado mundos que ningún otro hombre vivo ha visto? —Lo
escuchaba gritar a través del horrible caos, y acercaba ofensivamente su rostro
desaforado al mío. Sus ojos eran fosas en llamas, y me miraban vivamente con lo
que ahora comprendo que era un odio irresistible. La máquina zumbaba
insoportablemente.
—¿Crees
que fueron esas cosas que se retorcían las que exterminaron a los sirvientes?
Es una tontería. ¡Son inofensivas! Pero los sirvientes partieron ¿no? Trataron de
detenerme; tú me desalentaste cuando necesitaba cada pizca de aliento que
pudiera conseguir. Te asustaste de la verdad cósmica, maldito cobarde. ¡Pero
ahora te tengo! ¿Qué arrasó con los sirvientes? ¿Qué los hizo gritar tan
fuerte? … ¿No lo sabes, eh? ¡Pronto sabrás suficiente! Mírame… escucha lo que
digo… ¿crees que realmente existe algo como tiempo y magnitud? ¿Fantaseas con
que hay cosas como forma o materia? Te diré ¡he alcanzado profundidades que tu
pequeño cerebro no puede ni imaginar! He visto más allá de las fronteras del
infinito y atraje demonios desde las estrellas… He arreado las sombras que
merodean de mundo en mundo sembrando muerte y locura… El espacio me
pertenece ¿me escuchas? Esas criaturas están tratando de cazarme… las que
devoran y disuelven, pero sé cómo evitarlas. Es a ti a quien se llevarán, como
se llevaron a los sirvientes. ¿Conmovido el caballero? Te dije que era
peligroso moverse. Te he salvado al decirte que te mantuvieras quieto… salvado
para que tuvieras más visiones y para que me escucharas. Si te hubieras movido,
las criaturas hubiesen caído encima de ti hace rato. No te preocupes, no te lastimarán. No lastimaron a los sirvientes…
fue lo que vieron lo que hizo que los
pobres diablos gritaran así. Mis mascotas no son bonitas porque provienen de
lugares donde los patrones estéticos son… muy
diferentes. La desintegración es bastante indolora, te aseguro… pero quiero que las veas, casi las viste,
pero sabía cómo detenerte. ¿No sientes curiosidad? ¡Siempre supe que no eras un
científico! ¿Estás temblando, no? ¿Tiemblas por la ansiedad por ver las cosas
primordiales que he descubierto? ¿Por qué no te mueves, entonces? ¿Estás
cansado? Bueno, no te preocupes, amigo mío, porque
ellas están llegando… ¡Mira! ¡Mira! ¡Maldita sea, mira!... Están justo
sobre tu hombro izquierdo…
Lo que queda por decirse es muy breve, y puede
serte familiar por las versiones de los diarios. La policía escuchó un tiro en
la antigua casa Tillinghast y nos encontró allí: Tillinghast muerto y yo
inconsciente. Me arrestaron porque el revolver estaba en mi mano, pero me
liberaron en tres horas, después de que descubrieron que fue una apoplejía lo
que acabó con Tillinghast y vieron que mi disparo estuvo dirigido hacia la
nefasta máquina que entonces yacía completamente destruida sobre el piso del
laboratorio. No conté mucho de lo que había visto, por temor a que el juez
fuera escéptico, pero por la explicación evasiva que di, el médico me dijo que
indudablemente había sido hipnotizado por el demente vengativo y homicida.
Ojalá pudiera creerle a ese médico. Ayudaría a mis
destrozados nervios si pudiera descartar lo que ahora sé del aire y del cielo
por encima y a nuestro alrededor. Nunca me siento sólo o cómodo, y a veces tengo
la horrible sensación de que me están persiguiendo cuando estoy cansado. Lo que
me impide creerle al médico es este simple hecho: que la policía nunca encontró
los cuerpos de los sirvientes a quienes dijeron que Crawford Tillinghast había
asesinado.
Traducido por Luis
Pestarini
[1] Título original: “From Beyond”. Escrito el 16 de noviembre de 1920 y
publicado por primera vez en Fantasy Fan
en junio de 1934.
[2] Entre la escritura y la publicación del cuento hubo algunas
modificaciones. Crawford Tillinghast es la combinación de apellidos de dos
célebres e históricas familias de Providence. El nombre de este personaje en la
primera versión era Henry Annesley.
[3] También llamada epífisis, regula los ritmos circadianos (vigilia y
sueño). Descartes ubicó en ella la residencia del alma, pero es más probable
que Lovecraft se inspirara en el agñá
chakrá, uno de los seis o siete chakrás hindúes, centros de energía invisibles
situados en el cuerpo humano. El agñá
chakrá está ubicado en esta glándula y está
relacionado con la percepción, la luz y el tiempo. Es el tercer ojo.
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