jueves, 4 de agosto de 2022

Trabajando con Tarkovsky, por Boris Strugatsky

 

Boris Strugatsky

Casi todas las versiones del guión de la película Stalker se perdieron. Comenzamos nuestra colaboración con Tarkovsky a mitad de 1975. Desde el principio nos esforzamos en definir nuestro círculo de funciones, nuestro lugar en este proyecto conjunto de muchos meses. “Estamos felices de trabajar con un genio”, nos dijimos. Esto significa que debemos poner toda nuestra energía y talento en crear un guión que satisfaga a nuestro genio tanto como sea posible.

            Como dije y escribí antes, trabajar en el guión de Stalker fue increíblemente difícil. El principal problema fue que Tarkovsky, al ser un director de películas (todavía más que eso: un genio como director de películas), veía el mundo de un modo distinto al nuestro, y por lo general era incapaz de hacernos comprender su punto de vista único y fundamentalmente individual. Cuestiones como ésta no pueden ser transmitidas verbalmente: no hay palabras para ellas, y parece que es imposible inventarlas.

            Tal vez no haya necesidad de inventarlas. Las palabras son, después de todo, propiedad de la literatura, una realidad muy simbolizada, un sistema muy peculiar de asociaciones, dirigiendo ciertos sentidos. El cine deriva del arte visual y de la música, y es por completo un mundo real, incluso diría que despiadadamente real, cuya unidad básica no es la palabra sino el sonido/imagen. De todos modos, todo esto es teoría y filosofía. En la práctica, el trabajo desciende a discusiones interminables y agotadoras, que a veces conducen a una desesperación impotente. El director hace un terrible esfuerzo para explicar lo que quiere de los escritores, y los escritores se esfuerzan para encontrarle sentido a una combinación de gestos, palabras, ideas e imágenes, y por último para desarrollar para sí mismos cómo expresar (en palabras comunes rusas, sobre una hoja en blanco de papel común) algo único, inusual, necesario y por completo incomunicable que quieren dejarle claro al director.

            En una situación semejante hay una única aproximación laboral posible: prueba y error. La discusión lleva a desarrollar un plan aproximado para el guión. Un texto tiene que ser escrito, evaluado y revisado. A lo que sigue una nueva discusión, un nuevo plan y una nueva versión… y otra vez deberá rehacerse. Nuevamente será imposible expresar en palabras lo que sin embargo tiene que estar escrito en palabras en la siguiente versión del guión.

            Ay, no hicimos minutas de esas conversaciones, y ni en la memoria ni en papel hay algo más que unas pocas anotaciones como ésta: “19 dic., 77 Tarkovsky. Hombre = Instinto+razón. Hay algo más: alma, espíritu (moral, ética). Lo verdaderamente Grande puede no tener sentido y ser absurdo: Cristo”. No recuerdo ni remotamente el sentido en el cual hablamos sobre estos problemas esenciales, o de por qué hablamos sobre ellos en aquel tiempo.

            Hubo siete u ocho, incluso puede que nueve, versiones del guión. La última fue escrita en un ataque de desesperación, después de que Tarkovsky declarara firme e indudablemente que era la penúltima versión del guión. “Esto es así. Con este Stalker no voy a hacer la película de ninguna manera.” Esto pasó en el verano de 1977. Tarkovsky acababa de terminar el rodaje de la primera versión de la película, en la cual [Alexander] Kaidanosvky interpretaba al tosco Alan (el primer Redick Shuchart). De todos modos, la película se dañó mientras se hacía el rodaje, y Tarkovsky decidió usar este percance para comenzar todo de nuevo.


            Mi hermano Arkady Natanovich estaba con él en la locación en Estonia. De pronto, sin ninguna advertencia, apareció en Leningrado y afirmó: “Tarkovsky pretende otra Stalker”. “¿Otra cómo?” “No lo sé. Y él tampoco. Otra. Diferente de ésta.” “Pero ¿cuál? Bla bla bla.” “No sé. ¡¡¡Bla bla bla!!! ¡Otra!”. Fue una hora de desesperación. Un día de desesperación. Dos días de desesperación. Al tercer día inventamos al Stalker-como-tonto. Tarkovsky se sintió satisfecho y la película fue rodada nuevamente. El guión final se escribió en dos días, y Arkady Natanovich se apresuró a regresar a Tallin.

            Además de esta versión final, la tercera (¿o cuarta?) versión del guión también sobrevivió; fue publicada en Antología de CF[1] #25 en 1981 como “La máquina del deseo”. Por algún milagro, la primera versión del guión también sobrevivió, y fue publicada en 1983 también como “La máquina del deseo”, aunque me parece que nuestro título de trabajo original era “La esfera dorada”.

            Hablando en general, la historia de la escritura de un guión cinematográfico es la historia de la difícil interacción entre escritor y director: un intenso intercambio de opiniones e ideas que a menudo son incompatibles. En este choque de aproximaciones creativas, el guionista, creo, debe hacer concesiones, porque la película es dominio del director, su hijo, su territorio. El escritor, igualmente creativo, es solo mano de obra contratada.

            En treinta años mi hermano y yo tratamos con todas las variantes y versiones de directores de películas. El tipo más común entre ellos es el entusiasta brillante, elocuente y por completo seguro de sí mismo. Es rápido. Como un relámpago en un cielo desierto, de pronto aparece de ninguna parte y baña al autor con ofertas tentadoras e ideas ingeniosas que estimulan su imaginación. Entonces, otra vez como un relámpago, desparece en la nada, para siempre y sin dejar rastros. Nos topamos con un montón de gente así. Pero si vamos a hablar de directores serios, todos eran muy diferentes entre sí, tan diferentes como sus películas.

            Andrei Tarkovsky fue cruel con nosotros, intransigente y malditamente rígido. Todos nuestros modestos intentos de motín creativo fueron anulados sin piedad. Sólo una vez, creo, tuvimos éxito en hacerlo cambiar de opinión. Estuvo de acuerdo en eliminar de la película el “bucle temporal” que habíamos inventado para él: una repetición monótona de una columna de tanques que había perecido en la Zona; repetidamente cruzaban un pequeño puente semidestruido. Por algún motivo este truco le fascinó: se aferró a él hasta el final, y sólo gracias a un enorme esfuerzo conjunto pudimos convencerlo de que este dispositivo argumental era trivial y había sido usado mil veces con anterioridad. Finalmente estuvo de acuerdo, pero creo que sólo porque le gustaba nuestra idea general de que tenía que aparecer tan poco como fuera posible de lo “fantástico” en la Zona, sólo una expectativa permanente de algo sobrenatural, un máximo de suspenso alimentado por esta expectativa y nada más. Plantas verdes, viento y agua.    

Traducido por L. P.



[1] Se traducen los títulos puesto que aparecen en inglés en el artículo del que se tomó esta versión, pero no hay edición ni en español ni en inglés. (N del T.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario